Aquel aroma del pan

Aquel aroma del pan

Guillermo Neyra

29/08/2023

                                                            Aquel aroma del pan

Cuando salía de la escuela, que estaba cerca de casa, a veces pasaba por la panadería y me regalaban algún pedazo de pan acabado de hornear. Era un edificio antiguo, en una calle con cunetas de agua estancada y casas sin pintura, de altos frontones de mampostería . A un costado se hallaba una entrada con reja, por donde se percibía el misterio y el olor del local. Los panaderos siempre eran los mismos, el hombre velludo y barrigón con delantal, el viejo barbudo de camisa desarreglada, alguna mujer de mediana edad, con cabello sudoroso y manos blancas de harina. Otros eran más jóvenes, casi siempre sonreían y lanzaban bromas. En una pared de ladrillos se abría la boca del horno vivo. Había máquinas antiguas de hierro que mezclaban la harina con agua y levadura. Un aroma a pan recién cocido endulzaba el trozo de calle.

Por la reja se asomaban los panaderos a tomar el fresco, a saludar a alguien o a ver pasar los carromatos, bicicletas y viejos autos. Cuando salíamos de la escuela a veces ocurría alguna pelea de muchachos por allí, y una vez el hombre gordo del delantal intervino cuando otro chiquillo y yo nos fajamos a piñazos. No tendríamos más de nueve años, y aquel nos habló fuerte para que nos fuéramos a casa. Usualmente pasábamos y lo veíamos con su sonrisa de sudor y cansancio, iba y nos traía algún pedazo de pan de mantequilla. Hace años que no he probado uno igual. Una mujer bonita de ojos verdes y cabello corto trabajaba por el frente del edificio donde se le vendía al público. Yo me fijaba en ella y en sus ojos felinos, despiertos.

Mi padre me contaba que la panadería siempre fue una panadería, que él recordara, y que el dueño vivía en los altos, aunque luego se marchó del país. Pero en la misma cuadra, antes, también funcionaba un bar, una escuela pública, y un taller de bicicletas. Aunque nada de eso existía ya, excepto la panadería. Recuerdo que cuando era pequeño la barriada ya estaba en decadencia, pero empeoró después que pasó un huracán y el agua del mar inundó el vecindario y destruyó varias casas antiguas. No se me olvidan los árboles caídos y el terror de la gente. Pero lo peor fue que muchas cosas no se recuperaron, se quedaron como las dejó la tormenta. Entonces, me daba cuenta de que cada año algo empeoraba. Por causas lejanas a mi comprensión el vecindario declinaba. Alguien más se marchaba, o caía otra casa antigua, crecía la hierba al pie de las aceras. No obstante, la panadería continuó funcionando. A veces el pan estaba mejor, o peor. El hombre gordo envejecía, la muchacha de ojos verdes tenía algunas arrugas nuevas, y la panadería lucía más oscura y silenciosa. Las líneas de personas que intentaban comprar el pan se alargaban.

Cuando crecí, también me marché del vecindario. Aunque a veces regresaba a visitar a mi tía. Pasaron otros huracanes. La barriada había cambiado como nunca, cuadras a la redonda se tornaron irreconocibles y los hierbajos y las zanjas proliferaban. El techo de la panadería se vino abajo e improvisaron algo para mantener solo una pequeña sección funcionando. Al final, la tuvieron que cerrar. Yo pasaba por la vieja calle y respiraba el olor del mar que quedaba cerca, el olor de las cunetas y el olor antiguo del vecindario. Todo, excepto aquel aroma delicioso del pan.

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