Christmas en la cabeza

Christmas en la cabeza

“Felices fiestas, Idoia, aparquemos la política”. Podía funcionar. Igual que “Que pases las mejores Navidades posibles. Rosa, te mando un fuerte abrazo”. O que “Helena, desde el recuerdo más cálido, Feliz Navidad”. Cuestión de intentar abrazarse como fuera a una mujer desesperada y tan sola como él estas fechas en las que siempre se sentía abandonado. Qué importaba que Idoia fuera medio drogadicta, que Rosa tuviera desde hacía meses una sonrisa quebrada o que Helena siguiera en la inopia.

Él llevaba casi tres días sin salir apenas de la cama, y cuatro o cinco sin afeitarse. Tenía la barba rala de un Papá Noel ruin y descreído. Este año tampoco le habían dado trabajo en la ETT, y pasaría las fiestas entre esas cuatro paredes, en las que el único lujo era una cama de matrimonio, con un edredón en razonable buen estado.

Tenía los christmas en la cabeza. Los emails serían, en su momento, instantáneos.

Se levantó de la cama y se dijo que lo primero que tenía que hacer era afeitarse. Por algún motivo odiaba ese look incompleto de Papá Noel. Le hacía sentirse sucio y le convertía en alguien a quien odiaba. Se empapó la cara de agua tibia y se echó espuma de afeitar. La cuchilla tiraba de la piel. No era agradable. Empezó por el lado derecho del rostro, como si no se reconociera. Luego el cuello y la barbilla. Poco a poco su imagen fue haciéndose otra.

Cuando terminó con la patilla izquierda, se miró al espejo sin volver la cara. “No eres un mal tipo”, se dijo sin pestañear. Conservaba la dignidad suficiente como para poder mirarse al espejo sin tener que bajar la vista. “Definitivamente, este año tampoco vas a poner esos emails”.

Minutos después salió a la calle y esperó su turno para comprar pan. Se esforzaría en ser educado, como si no fuera Navidad.

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