Valeria Sträuser

Valeria Sträuser

Kalevi Koenashi

01/07/2023

Se recomienda auriculares.


Nadie en el orfanato se había enterado todavía de los extraños y oscurísimos experimentos de Valeria Sträuser; aquellos ruidos que a menudo se escuchaban por la noche continuaban siendo un misterio. Los niños cuchicheaban, estaban convencidos de que había un monstruo en alguna parte del edificio. Aunque los que llevaban más tiempo viviendo allí decían que no, que era el fantasma del antiguo responsable de la sala de calderas, dónde ya nadie se atrevía a bajar.

El rumor de las conversaciones se disipaba rápidamente cuando veían aparecer –con su vaga estética de angelito pesaroso y sus violáceas ojeras– a la chiflada de Valeria Sträuser. Manchurrones de aceite de motor en la ropa, esa peste de haber estado hurgando en los contenedores industriales otra vez; ¡corderito descarriado!, ¿quién iba a interesarse por una niña así?

(Pero antes de que empezaras a mendigar buscando chatarra, mi amada Valeria, solías pasar las tardes aferrada a las rejas de tu ventana, contemplando el vaivén de la gente en las calles. Y te fijabas en aquellos apuestos papás con sombreros de copa, que llevaban de la mano a sus hijitas emperifolladas a disfrutar de las novedosas y espectaculares carreras de caballos mecánicos. Porque tú también, ¿verdad que sí, amor?, soñabas y le rogabas a Dios tener una vida como la de ellas. Hasta que un día, el sueño te arrebató las ganas de dormir y decidiste que ya no esperarías más, que tú misma harías realidad lo que hasta entonces había sido una fantasía).

No eran monstruos ni fantasmas lo que se escuchaba por las noches en el orfanato, era Valeria Sträuser, haciendo de las suyas en la sala de calderas.

Había conseguido reunir varios tipos de materiales desarmando los despojos que encontraba en la basura: tubos de cobre y latón, engranajes y piñones, grifos y válvulas, batería usadas; con todo aquello manipuló las calderas, las convirtió en fuentes de energía y se montó un laboratorio. La pequeña e ingeniosa Valeria, ¡con su pequeña e ingeniosa cabecita!…, y una brillante capacidad de invención.

Debido a que aquella tecnología que improvisó no dejaba de ser algo rudimentaria, sucedieron varias noches de fracasos y sinsabores. Valeria tuvo que invertir mucho tiempo en refinar sus artilugios –a la vez que se debatía consigo misma sobre Dios, las divinas leyes y los umbrales que pretendía cruzar–. De esta manera, poco a poco fue ahondando en el campo de su ciencia e hizo importantes hallazgos que la conducirían a su propósito esencial.

Sin embargo, qué frustración tan grande sintió la pequeña Valeria Sträuser cuando, en una apacible noche de ensayos previos antes del gran experimento, escuchó unos pasos que se aproximaban hacia el laboratorio.

Valeria dejó entonces todo lo que estaba haciendo y cubrió su invento con una manta. Disminuyó la presión de las válvulas, extinguió el fuego de las calderas y apenas le dio tiempo a esconderse cuando restallaron tres golpes en la puerta.

–¿Quién anda ahí? –preguntó una voz, de mujer–. ¡Cielo santo!, ¿por qué hace tanto calor?

El mecanismo de la cerradura hizo un chasquido y la puerta se abrió muy despacio. La mujer que entró, matrona del orfanato, miró con turbación el extraño aspecto de la sala de calderas; las cajas llenas de piezas y aparatos; los compuestos de radio amontonados encima de una mesa; el balón de metal que había al lado de los despojos. Al acercarse con el propósito de examinar aquel artefacto, le pareció que más que un balón era una especie de corazón mecánico, con un armazón de bronce y correas de cuero, todo ensamblado sobre una maquinaria semejante a la de los relojes conectada a unos tubos.

En medio de la sala había también algo muy grande que se ocultaba debajo de una manta, como si alguien hubiera tapado con prisa el maniquí de un escaparate. Cuando la matrona se atrevió a destapar aquel misterio, el horror que se reflejó en sus ojos le hizo dar un grito atronador.

La matrona salió de allí precipitadamente para advertir a todo el orfanato sobre el mal asunto que se estaba cociendo en la sala de calderas.

(¿Te acuerdas, Valeria, hijita mía? Tú cerraste la puerta justo después de quedarte a solas, aseguraste los cuatro pestillos que tenía y el personal del orfanato no tardó en apelotonarse al otro lado, pegando golpes y porrazos. Pero te dio igual. Estaban en juego tus sueños, ¡el fruto de tu ciencia prohibida! Así que no perdiste más el tiempo: ensamblaste aquel corazón artificial en el pecho de tu creación, abriste todas las válvulas, conectaste las baterías pese al riesgo de no haberlas calibrado antes y, a continuación…, ¡te arrodillaste, Valería, suplicante! ¡Te arrodillaste ante tu experimento con los ojos desbordados de lágrimas infantiles!)

–¡Dios mío, funciona! ¡Te lo ruego!

Y, sin previo aviso, una explosión inundó de humo la sala de calderas.

Fue entonces cuando la puerta cedió con un estruendo; entró todo el personal, y encontraron a la pequeña Valeria Sträuser muerta, en los brazos de algo abominable que se revelaba ante la lumbre como un hombre con dos faros blancos en lugar de ojos, y cuya silueta dejaba entrever una agrupación de centelleantes esquirlas de hierro, engranajes y tubos de diversos materiales que expulsaban algún tipo de residuo gaseoso o vapor.

(Mi pequeña… fui yo, la misma máquina que fabricaste, quien sacó tu cuerpo de allí. Busqué un lugar nuevo para nosotros, monté un pequeño laboratorio como el tuyo y conseguí devolverte a la vida rehaciéndote a mi propia imagen. ¡A imagen de mí mismo!, ¿comprendes? Ya eres indiscutiblemente hija mía; y yo, ese padre que siempre soñaste. ¡Ven conmigo, seamos una familia! Ahora podemos dedicarnos a nuestra ciencia todo lo que queramos).

–¿Qué quieres inventar hoy, Valeria?

–No lo sé. Hoy no me apetece inventar nada.

–¿Acaso tienes en mente otra idea? ¿Qué te gustaría hacer?

–… ¿Vamos a las carreras de caballos mecánicos?

–¡Oh!


Pistas de audio creadas por Pablo Redondo.

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