Noches sin dormir convertidas en guerras sin víctimas, sin otra muerte que esta mente.
Los días se tornaron fríos, el tiempo más que relativo es vacío.
El último girasol lleva mucho tiempo marchito, pues el sol se asoma solo tres veces al año.
Aquí las estadías duran poco, no existe más que una puerta de salida, o eso creo, nunca he visto a nadie entrar.
Suelen haber visitas, todas efímeras que suceden frente a la ventana, nadie tiene el valor o las ganas de encontrar la tan misteriosa entrada.
Tal vez está allí y el problema es que nadie quiere abrirla, y entrar. Tal vez soy yo quien deba abrir la puerta, y dejar que esta casa maldita se desplome por completo.
Pero me quedo a ser parte de esta casa donde rara vez funciona la luz, sus muebles tienen el polvo de mi consciencia y su suelo las marcas de las huellas de quienes hicieron esto habitable antes de marcharse.
Me quedo, en una casa demasiado grande para una persona, de paredes agrietadas y ráfagas de invierno, me mantengo aquí, donde hace años no veo llegar la primavera.
Aguardando un día que no existe, mantengo la esperanza de que todo esto sea un sueño.
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