Lágrimas de hada

Lágrimas de hada

Stakeeff

07/06/2023

Colección «Cuentos de Luciérnagas»: Lágrimas de hada. 


Para quienes pensaron en acabar con todo, para los que luchan con sus propios demonios, para los que lo intentaron y ya no están aquí.

Con todo el amor y lágrimas del mundo, para Josh.

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Dentro de un hermoso tulipán, vivía el hada más bella de todo el jardín, aquella que los duendes visitaban cada noche para dejarle pequeños obsequios. Ese día, ella peinaba su brillante cabellera con mucha prisa, el reloj marcaba las doce, salió volando del tulipán y atravesó los rosales teniendo cuidado de las espinas.

— Espera, aguarda a que todos estén dormidos —susurró el duende más viejo del jardín.

La pequeña hada se escondió en una maceta con lavandas y recogió sus alas, desde ahí podía ver cómo a través de la ventana un mozuelo de cabellos castaños se cepillaba los dientes mientras miraba al piso como buscando algo, el hada soltó una risita e inmediatamente se cubrió la boca con sus manos, el muchacho parecía haberla oído, se quedó quieto y miró alrededor por un momento, al no oír nada se dirigió al cuarto de baño, dejó su cepillo en el lavabo, se sonrió a si mismo frente al espejo, contempló por un momento los azulejos, tenía una mirada perdida, apagó todas las luces y caminó hacia la ventana, el hada se asustó, la maceta con lavandas no era suficiente para ocultarse si el muchacho estaba tan cerca.

— Buenas noches… —le dijo él a la luna.

El mozuelo no se había percatado del hada, se sacó los anteojos dejándolos en su mesita de noche, abrió uno de los cajones y sacó un albornoz, se arropó y fue a acostarse en su cama, el hada lo vio detenidamente, aprecio la delicadeza de sus pestañas, su rostro fino sobre la almohada, dio pequeños pasos fuera de maceta y se adentró en la habitación, se sentó al lado de una lámpara viendo cómo él se iba quedando dormido cada vez más profundamente, observaba sus mejillas sonrosadas, su suave y lacio cabello, finalmente ella abrió sus alas.

— Ya es hora —musitó el hada.

Se levantó y voló mientras se comenzaba a acercar poco a poco hacia el muchacho, paseó entre sus pestañas dejando un polvillo brillante en ellas, acarició sus cabellos acurrucándose en ellos, el joven soñaba profundamente, la pequeña hada movió un poco sus manos y pudo adentrarse en sus sueños y pensamientos, de pronto sus ojos soltaron un par de lágrimas, preciadas lágrimas de hada, su brillante cabellera se oscureció e inmediatamente alejó sus dedos de los cabellos del muchacho, sus manos comenzaban a enfriarse y sus alas a debilitarse, voló entonces lo más rápido que pudo de vuelta al tulipán, intentó descansar pero solo podía pensar en el muchacho, las lágrimas corrían por su rostro y finalmente, cuando una de ellas tocó uno de los pétalos, el tulipán comenzó a marchitarse.

— ¡Acompáñame, el tulipán ya no es seguro! —gritó el longevo duende desde afuera.

El hada salió lentamente, dando pequeños y frágiles pasos, cuando por fin estuvo afuera desfalleció en los brazos del duende, este la sostuvo con delicadeza y la apoyó sobre su hombro, juntos atravesaron los rosales, el reloj marcaba la una y sólo el canto de los grillos los acompañaba en esa fría noche, el jardín estaba más húmedo que de costumbre y era de extrañeza para el duende no encontrarse con las luciérnagas, después de una larga caminata llegaron hasta un grueso tronco, era el hogar del duende, se adentraron en él y en seguida la pequeña hada se refugió en uno de los muebles.

— Serviré un poco de té caliente, descansa. —dijo el duende.

— Parecía enamorado, tenía una mirada tan perdida como soñadora… — habló finalmente el hada.

— No es fácil, lograste ayudarlo. —suspiró.

El duende se acercaba junto con el tintineo de las tazas de té, el hada sostuvo una en sus manos y dio un corto sorbo, tal vez era el elegante, pero sencillo juego de tacitas de té o la alfombra de tatami lo que hacía de este pequeño tronco se sintiera tan acogedor.

— Él solía escribir cartas, cartas a la luna, o así él las llamaba… —una lágrima se deslizó por su rostro— las escondía bajo la maceta de lavandas, se despedía de la luna antes de ir a dormir, yo solo me quedaba ahí, esperando a que durmiera para poder llevarme las cartas…

— ¿Aún tienes la última? —preguntó el duende.

— La dejó ayer, la he llevado conmigo desde entonces, —ella sacó un trozo de papel un poco sucio y arrugado de su bolsillo— aún intento asimilarlo, no creía tener la fuerza suficiente para esto pero, te lo leeré… —bebió un poco de té, suspiró y comenzó a leer en voz alta— Querida Luna, es irónico mi anhelo, algunos dicen que la muerte es tan bella que nadie desea regresar de ella, la espero con ansias, espero que llegue, toque mi puerta y me invite a bailar con ella, la visité en un par de sueños, era tan hermosa, ojalá fuera tan fácil como dormir y despertar a su lado, cada vez me atrapa más su misterio, debo admitir que tengo miedo, pero por ella, por ella dejaré todo temor de lado, solo por ella. Me encontraba en un laberinto sin respuesta, hasta que apareció ella, esta noche mi sonrisa me delata, me he enamorado, esta noche podré por fin ver a mi amada, mi corazón estaba roto cual cristal, pero ella, ella puede arreglarlo, pronto estaré viajando, las píldoras sobre mi repisa sonriéndome, tenía miedo, pero creo que ya no, por fín me uniré a ella.

— Un joven enamorado… de la muerte. Siempre fue sutil, el polvillo en sus pestañas lo llevará a un buen lugar, no llores más Stella, lo cuidaste muy bien. —añadió el longevo duende.

Ella terminó la taza de té, tomó de la mano al duende y juntos caminaron fuera del tronco, se tumbaron en el césped mirando las estrellas, deseando ver al mozuelo en una de ellas, todos los demás habían migrado a otros jardines para entonces, la luna brillaba intensamente, el sonido del viento soplando entre los arboles traía paz a la noche, caía una pequeña llovizna como suave rocío en sus rostros, el hada sonreía con nostalgia, de pronto sus alas se desvanecieron.

— Hoy no aparecieron las luciérnagas, sabemos lo que eso significa. —dijo él.

A la mañana siguiente, el sol iluminaba cada rincón del lugar, y del mágico jardín solo quedaba maleza, y entre todo lo marchito, un hermoso tulipán.

Etiquetas: cuento hadas suicidio

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