Jimena, distraídamente, hacia en origami, una gaviota. Cada doblez de este papel, pensaba ella, ha sido una parte de mi vida. Son muchos dobleces en sus cortos dieciséis años. Afuera se escuchaba el ruido de sus compañeros de bachillerato; unos jugaban fútbol, otros deambulaban por el patio de descanso y otros más, escuchaban la música de Reguetón que se ponía en la emisora escolar. Jimena era la personera del colegio. Desde chiquilla, era relajada para llevar su uniforme escolar. Mientras sus compañeras le iban subiendo al ruedo de la falda, la suya era a la rodilla. Su pelo largo sin hebillitas y adornitos y sin ser una niña brusca, por el contrario, calmada y tranquila, no compartía con ellas sino con ellos; Se rio cuando recordó la expresión sorprendida de la profesora Stella al verla abrazada con Camila, su novia. Una niña de la misma edad de ella. De cabello largo, castaño claro, tinturado con rayitos. ¡Ella la veía perfecta, hermosa! Tanto o más que la Mujer Maravilla. En cambio, su cabello era cortico, se aplicaba gel para aplacárselo y también se le veían las expansiones de sus orejas. ”La nena si se viste de faldas cortas y blusas de sedita enloquecedoras.” Llevan seis, emocionantes, meses juntas.

Seguramente, la profe Stella intuía que, a ella, desde cuando era pequeña, no le gustaban los hombres, bueno las profesoras todo lo saben –pensó- y más Stella que fue su profesora durante toda la primaria y le insistía que pasara más tiempo con las niñas y que se peinara como una niña linda. Pero ni modo, -esa soy yo-, la profesora me entenderá en algún momento. “Soy lesbiana”. “¡Mejor que se enteró!” “Stella estará conmigo cuando me ataquen las otras profesoras, no tendré que defenderme, en cambio, a mis compañeros, si, y muchas veces gritarles qué tengo derecho a la libre personalidad. Siguió pensando en la profesora. “Otras veces me ha ayudado, como cuando mis papás se separaron y me dejaron con mi abuela y pasábamos momentos de hambre o me agarraba a correazos por perder materias, ahí estaba la profesora Stella para defenderme y escucharme.” ¡Y otro doblez le hizo al papel!

Ese día, cuando la profesora Stella la vio con su novia, le dijo que conversaran en el aula después de la jornada escolar. De todas maneras y a pesar de su experiencia para “capotear” su lesbianismo, le daba algo de miedo hablar del tema con Stella. Le tenía respeto y de alguna manera sentía que le había fallado. Cuando llegó a la hora de cita y entró a ese, su salón por cinco años, se quedó mirando los cuadros de cumpleaños y echó de menos el festejo, así como el mural con los dibujos del tema de estudio del período y sintió nostalgia de no estar en primaria. Cuando la invitó a sentarse, supo por su mirada que no había nada que ocultar ni temer. La profesora la miraba con el cariño de mamá que siempre había tenido por sus estudiantes, sin contradicción ante la exigencia en la presentación personal impecable, lo mismo que en sus cuadernos, los trabajos y tareas.

Hablaron de la licenciatura en matemáticas que Jimena quería estudiar y de lo difícil que a veces resulta ser profesora, porque no siempre los estudiantes están satisfechos con sus vidas, con sus juegos, con sus sueños y además no siempre, se tienen las palabras adecuadas ni tampoco las actitudes correctas. Jimena deseó, como muchas veces, que esa profesora fuera su mamá. Fue tal la confianza que le habló sobre sus novias. Camila no era la primera, pero sí era a la que más quería; le habló de su vida amorosa en general, de sus visitas a los bares gay, en fin, de situaciones propias de su edad. La profe Stella le dijo que toda la tarde había pensado cómo hablarle sin lastimarla pero que cuando Jimena se acercó no fue necesario buscar palabras, solo se necesitaba lo que ya había: amor sin etiquetas. Eso fue suficiente para ambas; además, para qué preguntar algo que es evidente. Mejor hablar de logros mutuos, de alegrías y porque no, de tristezas que siempre las habrá. “Como la de las puertas que se cierran cuando se es Gay” – le contestó Jimena -. Profesora, lo importante es ser feliz, ¿cierto? ¡Así decía usted! A la profesora Stella se le aguaron los ojos de escucharla hablar con firmeza y carácter, a pesar de sus solo 16 años, “serás una excelente profesora de matemáticas, ojalá las puertas se te abran siempre.”

Y ¿cómo se lo contaste a tu abuelita? Le preguntó. –Eso sí que fue un lío, le dijo Jimena. “Me sentí pecadora”. “Mi abuela no solo me dio sus acostumbrados correazos, sino que no me dejó venir al colegio por varios días.” El profesor Marco Antonio, el de física nos visitó y la convenció de permitirme regresar. “Espero que mi abuela algún día me deje presentarle a mi Camila.”

Estela, entendió porque esta muchachita, llamada Jimena, no tuvo ningún reparo en solicitarle a las directivas del colegio que la eximiera del uso obligatorio de la jardinera y siempre vistiera de pantalón, chaqueta y camisa, luciendo como hombre; el colegio no tuvo más que responderle que sí.

“A veces, me siento un poco vulnerable cuando en la calle me gritan palabras como “marimacho”, “lesbiana” y otras palabras discriminatorias y ofensivas. Mi mecanismo de defensa es ignorarlas y escuchar música Rock en inglés y no llegar a la depresión, aunque sí me ha pasado, que me siento cansada, triste o melancólica.”

Los dobleces del papel se multiplican. Ahora es una bonita gaviota que llamará “ella” sin importar si le gustan los o las gaviotas.

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