-Con ustedes, el Cuenta Cuentos.
Carlos me llama, dice que me apresure. Camino hacia el escenario con una sonrisa larga y dulce. No es mi primera vez, llevo un tiempo presentándome en el bar los fines de semana. Comencé contando historias de otros autores. Luego, escribí las mías basándome en mi vida. Cada vez empezó a llegar más gente y hoy llenamos todas las mesas. Empecé mi acto. El silencio es grande y mi voz recorre todos sus rincones. Los aplausos al final son lo más grato para cualquier artista. Observé entre el público las siluetas sin rostro que me aclamaban y felicitaban por mi trabajo. Entre toda la algarabía, las palmas y sonrisas, había un alma distinta. Ella se quedó en silencio, como si no terminara de comprender lo que había pasado. Me aherrojó a sus ojos, sabía perfectamente que la miraba y su expresión no cambiaba. Hasta aquí siento su inocencia, quietud y calma. No sé cuánto duró ese momento, cuando parpadeé ya estaba atrás hablando con Carlos, se le veía emocionado, me felicitó por blah blah, no escuché más. En mi mente solo rondaba el recuerdo de sus ojos tiernos. Miré por el filo del muro que separa el bar con la trastienda. Sigue ahí, ya me vio. No, espera, no te vayas ¿Me está mirando a mí? ¿Estará enojado porque no aplaudí? Sigue sin despegar la mirada ¿Me dirá algo después? El show no fue tan malo, pero la verdad no soy de hacer escándalo. Fernanda sí es todo lo contrario, ella fue la primera en saltar. Es la primera vez que vengo a este lugar. Fer estuvo insistiéndome semana tras semana que la acompañe porque aquí se presentaba uno de los mejores cuenta cuentos de la zona y es la única razón por la que vine. No me gustan este tipo de sitios, mucha bulla, olor a cerveza y gente. Prefiero quedarme en mi casa, para ser sincera ¿Me sigue mirando? Ya me está dando miedo, mejor me voy. Jalé a Fernanda y tomamos nuestras cosas.
Estaba lloviendo, me puse mi abrigo y saqué mi paraguas. Aún así me hacía frío, por eso no me gusta salir ¡Cuánto daría por haberme quedado en casa leyendo! Me empiezo a sentir de mal humor y Fer lo notaba. Me quería animar, ella siempre intenta que le agarre el gusto al mundo exterior y enseñarme que hay más que libros, gatos y películas. Pero, siempre que salgo, termino así, de malas. Estoy empezando a creer que no sirvo para estas cosas, definitivamente. Ya estoy harta. No me importó la lluvia, necesitaba saber su nombre o al menos obtener su número para después preguntárselo. Salí por la parte de atrás del bar, cuando llegué a la entrada principal no había nadie. Miré alrededor y encontré un par de siluetas caminando bajo la lluvia. Corrí hacia ellas.
-¡Señoritas! ¡Señoritas, esperen!
Dios mío, pensé. Era el cuenta cuentos. Cuando se detuvo se presentó, como si ya no supiera quién era, estaba completamente empapado por la lluvia y se le notaba agitado ¿Vino acaso corriendo? Qué ridículo ¿Qué? ¿Quiere mi número? Por supuesto que no. Estaba a punto de decírselo, pero Fernanda me anticipó y dijo «Encantadas ¿tienes dónde anotar?» Mis ojos se abrieron como platos, ella sabe que yo no le doy mi número a nadie, menos a un loco bajo la lluvia. Me entregó el papel, le agradecí por su tiempo y me disculpé por la molestia. La chica había cambiado su expresión, no dijo nada en el pequeño rato que estuve ahí, parecía sorprendida ¿Habré parecido desesperado? Espero que no, qué vergüenza. Llamaré en unos días, que se olvide de esto. Ya es jueves y pienso llamarla. Quise hacerlo antes, pero Carlos me dijo que contra más días pasen, más probabilidad hay de que acepte una salida. Son las diez de la mañana ¿Debería llamar ahora? No, espera, debe estar trabajando ¿Trabajará? Quisiera saber más de ella, pero solo conozco su silencio. Ya son las siete, la llamaré. No contesta ¿Le escribo? llamaré una vez más.
Mi teléfono no paraba de sonar, me preparaba la cena ¿Quién será? lo dejé timbrar. Seguí con mis cosas. Espera, la empresa de teletrabajo me iba a dar una respuesta sobre mi entrevista. Tomé mi celular, desesperada, devolví la llamada «Buenas noches, disculpe la demora, estaba algo ocupada» me contestó una voz masculina del otro lado, el Cuenta Cuentos. Carajo, pensé que era importante. Empecé a maldecir a Fernanda ¿Una cena? Suena entusiasmado «Estoy ocupada» dije. No quería seguir con la conversación, me seguía preguntando ¿Hasta cuándo? «No lo sé» respondí. Me empezó a dar lástima. Sigue insistiendo, quiere salir la otra semana. Dale cuentista, tantos cuentos cuentas y no te das cuenta de que te cuento un cuento para no verte. Para terminar de una vez, accedí. Colgué el teléfono.
Llegó el día de mi cita, estoy ansioso por el anochecer, ya le di los detalles del lugar, la llevaré al restaurant más fino de la ciudad. No tengo idea dónde queda eso, tampoco me interesa, si me pierdo, mejor. Faltan tan solo unas horas, arreglé el mejor traje, usé la fragancia de una colonia exquisita y compraré un ramo de flores. Ya estoy saliendo bastante tarde, lo imagino solo, esperando, la imagen me da risa y pena al mismo tiempo. Tomé las llaves del auto, me maquillaba camino al lugar. Pensé en que tal vez no era una mala idea, quizá era buen chico, me parecía algo tierno y tal vez sea mi oportunidad de conocer a alguien. De pronto se escuchó un estruendo a lo lejos que dejó sin luces a toda la ciudad. Ya pasaron dos horas, no creo que venga, la llamé un par de veces, me manda al buzón. Me sentí devastado y furioso. Si no podía venir ¿No pudo avisar? Por lo menos un mensaje. Pedí unas copas de vino antes de irme. De regreso se detuvo el tráfico. En el auto, mientras esperaba, sentí su silencio y en el cielo su inocencia, quietud y calma. Encendí la radio y un cigarrillo.
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