CAPÍTULO 1º.- EL PRINCIPIO DEL FINAL

Desde el campanario de la iglesia del Cottolengo, un cuervo observa a un hombre sentado en un banco de madera. Si levantara el vuelo y se acercara, vería que lleva traje, sombrero y bastón.

Está echando migas de pan a un grupo de pajarillos que gorjean complacidos, cuando de repente y con un movimiento brusco de la mano, golpea con el bastón en medio de los gorriones. Muchos escapan, pero al disiparse el polvo quedan en la tierra dos o tres aleteando espasmódicamente. En ese momento, de entre las piernas del caballero, sale un gato negro grande con un ojo blancuzco y opaco. Se abalanza y se lleva los cuerpecillos entre las fauces. Remigio, que así se llama el caballero, se levanta, sonríe y comenta en alto -Así se hace Lucifer.

Estamos en 1953 y el Caudillo, Francisco Franco, quiere visitar Las Hurdes el año que viene. Está preocupado, porque el Generalísimo puede interferir en su venganza que casi está terminada. Lleva muchos años esperando completarla y no desea que por nada en el mundo se malogre.

Hace un mes cerró el asunto paterno. Hasta entonces no había tenido la oportunidad.

Leyó en la hoja pastoral de la capilla, que su padre era el obispo actual de la Diócesis de Plasencia. Estupenda noticia para él, pues con cualquier excusa podría acudir a la ciudad. Se volvería a encontrar con el que abusó de su madre y después no quiso saber nada más.

Está deseando tener un encuentro cara a cara con su progenitor y cerrar casi, el círculo de su venganza.

Al día siguiente empieza la cacería. Como Director del Cottolengo , justifica su viaje a Plasencia por la necesidad de encontrar ayudas y subsidios.

Alquila una habitación de un Hostal de la plaza, desde donde ve por la ventana al Mayorga dando las campanadas del ayuntamiento cada hora. Es un muñeco articulado agarrado al alero del campanario y que golpea con un martillo la campana. Se imagina a su padre soltándose y cayendo al adoquinado, esparciéndose sus sesos entre las piedras.

La imagen le pone de buen humor. Decide salir y deambula bajo los soportales. El frío le cala los huesos, pero los vinos y las ancas de rana que se toma en la taberna y su firme determinación, le llevan hacia la catedral.

El empedrado y la estrechez de las calles, hacen que sus pasos retumben por las paredes de piedras centenarias. Unas veces por delante y otras a su espalda, igual que las sombras, que se alargan o acortan por las farolas de una luz cenicienta. Se obliga a mirar en derredor con la sensación de que todos saben lo que va a ocurrir.

Al caminar entre los naranjos que rodean la fuente frente a la fachada plateresca, un rumor hace que se pare. Debe ser el aire al pasar por las filigranas de la piedra. No hay nadie. La luz es muy pobre y continúa andando hasta situarse frente a la casa del Deán, cerca de la puerta de la catedral románica.

Se sube el embozo del abrigo dispuesto a esperar. Al anochecer sale el obispo solo y se dirige hacia la calle del Sol. Va envuelto en una capa de paño de Béjar y camina con prisas. Abre con un manojo de llaves un portalón de madera. El tintineo recorre la calle y le llega a él y se extiende por su espalda. Se le eriza el vello y suda copiosamente, a pesar del frío. Apostado bajo la puerta de un corral a treinta pasos, observa cómo mira a ambos lados. Entra y cierra con un sonido seco.

Al rato, una mujer tapada con una toquilla, llama con los nudillos. Se abre un poco la puerta y entra. A las dos horas, la joven sale y desaparece rápida por una bocacalle. Remigio golpea. Y el cura, abriendo la puerta, dice enfadado -¿Qué pasa?. ¿Qué quieres ahora?. Introduce la pierna y empuja fuerte. El obispo cae y se da con la cabeza en la pared y se desvanece.

Cuando despierta, está atado en la cama y desnudo. La boca amordazada y los ojos desorbitados, moviendo la cabeza de un lado a otro. Se acerca a su cara y le dice -papá, he venido a devolverte algo tuyo. Y sacando el duro de plata de Alfonso XIII, se lo coloca en el pecho. Coge su estuche de cirujano y saca de él el bisturí, y agarrándole los genitales con la mano izquierda, los corta de un tajo, bueno de dos, y se los pone encima. Sangra mucho. Intenta chillar, pero va perdiendo la fuerza mientras Remigio le mira sonriendo.

Le susurra muy despacio, -Adiós papá.

SINOPSIS.- COTTOLENGO. HISTORIA DE UNA VENGANZA.

Las injusticias de los hombres producen monstruos.

CÁP. 1º.- EL PRINCIPIO DEL FINAL.

CÁP. 2º.- 1913-1922.

CÁP. 3º.- LA DESHONRA.

CÁP. 4º.- 1930-1933.

CÁP. 5º.- 1936-1939. GUERRA CIVIL ESPAÑOLA.

CÁP. 6º.- 1940-1951. FACULTAD DE MEDICINA, SAN CARLOS MADRID.

CÁP. 7º.- 1952 MADRID.

CÁP. 8º.- 1953. COTTOLENGO.

ÉPÍLOGO.

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