Lo han imaginado con certeza, luces que se encienden y se apagan en la oscuridad.
Tras la extinción de mi fulgor advierto los destellos en la noche incesante. De esto se trataba, es tan hermoso el panorama, pero más precioso aún, alcanzar este conocimiento definitivo. Un saber tan etéreo allí donde estuve y ustedes están.
Aquí la antimateria se siente privilegiada y todo se manifiesta en onda. Las mismas sienten como una añoranza del colapso.
Pero claro, la vida no sería vida si no fuera por el desconocimiento absoluto de esta verdad. Y confieso que dudé en escribir esto por tal motivo, no pretendo alterar en nada vuestra existencia.
La vida es el viaje, no el destino, es esperar a esa persona, sin saber jamás, si va a llegar. Pero aquí no, aquí se revela todo, no más incertidumbre ni sospechas. Las cavilaciones se desarropan asumiendo su lugar y los rumores prescriben.
Pero aún me duele su dolor, es difícil no expresarme así, al verlos padecer mi ausencia.
Sería hermoso poder decirles que en este estado, tarde o temprano, nos encontraremos, pero tampoco puedo engañarlos con esa noble ilusión. Aquí no hay proximidad ni lontananza, ni un lugar de encuentro. No creo que pueda explicar el infinito con palabras. Pero recuerdo una reflexión de A. Dolina diciendo, “El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia. Uno no está en casi ninguna parte.” Algo así, pero muchos más etéreo, ya que esa es una reflexión del lado de la existencia, de este otro lado, es aún más inconcebible y turbador.
No quiero, para nada, sonar desalentador, solo quiero que comprendan el valor que representa el coraje de querer.
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