Tortilla de kaxlán

Tortilla de kaxlán

Siles Cobara

25/07/2023

Hace saliva la expresión del pan vertido por cuentos. En esta casa hablar del asunto de la harina es repicar en las sienes golpes rítmicos, que se terminan convirtiendo en migas transparentes. El argumento se lo doy a Sóstenes, quien caminó hasta que las piernas le fallaran y en su defecto, alado por un carretón, ojos al cielo y remontando por lo alto, llegó al pueblo más cercano con panadería, volándose tres días de tortillas por una tira de pan francés. Nunca fue su intención regresar a casa, tenía en mente un plan.

«Kaxlán» es un término que los papás de Dolores le enseñaron para diferenciar a los hombres con piel de pan, blanca y derivadas. «Kaxlanwa» es el pan de harina, del grano extranjero. Por eso era una aberración comerlo. Ella no sería el perro que lame la mano de quien le quita, a ella, a su hijo, a esa tierra que es madre y no es de nadie.

-Dolorcitas no siás resentida mi amor, vas a ver, con el nuevo patrón nos mejoramos y vamos a probar comida de verdá.

-Callate ya y andá trabajar, bolo huevón.

Con manos como la textura de nuestro objeto protagonista, un hombre con nombre de muchos, piensa en el futuro. Labriego, ancho de hombros, silba con el «otz´otz´», mientras amasa el lodo del azadón y distraído razona en el pecado de probar un mendrugo que tiene en la camisa desde ayer, hurtado o guardado desde el plato donde le pusieron frente un café y la sonrisa de tabaco del nuevo administrador de la hacienda.

-Mire usté don…- tose y evita pronunciar el nombre – siga trabajando la tierra y va ver que con Don Javier Blanco va a comer abundante, no sólo tortilla y frijol, sino comida de verdad…

Continua la memoria de esos dientes amarillentos y la pausa, mientras la nueva mano administrativa anotaba garabatos ilegibles en el libro. Entonces se atrevió y metió el mendrugo en la camisa, pero fingió tragarlo, acompañado de un ruidoso sorbo.

Alcanzando las primeras lumbres, el conjunto lodoso se parecía más al mendrugo, tenía uno en cada mano. Le arremetía la misma sensación antes de irse, contenidos distintos e imágenes similares, querer estar de regreso o volar. Con la panza medio vacía, escuchaba las maledicencias de Dolores. Motivándose con el sudor y la distención de la mente cansada, se alzó, decidiéndose porque al retornar de la jornada, como mínimo ella siempre tendría preparada la tortilla, el «wa» que nunca se debió mezclar con el «kaxlan». Dolores insistía en que su familia le heredó una receta purista de pan de maíz, tradicional, como la vorágine alcohólica de su sábado a lunes.

Rescato algunas expresiones particulares del diálogo del hombre y transcribo: me fermentó el metal, que me congela los dedos, allí estoy siempre de lejos, destemplado y destilándome, a gotas, como las del aguardiente. Sigue emotivamente excusándose con su esposa, explicándole cómo el regalo de Sóstenes es el culpable. Entiende que estufas y destiladoras no son iguales, en la hacienda hay una. La estufa de la casa es especial y puede hacerlo, es su único objeto de valor, más cercano que el río para verse en sus reflejos y mirar a su hijo.

-Ishto necio… -Se le quiebra la voz.

Quería separarles del humo, probar esa receta heredada, salvarles los pulmones como enmienda. Sí, Dolores nunca consiguió un cilindro de gas y en el camión de San Antonio, Sóstenes dejó sus alas, corrió a todo pulmón al saltar de la cabina, sabido que abandonar producto se pena. Horas después en una explanada, golpeada su masa para desinflarla, sin intención de detener la fermentación, horneado a lanzallamas de gas propano, producto inservible. Llegó una nota anónima con quinientos dólares: «espero…, mi amigo Diógenes… quería…», etc., leída por algún alfabeto. Ni Dolores o su hombre objetaron la confusión del nombre, Sóstenes ascendió y se quedaron con la estufa sin gas, ni pan.

Los dos se confesaban sentados, con el primer sueldo, en un restaurante dominguero. Dolores insistía en su negativa de probar pan. Sus ojos fueron lumbre cuando se le ignoró y el marido ordenó una cesta completa de la foto del menú. Después de tejer la conversación en la mesa contigua, durante un silencio y con descaro me levanto al baño. El espejo le serviría más al señor sin nombre. Decido cambiar de mesa, no fuera a ser que escapara el hambre. Y escucho de otra mujer de mediana edad, contar que un bulto inútil se quedaba en la esquina tirado y ella a moco tendido, porque nadie le prestó nada, ni atención, solo el humo le acariciaba la piel por las noches y se le colaba dentro. El hijo se le murió mojado, después que su esposo comprara la hacienda, algo de un camión abandonado, Sóstenes su mayor orgullo. Por poco transpiro una imprecación, me callo y continúa narrando que todos en su familia eran de campo y su esposo el señor Blanco, siendo primer mes de cierre de ventas en la destilería se la trajo por acá, para probar el afamado pan de Xela. Allí está en el mostrador viendo las tortas y demás. La mesera interrumpe.

-¿Acompañado con pan o tortilla?

-Pan, gracias señorita. Y el dulce para el café, por favor. Usted comadre ¿quiere algo más?

Ya no escucho nada y me pierdo en ver cómo llevan pan a la mesa que espiaba. Parafraseo maleducadamente a Luis Arango: «Dar un pan (…) de piel a piel (…) es corazón, puño que se abre; humano pan desnudo y simple (…)»[1] Veo a Dolores tocar su consistencia firme y presiona hasta craquear la superficie, se forman campos de parcelas, tierra empobrecida se raja igual que en su pueblo. La mirada profunda y muda de su esposo prohíbe sondear su inquietud. No logré escuchar si le contó lo del mendrugo de pan. Noto algo de impaciencia dirigida a la canasta frente a los dos y Dolores se mete una «sheca» a la boca, seca, árida, tose indiscretamente, escupiéndola.

– ¿Queseste demonio qui miahoga? –El resto lo exclama en q´eqchi.

La señora en contraparte le miraba, supongo se le hacía conocida, el corte correspondía al sector. No le quita los ojos de encima mientras Dolores se levanta. Dibuja una línea recta hacia el basurero, lanza la canasta completa con todo el material de ahogamiento y gritos de ancestros en su cabeza. Con los ojos de su padre desde las cuevas de Se´tzol se acerca al mostrador y pide tortillas.

Dos mesas más lejos un niño en voz alta:

– ¿Sabías abuela quese periódico de allí dice quenuna panadería de Xela envenenaron perritos?

– Esa noticia aquí no, mijo…, siéntese mejor, quietecito y calladito.

– Y, y… leí otra donde unos niños se murieron comiendo panes con bocado que dejó un señor vengándose de una mordida de chucho…

-Mijo vamos a comer, métase algo «alaboca».

En una breve distracción de la abuela, el niño se desliza de la mesa vacía y está parado frente al cubo de basura. Se sube, busca dentro, se va a fondo y revira al suelo con estruendo. Todos en el restaurante volteamos a ver y en su boca, empacados a dos manos están los restos del pan lanzado por Dolores.

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