Fin del segundo trimestre. No voy a decir que había tirado la toalla, pero ya no sabía qué más hacer con esos chicos. No eran todos, solo un grupito. Pero me bastaba con mirarlos de reojo para percibir sus caras de hastío, de abulia. Como si todo les diera lo mismo.
Nunca me había pasado. Bah, me había pasado, sí, pero no con semejante intensidad. Nada les movía un pelo: ni las clases en las que ponía en juego toda mi creatividad docente ni sentarme al lado de ellos para darles una mano ni las observaciones en el cuaderno de comunicados. Nada.
—Bueno, ese es el trabajo práctico final que tienen que presentar por escrito y defender en equipo. No se olviden de justificar el texto, utilizar Arial 12 con interlineado 1,5 y colocarle carátula, por favor. Sin carátula no lo voy a recibir.
Por supuesto, llegó la clásica:
—Ok, profe. ¿Cómo se llama la materia?
Y mi obvia respuesta:
—No voy a contestar eso, Felipe. Estamos en septiembre.
—¿Por qué en equipo? ¿No lo puedo hacer sola? —se oyó.
A Leila le estaba costando bastante la materia. Para colmo, era la única mujer en el curso y estoy segura de que temía que la integrara precisamente en «ese» equipo.
—Porque en el mundo en el que vas a comenzar a vivir el año que viene se trabaja en equipo. Tanto en un terciario como en la universidad o en un empleo, una de las competencias más solicitadas es, justamente, la capacidad de trabajar en equipo.
—Bueno, pero a mí no me gusta —protestó Leila.
Obviamente, no la iba a poner con ellos. Claro que no. A ellos los iba a tener los cuatro juntos. De ninguna manera los iba a mezclar en los equipos de los más capaces, porque no harían nada. Ahora, tendrían que arreglárselas solos. Es la única manera de que aprendan lo mínimo, pensé.
La verdad era que ya no sabía cómo hacer para que se entusiasmaran por algo. Y, evidentemente, parece que este tampoco era un buen camino.
Ahí venía el primero.
—¿Hay que pasar al frente sí o sí?
—Por supuesto —respondí.
El segundo.
—Es mucho, profe…
—Es lo que tenés en la carpeta. No me vas a decir que es mucho… Además, me cansé de darles actividades todo el año, que la mayoría no entregó. Solo les estoy pidiendo un trabajo final y, encima, con la posibilidad de hacerlo entre varios.
El tercero miraba por la ventana. Solo se encogió de hombros y sonrió desganado.
El que faltaba:
—¿Cuándo hay que entregar?
Eso, sí, me sorprendió. Esperaba un: «Mah sí, ya fue». Pero no. Qué raro.
—La fecha de entrega y defensa oral es, para el Grupo 1, 17/11, para el Grupo 2, 20/11 y para ustedes, Grupo 3, 24/11. No se van a quejar, eh. Hasta corren con la ventaja de que les haya tocado la última fecha.
En fin. La cosa es que terminó el segundo trimestre y ya también casi finalizaba el tercero. Era tiempo de definiciones.
Pasó el Grupo 1, digamos que bien. Después de la devolución, anuncié:
—Grupo 1 aprobado, chicos. Una materia menos. Aplauso para el equipo.
El curso aplaudió. Ciertamente, aplaudir no era algo que les costara demasiado. Siempre servía para perder unos minutos de clase.
Grupo 2. Raspando, pero aprobables. Marqué todos los aspectos en los que podrían haber hecho un mejor trabajo. Aplausos para ellos también.
Lunes, al fin. El día de la verdad. El curso conversaba en voz baja, mientras que yo tomaba lista.
—¿Y los chicos del Grupo 3? —pregunté.
—Todavía no llegaron, profe —me respondió uno de los alumnos.
—Ok. Si no llegan en 5 minutos nos veremos el día del examen —dije, totalmente resignada.
De pronto, reparamos en cuatro siluetas oscuras que se acercaban por el pasillo. De traje. Quedamos todos mudos. Se abrió la puerta del salón. Entraron.
—Buenas tardes —saludó uno de ellos. El de «para cuándo hay que entregar».
Parecían «Los simuladores». La verdad, no veía muy loca la idea de que los hubieran contratado… Pero no, eran ellos. Cada uno, con su maletín. Haciendo gala de una coordinación envidiable, abrieron sus atachés al mismo tiempo y, en un solo movimiento, los cuatro me entregaron su copia del trabajo final, firmada de puño y letra. Impactada, abrí una al azar: texto justificado, Arial 12, interlineado 1,5… ¡¡¡CARÁTULA!!! No podía ser cierto.
Instalaron el proyector. Tomaron posición. Comenzó el show.
Con la mayor seriedad, se presentaron como empresa: Federico Galván, gerente de producción; Mateo Casas, gerente de comercialización; Lucas Jáuregui, gerente de administración y finanzas; Alexis Díaz, gerente general. El curso, mudo.
Primera diapositiva: plan de negocios. Modelo CANVAS. «No puede ser», pensé. El gerente general explicó las estrategias empresariales. ¡Apa!
Segunda diapositiva: planilla de control de costos. «Optamos por un sistema de producción por lotes», deslizó, como al pasar, el gerente de producción. Oh.
Tercera diapositiva: mezcla de marketing. «Nos posicionamos por calidad y precio», dijo el vago que jugaba el rol de gerente de comercialización. Chupate esa mandarina.
Cuarta diapositiva: cash-flow, presentó el gerente de administración y finanzas con soltura. Casi me caigo de la silla.
Quinta diapositiva: GRACIAS, PROFE, POR LA PACIENCIA.
La boca abierta se me escapaba de la cara.
El «gerente general» sacó del maletín un cubo azul que dejó sobre la mesa. Tomó el celular y activó la música que tenía preparada. La canción, que comenzó a sonar a todo volumen en el parlante bluetooth, inundó el salón.
En tanto, ellos, sin perder la coordinación, cerraron sus maletines. Se pararon los cuatro frente al pizarrón y, haciendo una reverencia, salieron del aula uno detrás del otro, entre los aplausos y aullidos de todos. Incluso los míos.
No hay palabras para explicar lo que viví ese día. Es decir, no en castellano. Solo hay una palabra capaz de captar aquel momento… La misma palabra que da título al temazo que musicalizó la salida de los cuatro atorrantes:
«THUNDERSTRUCK!!!».
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