En la avenida pasa el colectivo de la línea 50, que frena en la
parada que está justo enfrente del supermercado. La gente que hace
fila aprovecha la espera, y compra chipa con queso, tortillas o
emparedados en el puesto que está cerca. Los negocios de la cuadra
se quejan aludiendo que “ese puestito clandestino les roba la
clientela” “No paga impuestos las únicas facturas que conoce son
las de grasa o manteca”, mas a pesar de los reclamos Doña Amparo y
su nieto siguen armando el puestito como cada día; sin importar si
es fines de semana o feriado. Está nublado y la acera todavía
húmeda de la llovizna que cayó el día anterior. Hidekel está
terminando de acomodar las mesas porque dentro de unos minutos abre
el local de comida donde trabaja, a la espera de los primeros
comensales que hacen fila desde temprano en la puerta. Mientras lo
hace alcanza a ver por el rabillo del ojo que uno de sus compañeros
echa a un chiquillo desharrapado que pide limosna. Él, que tuvo que
emigrar de Venezuela, y que tuvo que atravesar muchos momentos
difíciles a su llegada, sabe lo que es pasar hambre; toma una de las
cestas de pan, abre una de las puertas laterales y echa a andar tras
él, y se la entrega. El nene que le devuelve una sonrisa, de esas
que únicamente son capaces de fabricar los espíritus inocentes,
manchada de barro y pies descalzos, va a la esquina a compartirlo con
sus hermanitos, mientras hace un panegírico del mesero que los ayudó
a sobrevivir otra día.

A
esa hora en un edificio lindante Pancracio se pone los pantalones, se
peina, toma su billetera y documentos, y sale a la calle, recorre
unas pocas cuadras y se mete en la panadería del barrio a comprar
medialunas. Al regreso debajo de la puerta se encuentra con los
impuestos que le acaba de dejar el encargado. Se sienta, abre el
paquete, y mira los servicios. En una mano tiene las facturas
digeribles, y en la otra las que le cuesta tragar. Por eso mientras
lee los valores que aparecen en el papel y piensa “Para vivir en
esta ciudad hay que ser cada vez más panteísta” (en tanto
creencia cuasi religiosa en la alimentación basada en pan y té que
parece tener un número creciente de adeptos cada día) para que el
gusto no sea tan amargo acompaña unas facturas con las otras. Para
distraerse enciende el televisor, en la pantalla aparece un oso panda
haciendo morisquetas, toma el control y cambia de canal, aparece la
publicidad de un concierto de una banda pesada llamada Pan…

Nacho
toma su bici y sale a hacer el reparto de cada día, pero hoy está
más distraído que otras veces. A la noche es el concierto de su
banda punk favorita, y no puede dejar de imaginar esas miles de
garganta cantando al unísono: “¡Pan y vino, pan y vino, pan y
vino, el que no grita Pantera para qué carajo vino!”. Pasa el
semáforo justo, y no llega a visualizar que detrás se cruza un
hombre a toda velocidad con un envoltorio bajo el brazo y dos
policías detrás. “pan pan pan” se escuchan los ruidos de los
revólveres en pleno tiroteo. El delincuente alcanza a meterse en un
entrevero de calles de tierra, y de ese modo consigue burlar a los
uniformados. El hombre, ya a seguro de que nadie lo sigue, afloja la
marcha, y revisa que el paquete que guarda bajo el brazo esté en
buenas condiciones. Finalmente llega a una casa con techo de lata y
paredes de cartón corrugado. Allí lo espera Rosa María, que desde
que ésta preñada de su quinto hijo, le agarró antojo de pan
casero. Antonio, lo compraba temprano antes de ingresar a la fábrica,
y en la hora del almuerzo se hacía una escapada para llevárselo a
su mujer. Empero ahora que está desempleado, se las tiene que
arreglar con algunas changas hasta encontrar algo fijo para cumplir
el antojo, pero eso pocas veces alcanza para esos lujos, y no le
queda alternativa que hacerse de lo ajeno. Su compadre Ramón le
prestó el “fierro” y como Antonio no lo quería agarrar, su
compadre le dijo, “Pensá en la Rosa María y tu hijo, no vaya a
ser cosa que la criatura nazca con manchas de…”

Al
día siguiente Timoteo lee la noticia de la persecución y el
concomitante tiroteo en un recorte chiquito entre la foto gigante de
uno de los candidatos en las próximas elecciones, y un anuncio de
pan dulce para las venideras navidades.

“En
esta época tapan todo con la política y las fiestas”.

“Al
pan pan y al vino vino”, acota su esposa Dora, sentada en una
mecedora entretenida haciendo crucigramas.

“No
me vengas con frases hechas”, replica él algo ofuscado.

“Eso
es harina de otro costal”, se defiende ella con otro refrán.

“No
te creas, es el pan nuestro de cada día”, reflexiona Timoteo
mientras pasa la sección policiales para ver la de deportes.

*50
en la lotería o en el lenguaje de los sueños representa al pan.

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