Al estilo Mario

Al estilo Mario

Emérito

18/05/2023

Estaba feliz de que mi tío lejano falleciera; suena un poco cruel, pero fue la oportunidad de quedarme solo en casa, obvio que a mis 16 años había pasado por esa experiencia gracias a los turnos dobles en el hospital que mi mamá debía cubrir, pero en esta ocasión su ausencia sería todo un fin de semana. El entierro sería en la ciudad donde él vivió, era un viaje de 4 horas, yo estaba saliendo de una fuerte gripa y a mi madre le pareció imprudente llevarme, no quería que tuviera una recaída, pero la verdad es que por ese tiempo era un joven bastante antisocial, no hablaba casi con nadie y hacía mala cara todo el tiempo, así que creo que para evitar tener que lidiar con un adolescente quejumbroso simplemente me dejó en casa; tenía la nevera repleta de comida para recalentar y una alacena abarrotada de galgueras y gaseosa, pero lo que más me hacía feliz era que iba a estar en compañía de mi mejor amigo Mario, los dos mejores días de mi vida comenzarían ese viernes cuando mi mamá tomara el bus de las 5:00 pm y regresara el domingo a la misma hora.

Antes del viaje, recibí las recomendaciones y el listado de tareas que debía realizar; alimentar a mi mascota y sacarla al solar para que hiciera sus necesidades, regar las matas, calentar únicamente lo que iba a comer y lavar la loza que usara, cerrar con pasador las puertas, contestar el teléfono y recibir los recados, no traer amigos o dejar entrar extraños a la casa, etc. Dije “Sí” a todo, pero la verdad es que no le puse cuidado a nada. Tan pronto como salió mi mamá para el terminal corrí como loco a conectar el Nintendo, abrí un paquete grande de papas, una gaseosa y en par de minutos estaba en mi paraíso personal.

El crujir de mi estómago me sacó del trance nintendiano, calenté de todo un poco, Samy también tenía hambre, olfateó la comida y llegó a la cocina, le serví su concentrado y aunque mi madre me había dicho que no le diera de mi comida, me pareció injusto no compartirle, igual mi mamá no estaba, que iba a saber que le di de comer calentado. Saciada el hambre, seguí con mi maratón, me traje todas las galgueras que pude, no quería perder tiempo teniendo que ir a la cocina, Samy vino a acompañarme, obviamente compartí las galgueras con ella. Ya noche, me asusté cuando Samy empezó a ladrar, recordé que debía sacarla a dormir al patio y cerrar con pasador las puertas; pero como tenía miedo, decidí dejarla dentro de la casa; su compañía me hacía sentir seguro, mi mamá no estaría de acuerdo, pero igual no se iba a enterar.

A las 11:00 am el timbre del teléfono me despertó, era mi mamá averiguando cómo estaba, le dije que estaba bien, pero la verdad era que me llegó la madrugada jugando y estaba trasnochado, igual me creyó; antes de tumbarme nuevamente en el sofá, le abrí la puerta a Samy, no quería que hiciera sus pecadillos dentro y tener que limpiar. Desperté famélico a las 2:00 pm, en modo zombi fui a la cocina y calenté toda la comida que puede y tomé agua pues tenía la lengua seca por tanta gaseosa, nuevamente mi fiel compañera llegó a compartir el almuerzo, creo que también estaba dichosa de fuéramos solo los dos. Con el tanque full y los pulgares adoloridos, retome mi épica batalla, la tropa koopa vería su fin. La noche del sábado vino igual que la anterior, empecé a pensar que era un tipo de animal nocturno, pues el sueño había desaparecido y tenía la energía suficiente para seguir hasta la madrugada, lo cual hice.

Entre dormido escuché un timbre, luego golpes, después a mi mamá llamándome, pensé que era un sueño, pues mi mamá llegaría hasta el domingo…mierda hoy es domingo, debido al trasnocho llegué a rastras para abrir la puerta, el sol me pegó de frente sentí que mis ojos se quemaban; ¡oh Dios!, mi mamá llegó, la casa estaba sucia, las matas estaban achiladas, pero lo más preocupante es que salió a buscar a Samy al patio y no la encontró, instantáneamente dedujo ¡la dejó dormir adentro!, no podía decirle que no, comenzó a llamarla, pero no aparecía, así que fue a buscarla en su habitación, la pobre mujer casi se desmaya al ver a Samy durmiendo en su cama, pero lo peor estaba por venir, había un extraño olor, buscamos de dónde provenía, encontramos el origen en los zapatos favoritos de mi mamá, estaban llenos de vómito, claramente se podía distinguir todas las chucherías que Samy había comido, instantáneamente dedujo ¡le dio de comer del recalentado y las galgueras que eran para usted!, ni que contestar.

Me gustaría contar que mi mamá fue comprensiva y tolerante, pero la verdad fue otra, resulta que después de hablar con ella dejé el teléfono descolgado, como no podía comunicarse conmigo, viajó antes, pues pensó que algo malo había sucedido; como los zapatos vomitados no eran lo único que olían mal, me llevó de la oreja hasta el patio donde con la manguera del jardín me hizo tomar la ducha que no había tomado en dos días, luego tuve que limpiar la casa y poner todo en orden, pensé que ahí terminaría el castigo, no me esperaba que días después mi mamá tomara el Nintendo y lo vendiera para reponer los zapatos que Samy le había estropeado, quise replicarle, pero sabía que había metido la pata hasta el fondo, también sabía cuánto le costó ahorrar para comprarlos, fue un trato justo, así que simplemente me resigné.

Después de tantos años, sigo siendo fanático de los videojuegos, en ocasiones junto con mi mamá, rememoramos entre risas y nostalgia este episodio, todavía puedo verla saltando al mejor estilo Mario con sus zapatos nuevos, únicamente para recordarme de dónde había salido el dinero para comprarlos.

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