Ay de mí, ay de tí.
¿Cuánto está destinada una persona a llorar a lo largo de su vida?
El despecho es insoportable y tan desmotivante.
Le encuentro una sentimentalidad divina y una belleza única a mi imagen acostada en una cama que la absorbe, repitiendo una y mil veces los últimos instantes contigo en su dura cabeza de sufrida, pudriéndose en el deseo exasperante de tenerte un ratito, aunque sea otro sábado más, otro rápido estrechón de manos, otro besito en la mejilla, algo, por más chiquito e insignificante que sea. Pero algo.
Claro, ¿cómo no vas a estar felíz, cariño? Si no tienes idea que aquella fue la última mirada, el primer y último intercambio de palabras. Eso nos diferencia, a tí te queda un rayo de esperanza y a mí un cielo gris que lo único que hace es recordarme a la aureóla de tus iris y, con ello, a cómo no volveré a verlos.
Y si el destino es lo suficientemente bueno con nosotros, cariño, nos reencontrará. Si es lo suficientemente bueno conmigo, es decir.
Porque nadie más que el viento y los rumores que lleva en él, sabe lo que te pienso, lo que te sueño y lo que te escribo. Tal vez las hojas y los lápices, los borradores y sus residuos, también estén de testigos pero ¿en realidad se puede transferir íntegramente, al entendimiento de un ser humano, todo lo que se piensa o siente por este medio? Yo, por lo menos, siento que siempre me falta algo por decir. Como me pasó contigo.
En este momento sólo lo abstracto puede ser mi confidente.
…
Con tus ojos índigos que tanto me intimidan, que parecen desarmarme y desvestirme con posarse sobre mí, que me causan una muerte y un renacer lentos. Me atrevería, con todas mis fuerzas previamente reunidas, a acercarme a ellos, tomar un pincel y hurtarles jocosamente su intensidad colorida que me destruye y construye, y hacer con ella un cuadro, uno que esté enmarcado por la insignificancia de nuestras vidas hasta este segundo. Ese pincel lo guardaré para ahorrarme toda esa -etapa azul- del artista y poder pasar ese tiempo enteramente contigo.
En tu suavizante olor descubrir una nueva droga y añadir a mi lista de adicciones una más, titulada con tu nombre. Embelesada hasta la médula de tus aromas. Conmovida por cada una de tus palabras por más irrelevantes que sean. Embobada por todas las sonrisas que tu rostro esboza. En pocas palabras, atontada de cabo a rabo por tí.
Y ahora que te pienso deliberadamente, cariño… ¿Quién siquiera eres?
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