Mi pan, mi Kryptonita

Mi pan, mi Kryptonita

Sabina León

31/08/2023

Mi abuela decía que las penas con pan eran mejores, que las cosas más ricas de la vida se disfrutaban con un pan en la mano y desde luego, comer bolillo para los sustos. Cuando escuchaba las frases de mi abuela, mi mente solo gritaba “tu abuela es un glotona “, hoy entiendo perfecto a qué se refería.

Hace unos pocos días me mudé de casa, después de haber vivido en el mismísimo infierno. En mi primera noche en la casa nueva, no tenía más que mi ropa, mi laptop, unas cobijas y un sobre de sopa de fideos. Empaqué en una maleta un poco de miedo a la soledad y tristeza parcial de saber que me tocaría construir desde cero un hogar. Por supuesto empecé a llorar, cuando escuché cerca de la ventana que una camioneta se aproximaba a la calle de la nueva casa, con la típica canción “el panadero con el pan, el panadero con el pan”, corrí a mi bolso y busqué dinero; cincuenta pesos y una moneda de 10. Corrí a la puerta, bajé las escaleras del edificio y me aproximé a la camioneta que vendía el pan, desde luego pregunté qué tipo de pan vendía y me mostró la gran variedad de suculentos y calientes trozos de pan que vendía. Recuerdo que en casa de mi abuela todos teníamos un pan favorito, muy distintos uno del otro. A mí en lo personal me encantaba las orejitas, el hojaldre con su crujiente textura, un poco de azúcar y el tamaño perfecto para acabármelo con un vaso mediano de leche.

Ahí estaban las orejitas, así que pedí dos piezas al señor de la camioneta. Subí y cuando comí mi pan orejita, el sabor, el agua en mi boca que se generaba a cada bocado, la risa al acordarme de las mil anécdotas que viví en casa de mi abuela, de alguna forma cubrieron de migajas el dolor que pasaba en aquel momento. ¡Increíble! La abuela había acertado, el dolor se hacía cada vez menos a medida que el pan provocaba en mí no solo una satisfacción física, si no una satisfacción al vacío emocional de aquel momento.

¡Caray, que poder sobrenatural me embarga al degustar tan rica orejita! Pensaba mientas comía los últimos trozos del segundo pan. En ese preciso momento, recordé al chófer de la camioneta que trajo a mí tal delicia y lo guardé en mi memoria como el superhéroe que me había salvado del terror, el miedo y la tristeza. Cuando desempaqué la maleta, el miedo a la soledad y la tristeza parcial de saber que me tocaría construir desde cero un hogar, se habían esfumado o alguna especie de agujero negro se las había tragado, como yo con mi pan de orejita. Sonreí y continue desempacando hasta concluir.

Días después, Adrián Talamantes me rompió el corazón. Adrián es el hombre más bello que mis ojos han visto y cada que lo veía me emocionaba. Pocas veces había conversado con él, pero hasta hace unos días decidí que le confesaría mis sentimientos. Pero como es común, el miedo comenzó su labor, se anidó en mi mente unas horas y comenzó a explicarme que yo era una simple niña, viviendo sola en una casa sin muebles, con una carcajada que asusta e ideas medias raras de la vida, seguramente Adrián no busca algo así. Y comenzó a sentirse el nudo en mi estómago.

Digamos, que seguramente alguien que lea esto me dirá “vales mil”, “no te merece”, pero el punto central es que Adrián me bateó. Seguramente sí, soy simple, vivo en una casa sin muebles, mis carcajadas dan un poco de miedo y mis ideas de la vida están sacadas de éste planeta y me siento bien con eso, pero la tristeza hizo su aparición y de nuevo comencé a llorar.

Caminé por la calle tomada de la mano de mi tristeza y de repente, a unas cuantas cuadras, vi un pequeño puesto en la calle, donde había una señora un con palo en sus manos que le colgaban unas tiras como de papel, lo usaba para ahuyentar a las moscas que merodeaban por ahí y que al parecer era tercas en pararse en lo que sea que vendía. Me aproximé al puesto y descubrí que la señora vendía pan. Definitivamente el hombre/mujer o lo que sea que sea Dios, quiere decirme algo con el pan. Ésta vez decidí comprarme otra pieza que no fuera mi pan orejita, ya que el dolor era diferente, ameritaba una pieza de pan distinta. Cogí un cuernito, se veía simple y además era la única pieza de pan para la que me alcanzaba.

La verdad, poco apetitosa se veía la pieza, el cuerno es una figura un poco rara y nada antojable, pero en cuanto me animé a darle una mordida, descubrí que estaba rellena de chocolate, además de que el sabor del pan que conformaba el cuernito, estaba riquísimo, un poco de mantequilla seguramente y lo esponjadito de su cuerpo le daba un toque maestro. El mejor pan que había probado en mi vida, y la pena y el dolor se fueron haciendo chiquitos. ¡Quizá el cuernito soy yo!, pensé, porque así me ve Adrián, poco antojable, pero por dentro soy el mejor pedazo de pan. Seguramente todos nos decimos eso, pero en ese momento, el poder mágico del pan que se apoderaba de mí a cada mordida, me lo decía y me hacía sentir como al mujer más sexy y atractiva de Guadalajara.

Meses después de ese momento, recuerdo que fui a la tienda un fin de semana a comprar unos birotes/bolillos a la tienda, se me había antojado una torta de pollo y conseguir un birote/bolillo delicioso es todo un martirio. Tuve que tomar el coche para trasladarme a la tienda que mis amistades me habían recomendado para comprar el pan. De regreso a mi casa, un coche y su pésimo conductor me impactaron por detrás. Sinceramente solo recuerdo haber girado unas dos veces, ser consciente de la adrenalina que estaba experimentando mi cuerpo y de los mil momentos que llegaron a mi mente pensando que quizá serían mis últimos minutos de vida. Al pasar el accidente, muchas gente rodeo el auto y me bombardearon con preguntas absurdas como; “¿sigue viva?, ¿le duele algo?, ¿está bien?, y minutos más tarde escuché las sirenas de las patrullas así que me bajé del auto.

Realmente no me pasó nada físicamente, fui víctima por muchas horas del papeleo para los seguros de los autos y recordé mi bolillo. Fui a mi auto, tomé el bolillo y lo comí. El poder del pan mágico comenzó a sentirse en mi cuerpo, realmente sentí como el migajón de aquel bolillo borraba el agujero negro de mi estómago. ¡Lo sabía! La abuela nunca se equivoca.

Así fue como comprendí que aquellas frases de mi abuela no eran por glotona, es que ella siempre poseyó sabiduría ancestral que ahora me permitía ser la mujer más poderosa de Guadalajara, e infalible a los sentimientos como la tristeza, el enojo o el susto. El pan me da mis poderes, mientras haya pan cerca, sé que estaré a salvo.

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