PRÓLOGO
En mi casa se han hecho común las tertulias literarias, todos asumen el papel de críticos y ayudan mucho, yo los escucho sin decir una palabra. A veces me piden que haga la lectura, me graban y a subir mis cuentos para sus estados, se los envían a sus amigos, los debaten. Es increíble como una misma oración puede significar diferente para dos personas. Ellos, esta juventud en la que pocos creen, yo sí, son coautores de mis cuentos. Mucho ha influido su inclusión en cierta plataforma para escritores, cuyo contenido y pacto ético, los ha hecho reflexionar. Mis hijos que no leían han cambiado de opinión, uno ya es medio poeta, en las redes claro. Mi esposa que no aceptaba leer más de doscientas palabras, recientemente leyó uno de mis cuentos de diez páginas. Mi joven sobrina apática al grupo ya lloró con uno de los cuentos leídos aqui, el otro sobrino, el de la Habana, se siente partícipe de los concursos, me ayuda con la ortografía, algunas reglas las he aprendido con él. En la última de estas reuniones les plantee el tema: Voy a participar en un concurso sobre el pan, la lluvia de ideas no se hizo esperar, el pan siempre ha estado en el centro de nuestras vidas y es un problema en esta parte del mundo, aqui están algunas de los microrelatos basados en sus anécdotas.
PAN VIEJO
Entro a la cocina, son las 7.30 AM, busco afanosamente en todas las jabas, queda un solo pan y viejo. ¡Qué barbaridad! No tengo dinero ni para comprar el desayuno. Pongo el pan a tostar en la sartén casi sin grasa, caliento la leche de forma simultánea, no tengo café, la endulzo bien, la miro como si pudiera oscurecerla con la mirada, sigue blanca, el olor del pan quemado me saca de mis meditaciones, lo raspo como puedo, le echo aceite y sal y lo coloco en un platico, pongo el doiler nuevo, sirvo la leche en una taza muy bonita de esas que nunca se usan. Si no me acepta el desayuno le puede ir mal en la prueba de eficiencia física, no va a correr ni 150 metros. Ya se sienta a la mesa, miro de reojo con aparente indiferencia. Sin duda notó lo bonito de la presentación del desayuno, muerde el pan viejo, se da un trago de leche, hace una mueca, lo intenta de nuevo, no le pasa.
—Papá, ¿podrías echarme un poquito más de café a la leche?
EL PAN CON TORTILLA
Están tensos, la manteca está caliente, el hombre grita:
— ¡Rompe el huevo encima del sartén!
En los ojos del niño se refleja el miedo.
— ¡Ni que yo fuera boba!— riposta la mujer desgreñada.
Por fin se empieza a hacer la tortilla de huevo y sal. Esperan impacientes, ella se regodea, disfruta el poder, da vuelta a la fritada y acomoda cada pedacito con la espumadera retrasando tanto el momento que complica el desayuno.
— ¿Y tú qué haces aquí?—pregunta el hombre al joven que llega.
—Tengo hambre mamá—contesta sin mirar al padrastro.
El pequeño deja caer los brazos con desgano, los tres se cruzan sus miradas, hay odio en los ojos del hombre, resignación en los del niño y decisión en los de la madre que divide el único pan con tortilla en cuatro partes.
EL PAN ROBADO
Si solo estaban Mario, que siempre está en la Luna y tú ¿Quién robó? ¡Tu! El mensajero llegó los puso encima del muro, declara no haberte visto, estabas escondido, “cazándole la pelea”. Claro ellos también son sospechosos, pero tengo la certeza de que fuiste tú. ¡Aja!, quédate callado, tienes derecho a esperar por tu abogado, pero recuerda: tienes antecedentes, ya en una ocasión te comiste todos los panes de la familia. Esos panes en estos tiempos son valorados como el oro. Ahora hacia tres días que no comías, estabas hambriento, el móvil del hecho te acusa. Eres un perro bandolero.
EL PAN SECO
Yo leí en una novela de Manuel Cofiño: “El placer sin amor es como el pan seco, se come pero no llena”
—Entonces ¿Qué le echamos al pan? Cualquier variante tendrá por respuesta: No hay.
EL PAN DE CILICONA
Trabajaba yo en el Banco, desde mi puesto de trabajo visualizaba a los clientes cuando hacían sus operaciones en las cajas, ese trabajo ahora lo hace una cámara. Había una cliente, joven muy bonita de cara, pero de cuerpo nada, ella siempre me saludaba, me hice su amigo, pasó el tiempo. ahora reviso las personas a la salida del cayo, mi compañero de labor me dio una clase de perspicacia, se detuvo el ómnibus, subimos, quizás doce personas no más, al final del pasillo mi amiga de antaño, bella como siempre pero su trasero era otro, se lo comento a mi amigo al bajar mientras el ómnibus continuaba:
—¡Bobo!, esas nalgas eran de pan, ¿Por qué crees que iba de pie ?
El PAN ERÓTICO
Íbamos Machado y yo, por la otra acera, una bella chica de esas que todos le dan LIKE, su pelo largo ondeado, sus senos redondos, bien colocados y muy poca ropa, con un exquisito pan en su mano.
—¡Mira para allá Machado!
—¡Ave María!, ¿Quién me viera a mí con eso en la mano?
—Es muy joven para ti.
—¡No chico, con el pan!
MI CUOTA DE PAN
La estrategia alimentaria para un país es cuestión de seguridad nacional, para una familia tambien. Decía Virginia Woolf: “Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien”. Y entre esas cuatro paredes ¿Quién es el responsable de esa estrategia alimentaria? Yo. Por lo tanto en algún momento del día, abandonaba mi puesto de trabajo, javita en mano hasta la esquina. Allí había un quiosco de venta, entre sus ofertas: pan con crema, pan con mayonesa y hasta con jamón. La vendedora, una morena cincuentona con un diente de oro, vino a estas tierras desde muy lejos. Conversaba mucho con ella, asi fui conociendo más de su vida: sus inquietudes y afanes. Estaba sola, alquiló un cuartico, con lo que le daba el quiosco podía subsistir pero necesitaba un compañero. Después de la cháchara, mi cuota de pan estaba garantizada. Me enseñaba su diente de oro, yo le correspondía y los míos comían pan.
Hasta el funesto día en que cometí un error imperdonable: le presenté a mi joven esposa. En lo adelante nunca más vi el diente de oro y sus respuestas fueron evasivas: “No me está alcanzando el pan”, “Me redujeron la cuota” o “Hoy vienen los inspectores” y siempre muy ocupada “Otro día hablamos”
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