Un reloj palpitando, una onda radiante que incitaba a apresar los ojos en su cráneo, mientras que inclinabas la cabeza de un lado a otro, tratando de localizar algún punto en el cual deje de ser una molestia palpable; posicionado en una cama con cubiertas suaves y cómodas de lana, se sentía muy reconfortante aquel cúbico espacio, como cuando mi niñez abrazaba mi edad.

—¡ÚNICA REGLA PARA SALIR! ¡REQUIERO QUE DESORDENES!

Una voz robótica asechó la estática que envolvía el ambiente, como si esperaba que el chico se sintiera un poco más cómodo para que se accione, a lo que en pocos segundos transcurridos, de aquel ruido proveniente de esa máquina y de que la cabeza de aquel joven explotaba de incomodidad, decidió súbitamente levantarme.

Empujó mi cabeza hacia arriba, poniendo mi torso erguido, abrió sus párpados, donde apareció una iris de tonos turquesa… Se encontraba impactado frente al escenario revelado, uno que hace años no precisaba conocido… Estaba en mi habitación de cuando tenía 6 años de edad.

Atónico, agitó la cabeza por el horizonte de la sala, las paredes azul marino, los acabados de madera blanca, un armario de roble antiguo al que, por la edad y el ruido que generada al liberar las bisagras de su estado estacionario, sufría pavor de que alguna aparición malévola oportunara su espacio, con la diferencia que una puerta blanca se encontraba en la mitad, cerrada. 

Era un cuarto sencillo, para un niño pequeño, con la diferencia que cuando terminó el recorrido de su cuello, por la cota izquierda, donde debía de estar su vía de escape, había un acabado de pared; en esta área también estaba una pequeña mesa de noche, en la cual se encontraba un huevo metálico de una gran protuberancia. Era una esfera prolongada, amalgama de titanio y tungsteno, impoluta, con un pequeño panel cilíndrico en la parte superior y una salida de audio bajo esta.

La cara del sujeto quedó con una expresión incómoda, decidió explorarla por medio de sus sentidos, por lo cual salió de la cama para analizar con claridad este equipo. Se percató al acomodar su cuerpo en el borde del colchón, sus pies descalzos, unos jeans claros con roturas en la zona de la rodilla izquierda y algunos otros rapados en el largo de este y un jersey blanco, un conjunto que utilizaba a conciencia cuando quería salir a liberar sus preocupaciones en la playa de su ciudad. 

Entre el suelo y la cama, una capa verde alfombrada adornaba la madera, donde el tacto con la planta de sus pies, le trajo un cómodo recuerdo que recorrió con cosquillas todo su esqueleto hasta el cuello, haciendo eco de su temprana estancia y una voz maternal de fondo que le llamaba para despertarse para asistir a sus deberes académicos, aunque ahora para él es diferente los tonos y mensaje que está recibiendo.

—¡ÚNICA REGLA PARA SALIR! ¡REQUIERO QUE DESORDENES!

 Escuché esa máquina cuando repitió su maldita frase, me alcé de la cama para ver de qué se trataba… Toqué la pequeña pantalla para ver qué reacción presentaba, lo cual fue inservible considerando que solo prendió la pantalla, conteniendo el mismo mensaje que transmitía por su parlante. Miré por la parte trasera, a lo cual no vi nada, ni un cable, ni una placa o algún botón de encendido, de la misma forma, moverlo fue inútil porque el peso que ejercía colapsaba los tendones y músculos de mis manos.

Poner una pose de intriga mirando profundamente el artefacto, intentando entender esta situación… No sé qué hago aquí, por qué desperté aquí, y lo que quiere decir; y, ¿por qué salir? ¿Acaso alguien se tomó la molestia de canariarme en mi pasado? ¿Cuál habrá sido el motivo? Solo estaba haciendo lo que hago de rutina este último trimestre, entre mi trabajo y descansar… ¿Habrá algo más en el fondo que no entienda?

—Máquina estúpida, ¿qué estoy haciendo aquí?

—¡ÚNICA REGLA PARA SALIR! ¡REQUIERO QUE DESORDENES!

En el durante, que desarmaba la postura de pensar a una de querer, de forma física con los brazos, recibir alguna respuesta, el joven quedó atónito ante un pequeño clic que expuso la máquina como si se tratara de una asistente de atención al cliente; solo fue un segundo que la pantalla despierta, para luego de expresar su frase, su misiva recurrente:

—¡ÚNICA REGLA PARA SALIR! ¡REQUIERO QUE DESORDENES!

¿Por qué con cada toque o sonido, me responde? ¿Se activará por un sensor? A ver, tiene que haber algo que pueda hacer para que esta situación acabe.

No hay mucho más que un armario y mi cama a mis espaldas… Desórdenes… ¿Desordenar para salir de aquí? Primero comprobaré la puerta, si es que genuinamente está cerrada. Acercándome allí y tomando el pomo de la puerta, estaba absurdamente congelada, sentía que un iceberg abrazaba mi mano, y que estaba quemándola, despellejándola y quitándome mis huellas y marcas, a lo cual me tardé un segundo en reaccionar, y la saqué a toda prisa, para notar que, realmente, estaba un poco más roja que mi tono de piel normalmente… Pero fue una situación peculiar.

¿Debajo de la almohada habrá alguna pista? Al final de todo, es solo una sola regla que seguir para salir, podría patear la puerta, pero aún tengo algo de compostura racional para considerar una opción tan barbárica, además la máquina me está diciendo que existe alguna opción… Entonces podré salir… Además, el hacer ruido, le avisaría al robot que hable, lo cual me da otra idea, es que quieren que salga de este lugar, si no ya me hubiera asesinado con algún gas o me estarían torturando por medio del sonido con frecuencias infernales o canciones infantiles con matices oscuros… Es algo extraño.

—Mmm…

—¡¡ÚNICA REGLA PARA SALIR! ¡REQUIERO QUE DESORDENES!!

—Oh, caraj…

La carcasa expuso su mensaje, nuevamente, ante la duda expresada en la boca cerrada del muchacho aunque con un volumen mucho más potente que antes, donde esta vez el encogimiento de hombros y movimiento de cráneo en diagonal, delataban la clara incomodidad de recibir estas ondas sonoras.

De su fresco pasado, se acercó deprisa, pisando una fina capa de hielo sin querer trizarla, a la almohada, y puso la mano debajo de esta para ver si existía algo. Efectivamente, sintió algo. 

Su cara al sentir el relieve texturizado de una pequeña y alargada tira de cartón, que no dudó en sacarla de su cómoda y oculta posición… Se percató de una pequeña tarjeta color celeste, sin nada revelante, hasta que su lógica, hice que la volteara. Letra aparecieron, una fuente circular, pequeña y elegante.

“Por muy frío que esté el futuro, allí es.

Por muy tenso que la situación, actuar calmado es lo correcto.

Avanza con rapidez, que el tiempo se escapa por los suelos de la comodidad al que no se entera”.

Con expresiones dudosas, entendió a medias que se trataba de su situación, donde cada frase expresaba algo… La primera era la puerta, la segunda el robot para que esté callado, pero la duda caía en la tercera. Al caer en cuenta de esto, él al ver en la frase el tiempo y el suelo, quiso caer enseguida en la alfombra… Algo allí aterrizará alguna idea que tiene.

Al ver que solo se trataba de trozo de cartón débil, dejó la tarjeta sobre la cama, sin más. Se propuso silente, apoyar las manos en esta y arrodillarse en la alfombra para luego explorar aquella senda de polvo… Si su infancia era su aliada, él sabía que algo de suerte y utilidad dejó en el inferior de su reposera, a lo cual reafirmando esa noción, asomó la cabeza, para encontrarse algo totalmente inusual… Al focalizar, a un palmo de distancia, se le aproxima un cráneo humano, con un ojo de cristal, y con la boca abierta en la cual se hallaba un temporizador, que informaba que estaba en 24:14… Quedó estupefacto, sorprendido de aquel turbio hallazgo, a lo que al volcarse de un catorce a un trece, y luego un doce, él sabía que algo andaba mal, que debía apresurarse a salir de allí.

Etiquetas: mente pasado psicología

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