¿CÓMO NO QUERERLO?

¿CÓMO NO QUERERLO?

Si ha estado presente en cada recuerdo, fue uno de los primeros amores al aprender a comer. El pan de dulce con grageas que el abuelo nos compraba cuando apenas salían nuestros dientes, aquel que no podemos dejar de tener. Ahora más refinados con mantequilla queremos comer.

Aquel pedacito que nos escondíamos bajo manga del saco para que los primos no nos quitaran. La abuela materna nos invitaba todos los días al cafecito con pan de las 16:00, una tradición tan instaurada en la familia, que se conserva generación tras generación, no importaba la calidad del pan, ni la textura, que sea de sal o no. Lo que importa es que con un pan y un poquito de café negro muy dulce nos unían, en un verdadero tiempo de conversar, un tiempo donde grandes y chicos disfrutaban del otro sin mirar nada más.

Hay del pan que no fue pellizcado, abrazado, mimado, aplastado con queso, relleno de atún, remojado en leche, compartido con el perro, todos esos panes han sido importantes, no solo nos han hecho panzones, sino han llenado nuestros corazones y han sido parte de grandes pasiones. También han sido consuelo en momento de escasez, cuando nada queda en la lacena, cuando el mensual se termina, cuando las fuerzas se agotan, siempre queda la posibilidad de un poco de café con pan y en el campo el café con panela, que más abrigo nos da.

En las reuniones, en de los bautizos, primeras comuniones, cafecitos de honras y demás. Esta tan presente en nosotros, que nuestro abdomen lo delata, y el no poder dejarlo nos atrapa. Pero si es tan rico, tan nuestro ¿por qué abandonarlo?. En semana santa “el pan de jueves santo”, en día de los difuntos las “guaguas de pan”, no podemos dejarlo, nos tienen enamorados.

Dos de noviembre nueve horas de la mañana en punto, la abuela llamaba a sus siete hijos y a sus veinte nietos para elaborar el pan en horno de leña. El tío más viejo tenía encendido el horno de leña desde muy temprano, un verdadero infierno para que este bien calientito al momento de azar. _guaguas no metan la mano todavía, estamos haciendo la masa_ nos repetían para no entrometernos en la misteriosa receta del pan de la abuela. Cuando estaba lista la masa nos decían _ahora si jueguen guaguas_ nos daban una porción de masa a cada uno y nada de colores artificiales para hacer los detalles, pura masa negra, aquella que sirvió para limpiar el hollín de las latas. Con eso se hacíamos los ojos, las bocas, diversos detalles de las guaguas de pan.

La diversión recién comenzaba cuando la masa se unía a nuestras pequeñas manos, una a una íbamos creando muñecas, dinosaurios, panes en forma de osos, tigres, la imaginación era infinita. La abuela sabía que ese pan no iba a ser muy comestible que digamos, pero a ella no le importaba. Vernos feliz era su misión y sobre todo entretenidos para que no hagamos travesuras y juguemos al desfile de modas con su principal camisón.

Después del arduo trabajo de amasar, moldear, diseñar, la obra final estaba lista, una muñeca con trenzas hasta la cintura, vestido largo y botitas negras como sus ojos. La gran obra maestra era colocada con mucho cuidado por las tías Elena y Cecilia en una lata de metal. La impaciencia se apoderaba de nuestro cuerpo, como un temblor que no nos dejaba ni jugar, a cada minuto nos turnábamos para preguntar ¿ya está listo?, ¿ya está?, ¿cuánto falta?; hasta que el tío Alonso nos mandaba a volar_ Caracho guambras vayan a jugar, el pan se demora en azar. Entre juegos y miedos seguíamos molestando al tío, hasta que nuestro pan esté listo para devorar.

_Ahora si guambras, venga a revisar_ unos panes medios quemados, duros salían al final, por un momento la tristeza nos envolvía pensando en nuestro pan ideal. Pero después que nos acercaban pequeñas tazas de café bien dulce, o una rica colada morada como era la tradición la alegría se volvía a dibujar, era momento de masticar la obra de arte que los niños formábamos con total libertad. No sentíamos el quemado, ni la parte dura, ni cruda. Comíamos con tanta alegría que esos recuerdos se fueron quedando hasta el final.

Ese pan, aquel pan, todos los panes merecen ser recordados, ser pensados y aplaudidos, porque su existencia nos ha permitido estar, jugar, divertirnos, reírnos y también llorar. Nos han acompañado y consentido disfrutar de momentos, de situaciones, de alegrías y muchas cosas más. El pan es el pan. Un alimento vetado en la actualidad, por el gluten, por el trigo, que la avena hace mal. Pero el abrigo que nos emite al momento de disfrutar no tiene ni precio, ni limites, cada pedazo es pura algarabía.

En memoria de Amanda.

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