Despierto, el sonido del mar chapoteando contra el velero es lo primero de lo que soy consciente antes de abrir los ojos. Me toma un minuto recordarme a mí misma: vivo en un velero, en medio del Océano. Me llamo Tulia.
Los calendarios decían que era domingo cuando vimos la sombra de la primera isla sobre el horizonte. Los días habían perdido el significado en un mes a mar abierto, no recordaba la última vez que me había bañado y el olor a tierra lo había olvidado por el olor a sal. Cuando vi la isla a lo lejos me pregunté: ¿Qué estarían haciendo los habitantes de Nuku Hiva? ¿Cómo sería un domingo normal en la isla más remota del mundo?
Pero los días no fueron pocos, ya nos habíamos acostumbrado al mar, Pues un mes en un velero de 9 metros, no sólo es un mes: son todas las semanas de ese mes, es cada día y cada hora, es todo-momento en movimiento constante. Ha sido un viaje intenso desde el momento en que la costa de México desapareció entre olas aplaudiendo, el shock de impresión al ser consciente de que “no hay vuelta atrás”, pero después el silencio. Hacer una pausa en la vida, una pausa del ritmo del mundo del hombre, una pausa para observar el mismo movimiento.
El mar me es familiar, los sonidos del agua pasando por la quilla, el viento y el sonido de los winches al poner tensión en las cuerdas. Pienso que he dejado atrás un mundo: “mis cosas””mi espacio”, comodidades, Internet, Facebook, y veo que nada de eso necesito para ser yo, que pudieran tomar de mí todo eso y yo seguiría aquí.
Me siento en el compartimiento abierto mientras En Pointe el velero flota, se desliza silencioso por la superficie del agua y atravesamos las puertas montañosas de la Bahía de Taioha’e. Me saco las palabras como si las jalara con una caña de pescar… me siento en un hilo de pensamientos que se van formando, estoy aturdida de azul, es como si tuviera un secreto que nadie más puede entender, maremotos en el pecho y cumulu nimbus.
Otros veleros descansaban ya en el agua. Las Islas Marquesas son tal vez las más amadas para aquellos que atravesamos el Océano Pacífico pues son la primera tierra de regreso al mundo del hombre. Soltamos el ancla y el movimiento por fin se detuvo ¡se detuvo! Flotamos solamente con un leve balanceo, saltamos en el pequeño barco (dinghy) para ir a tierra y mientras me alejaba por primera vez de En Pointe, voltee a mirar el pequeño mundo amarillo en el que viví, sentí despegarme de algo a lo que había pertenecido, me dieron ganas de llorar.
Llegamos a tierra, caminé con piernas débiles, piernas de marinero, pues mis músculos habían perdido fuerza, un poco al principio como borracha, ¿o más bien como un niño que aprende a caminar? Aprendí a caminar de nuevo entonces, salté, brinqué, esperaba que todo se moviera… pero no… y entonces me pareció todo tan fijo, tan perturbadoramente sólido. Mi mente se sintió confundida, una vez más le jugaba una broma. Estuve abrumada por todo lo nuevo que veía: ¡árboles!, sí, eran árboles de Uru y eran muy verdes, montañas gigantes, flores tropicales, animales, caballos, ¡personas!, casas de estructuras que nunca había visto, idiomas distintos (francés y el idioma de las marquesas). Demasiado para alguien que solo ha visto azul por mucho tiempo. Caminé y me cansé enseguida, palpite fuertemente, respire profundo… había vivido al nivel del mar y de repente subía, el cambió lo sentí en todo el cuerpo, en la mente, en mi corazón impresionado.
Como menciona el escritor Paul Theroux en “The happy islands of Oceanía”, más que un océano, el pacífico es como un universo, y un mapa luce como el retrato de la noche, como si el cielo y la tierra se hubieran invertido, así es el pacífico, como el espacio exterior, una inmensidad de vacío lleno de puntitos de islas que tintinean como estrellas.
Las Marquesas son una tierra de lava, islas jóvenes y verdes donde todo crece. Una tierra sin frío porque todo el año es temporada de fruta. Aquí no existe la vida nocturna más que las reuniones que se hacen a la orilla del mar con tambores y ukuleles. Una tierra donde habitan pocos humanos y se aprende el idioma de los antepasados tanto como el idioma del país y sus escuelas. Una isla donde se vive en la tierra pero se sabe que tanto se pertenece al mar.
Y luego, cuando regresas a tierra te inunda la nostalgia del mar. ¿Porqué esta dualidad? ¿Por qué vamos al mar para escapar de la tierra y regresamos a tierra para escapar del mar? ¡Por eso me gustan los marineros! sabemos que tan verdaderas son las velas como el viento que las mueve, como vivir al mar o a la tierra, como el peso y la levedad, ser visible o invisible.
Mientras estas estrellas sigan parpadeando por ahí, en algún rincón del mar, para mi todo esto será suficiente.
Foto: En algún rincón del mar, Océano Pacífico.
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