El día que conocí a Margareth, me dio la impresión de que era una viejecita odiosa y mal encarada, incluse llegué asociarla con los típicos personaje que hacen de villana en las películas para niños. Cuándo conozco a alguien busco en mi memoria algún personaje de caricatura y termino riendo de mis asociaciones, a veces me causan mucha risa, pero en otras no tanto, ese día fue uno de ellos. En ese tiempo yo trabajaba en la cocina en un hogar de cuidado de ancianos, y cuándo entre a trabajar allí me hicieron un recorrido para que conociera los alrededores del ancianato y a sus habitantes.
Margareth era una mujer de mediana estatura, de cuerpo delgado, pero con brazos fuertes, cabello blanco, el rostro de facciones finas, estaban surcados por algunas arrugas en la frente y alrededor de su boca, sus ojos verdes oscuros se escondían tras unas gafas que de vez en cuando bajaban hasta la punta de su nariz, gesto que hacía cuando quería dirigirse a alguien.
Cómo cada día yo llegaba al ancianato a las 6:50 AM, tenía que recorrer un largo pasillo que me llevaba directo a la cocina, pero antes de llegar estaba Margareth. A esa hora estaba sentaba en la puerta de su habitación, muy arreglada, con sus gafas en la punta de la nariz y con un inconfundible chal dorado sobre sus hombros. Le daba los buenos días y ella respondía con un afable gesto de cabeza, pero sin emitir ningún sonido. Reconozco qué muchas veces me daba miedo, ya que a esa hora de la mañana solía haber poca luz en el pasillo y ver aquella señora sentada allí con una luz tenue, me recordaba a Cruela de Vil, incluso podía sentir su mirada en la espalda mientras me alejaba.
Así pasaron algunos meses y yo solía aligerar el paso cuándo pasaba al frente de su habitación hasta qué un día, mi rutina se vio interrumpida por un “hola puedo hablar contigo, por favor” era Margareth, me volví en seguida ya que era una voz muy dulce y pausada. Me dirige hasta ella y le pregunté que necesitaba.
Cuándo estuve frente a ella me dijo que, si podía hacer un pedido especial, yo le respondí con un si automático, aunque sabía que había una persona que recogía los pedidos el día anterior. Margareth me dijo que los próximos días era su cumpleaños pero que deseaba comer un pan que le hacia su abuela en navidad porque era típico de su país y luego su madre solía hacerlo. Sin pensarlo, le dije que sí, que sólo me dijera como lo quería y podía complacerla. Ya estaba acostumbrada a hacer pan, así que esto no representaría ningún problema.
Ella me dijo que consistía en un pan dulce con una corteza blanda, el centro muy tierno, relleno de nueces, cacao, azúcar y un poco de licor. Sólo que había un problema Margareth, sufría de Alzheimer y por aquellos días aún recordaba cosas y tenía momentos de lucidez. Sin embargo, intente que me dijera el nombre o al menos el país de origen de su abuela, antes de que su mente fuera más frágil, pero todo fue en vano. No quise acosarla con preguntas porque sabía que era peor para ella tratar de recordar algo. A medida que se alargaba la conversación su rostro cambio, paso de ser Cruela de Vil a ser una de esas tiernas abuelas de comerciales de televisión. Me despedí de ella y le dije que la ayudaría.
Desde ese día todo cambio, cada vez que me recibía en las mañanas era diferente me saludaba con un “buenos días, amor” ya yo no sentía ese miedo al verla e incluso sentía que había luz en los pasillos que iluminaban mi camino. Pase varios días recreando recetas y enviándole los panecillos, pero ella los rechazaba quizás era porque no se acercaba a lo que ella quería o simplemente no los recordaba.
Un día antes de su cumpleaños, llegué más temprano de lo normal la noche anterior buscaba recetas hasta que di con una que era cómo Margareth me la describía, y aunque casi no había dormido me fui temprano al trabajo, al llegar el reloj marcaba las 5:00 AM. En mis libros de receta, decía que era un pan de origen griego pero que los rumanos, habían hecho suyo unos cuantos siglos atrás. Al llegar a la habitación de Margareth allí estaba de pie, era como si me hubiese estado esperando, sentí cómo una especie de conexión. Al saludarme su voz era diferente y me dijo “vamos te enseñaré a hacer conazac”. Sabía que eso no estaba permitido, que los residentes no podían entrar en el área de la cocina sin embargo, decidí jugármela todas y me la llevé.
Con su voz autoritaria, volvía a ser Cruela de Vil ante mis ojos. Me hizo que pesara y midiera todo: Pre-fermento leche, harina y levadura. Masa: harina, azúcar, mantequilla, leche, yemas de huevo, aceite, sal, ralladura de naranja, ralladura de limón, vainilla y esencia de ron. Para el relleno: claras de huevo, azúcar, nueces, cacao y otra vez esencia de ron.
Mientras me explicaba el procedimiento del pan, porque se hacía en tres partes fue recordando y contándome partes de su vida, su abuela era de origen griego y sabia todos los secretos para hacer el conazac, su madre había heredado los dotes de su abuela y había abierto una panadería en su honor, ella siguió su ejemplo y allí conoció a su amado Albert, se casaron a los dos meses de conocerse cuando ella tenía 24 y él 30 años. Nunca tuvieron hijos, Albert una vez que se retiro de su trabajo como contador en una oficina publica, por más de 40 años paso a ser su ayudante en la panadería. Para Margareth, fueron días de felicidad, pero le duro muy poco. Un día Albert fue diagnosticado con demencia senil, de eso hacia cinco años, ella cerró la panadería y comenzó a cuidar de él. Dos años después a ella le diagnosticaron Alzheimer. Fue cuándo decidió vender todo e internarse ambos en aquel ancianato. Al terminar la segunda fase del pan y dejarlo listo para cocinarlo el día siguiente, volvió a su habitación y me agradeció con una amplia sonrisa.
El día de su cumpleaños salía un hermoso conazac del horno. Fui a llevárselo a Margareth, comió un poco sonrió como si hubiese recordado algo sin embargo, supe que ella ya no estaba allí, ni llegaron hermosos recuerdos de su vida, su mente estaba en otro lugar. Quién sabe dónde. Desde ese día su mente y su cuerpo se fueron apagando. Un día al llegar y pasar por el pasillo la puerta estaba cerrada ya sabia lo que eso significaba. Ese día al momento de irme una de las cuidadoras me entregó un sobre con mi nombre, al abrirlo era un recetario escrito a mano busque y allí estaba la receta de su pan. Al final de la página decía “recordar quiero comerlo en mi cumpleaños” y con letra temblorosa se leía “pan dulce, dulce pan, es como llegar al dulce hogar”. En su honor hago el pan cada 24 de mayo, para recordarla y honrar su memoria.
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