Pan y tradiciones

Pan y tradiciones

Roberto

11/08/2023


Seis de enero

La llegada de los Reyes Magos envolvía con una atmósfera de magia nuestra casa, la ilusión me levantaba de la cama muy temprano y a través del cristal empañado de la ventana apenas alcanzaba a vislumbrar los colores de juguetes sobre los zapatos bien lustrados de cada uno de los integrantes de la familia, sin más ni más les gritaba a mis hermnos:

 ¡María Elena, Javier, Paty! Despierten. ¡YA LLEGARON, YA LLEGARON! —Con entusiasmo los despertaba. El resto del día no había más actividad que gozar de los regalos de los Reyes Magos, para culminar llegada la noche continuaba el festejo con toda la familia reunida y la suculenta rosca de Reyes con sus adornos de fruta seca cristalizada simbolizando las joyas incrustadas en las coronas de los Reyes Magos, engalanaba el centro de la mesa del comedor, cada uno con su taza de chocolate bien caliente y espumoso; Araceli al cortar su porción de la rosca y tomar su trozo, dejó al descubierto medio cuerpo del muñequito (figura del Niño Dios escondida y horneada dentro del pan), de inmediato el alboroto, pues con ese hallazgo ya teníamos al afortunado que vestiría al Niño Dios e invitaría los tamales el dos de febrero.

LLegó el dos de febrero, día de la candelaria y nos volvimos a reunir para degustar los exquisitos tamales, México goza de fama por sus variedades de tamales, a mi hermano Sergio se le ocurrió prepararse una “guajolota”, “así se le nombra a la torta de tamal en la Ciudad de México”, afortunadamente nunca faltan en casa los bolillos, teleras o birotes, para disfrutar tan peculiar combinación

Con la cuaresma no podía faltar la capirotada elaborada con bolillo rebanado y miel de piloncillo, pasas y trozos de queso añejo, ¡deliciosa!

Mi abuelo Miguel y su libretita de apuntes

Llegue a casa de mi abuelo y en el patio trasero lo encontré cortando las mazorcas llenas de granos tiernos, le ayude a cosechar, y cuando llevaba medio costal de estos, sacó de la bolsa de su camisa la libretita y lápiz, donde escribía lo que quería decir a falta de su voz que perdió cuando le practicaron la traqueotomía por cáncer, tomé su nota con esa letra manuscrita hermosa que él tenía.

Conforme a la temporada mi madre preparaba empanadas de mermelada casera de fresa en abril o mayo y en julio de rica mermelada de piña y el pan de zanahoria en cualquier época del año.

El muerto al pozo y el vivo al gozo

Para la ofrenda dedicada a los fieles difuntos, el dos de noviembre resulta indispensable el pan de muerto en honor de aquellos que ya dejaron este mundo, pero para nuestra fortuna hay pan suficiente para vivos y muertos, así que a saborear ese exquisito sabor a mantequilla y un toque de naranja, pan de consistencia suave y espolvoreado con azúcar que se queda impregnada en los dedos dando oportunidad de chuparlos discretamente sin tomar en cuenta regla alguna de buenos modales.

En diciembre con las fiestas se reunía toda la familia, mi madre
hacía unos buñuelos bañados con miel de piloncillo para chuparse los dedos,
Arturo mi primo discretamente se metía hasta la cocina en busca del botín y en
un descuido buen bajón le daba a nuestros buñuelos.

Pero para el día a día, cómo olvidar al panadero que recorría las calles en su
bicicleta con semejante canasto sobre la cabeza para llevar hasta la puerta de nuestras casas el pan para todos los gustos.


Los ricos pastes hidalguenses.

Sobre la mesa espolvoreada con harina, Doña Elena tomaba entre
sus acolchonadas manos, la masa de impecable blancura, mezcla de harina de
trigo, manteca vegetal, agua y sal, y doblegaba y moldeaba a capricho aquella
masa, amasaba y amasaba, después pasaba el palote o rodillo, una y otra vez y
volver a amasar, espolvoreaba nuevamente con harina la mesa y repetía la
rutina, yo me encontraba sentado en un extremo de la mesa y no perdía detalle
de la habilidad y empeño que mi madre aplicaba a esa tarea.

Cuando según ella, la masa alcanzaba la consistencia adecuada,
la cubría con una manta de cielo para dejarla reposar,

—Claro que tiene que reposar después del ajetreo que le han
impuesto. —pensaba

Más tarde, hacía pequeñas porciones y con el rodillo formaba
círculos para colocar el relleno que previamente había cocinado siguiendo
al pie de la letra la receta de la abuela quién a su vez la
había aprendido de su madre; benditas herencias en la elaboración del pan
artesanal que de generación en generación nos llegan hasta nuestros días. Para
el relleno, sofreía cebolla y un poco de chile serrano finamente picado, papa
en tiras pequeñas, filete de res también picado y sal para sazonar. sin
olvidar el perejil que añade ese sabor especial. doblaba aquella tortilla con
relleno y le hacía pliegues para cerrarla, las barnizaba con yema de huevo y al
horno.

Para que negarlo, dice el dicho: “al mejor tirador se le va una
liebre”. Llegaba a pasar que mi madre absorta en alguna otra actividad, de
repente percibía ese peculiar olor… Se llevaba la mano a la frente y con el
grito de: ¡LOS PASTES!, pegaba la carrera a la estufa para confirmar qué
efectivamente la parte baja de los pastes empezaban a quemarse; nada que una
ligera raspadita con un cuchillo no pudiera remediar y ni quién notara aquel
inconveniente.

Para mi gusto, los mejores pastes los encontramos
en la ciudad de Real del Monte que es la cuna de esta delicia en
nuestro país, también son una tradición en Pachuca y Tulancingo, ciudades del
Estado de Hidalgo, pero la verdad ninguno de ellos supera a los que mi
madre amasaba y amasaba con tanto amor para nosotros.

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