Batman y el Club de Toby

Batman y el Club de Toby

VFS

29/04/2023

Entró por la ventana; lo oí cómo se golpeaba una y otra vez hasta que lo logró. No sé cómo lo hizo, pues un grueso vidrio se interponía en su camino, pero su voluntad pudo más y no cedió hasta que por fin se encontró dentro. 
Se posó en la cabecera de mi cama, quedándose inmóvil, petrificado, como si una fuerza superior le impidiera moverse. Lo único que yo podía ver era un par de ojos que brillaban en la oscuridad. Me miraban fijamente, de forma inquisitiva. De no haber sido por su tamaño tan pequeño, hubiera pensado que se trataba de una paloma mensajera que algo quería decirme. 
Aguardé sigiloso, silencioso, como un niño en noche de reyes,  tratando de escuchar el arribo de aquellos seres misteriosos cargados de regalos. 
No pasaba nada; el tiempo parecía haberse detenido. Cuando, después de varios minutos terminé desesperándome y mi curiosidad se antepuso a mi paciencia, estiré la mano y encendí mi lámpara de buró. Lo que sucedió entonces, me dejó perplejo…

Recuerdo cuando era niño y salía con mis amigos a atrapar  renacuajos. La alegría que sentíamos al encontrar un charco lleno de estos insignificantes animalitos, no tenía desperdicio. Corríamos a casa y llenábamos una cubeta con agua, dentro de la cual vaciábamos el producto de nuestra pesca del día. A la mañana siguiente, tan pronto despertábamos, salíamos al patio  esperando ver el preciso momento en que alguno de estos seres se convertía en sapo, pero nunca lo logramos. Esto no nos detenía en nuestro afán por conquistar el mundo. Había muchas cosas nuevas que descubrir, mucho por experimentar. Cuando empezamos a crecer descubrimos que había unos seres diferentes a nosotros que no compartían nuestros intereses. Eran muy raros. Vestían diferente a nosotros y parecían muy delicados. Se veía tan frágiles, que hasta miedo nos daba acercarnos a ellos, no sea que los fuéramos a romper o a dañar de alguna forma. Los llamaban niñas. Cuando yo veía una, salía corriendo, y si me dirigía una palabra me roborizaba y sentía que mi cabeza iba a estallar. Fue entonces que decidimos unirnos y creamos un club solo para nosotros los niños: “Club de Toby”, lo llamamos. Su lema era “Los niños con los niños, las niñas con las niñas”

Todo marchaba bien hasta que pasamos a la escuela secundaria, entonces, como por arte de magia, algo en nuestros cuerpos comenzó a cambiar: los sapos se convirtieron en mariposas y, sin saber cómo, empezaron a vivir en nuestros estómagos. Cada vez que veíamos a una niña que nos atraía, estos insectos empezaban a revolotear ocasionando un verdadero desastre. Nuestra piel se enchinaba y nuestros genitales crecían, temiendo que, de un momento a otro, explotaran. Recuerdo que, la primera vez que mi mayor temor se hizo realidad, tuve un sentimiento de placer inigualable, y mi ropa interior terminó mojada. Poco me duró el gusto, pues un falso remordimiento invadió mi mente. Me sentí culpable de un crimen que no había cometido y la vergüenza me corroía. Unos meses después conocí a Lucí, mi prietita linda y, a partir de entonces, me convertí en el primer desertor del Club de Toby.

El tiempo que teníamos libre, lo pasábamos juntos y, conforme nuestra confianza iba creciendo, también lo hacía nuestra curiosidad por conocer aquello que cada uno guardaba oculto, solo unos centímetros por debajo del ombligo. Mis ágiles dedos se deslizaban por sus tiernos muslos mientras ella observaba, curiosa, el bulto que iba creciendo bajo mi pantalón.

Cierta noche, cobijados bajo la luz de una luna llena, y acurrucados por el dulce canto de los grillos, unimos por fin nuestros cuerpos. Fue, esta, una experiencia inolvidable que no solo unió nuestros cuerpos, sino que nos ligó para siempre, pues unos meses después tuvimos nuestro primer crío. Ella, recién cumplidos los quince, fue echada de su casa. Yo, con escasos dos años más, dejé mis estudios y me busqué un trabajo. Entregaba a domicilio víveres de la tiendita de don Memo. No había salario fijo, debía conformarme con las propinas que recibía; de algo servían. Por las noches, trabajaba en la textil, turno nocturno ayudando al encargado del mantenimiento de los telares. Ganaba poco pero aprendí mucho. En mi escaso tiempo libre continué con mis estudios, pidiendo prestado a mis amigos sus apuntes de clase. No había diploma ni reconocimiento alguno; lo importante era aprender, nunca estancarse. Eran tiempos muy duros, de mucho trabajo y aprendizaje continuo. Mi prieta apoyaba lavando ajeno y vendiendo, a la salida de la escuela, gelatinas que  ella hacía. Así llegó nuestro primer hijo; luego fuimos cuatro y después cinco. Con el tiempo, gracias a mi dedicación, logré el puesto de director de nuestra escuela; sin título, sin diploma, sin nada más que demostrar mis ganas de superarme, de aprender, cada día, algo nuevo. Se aprende más enseñando que estudiando. Todo parecía marchar sobre ruedas, hasta que pasó lo de Paquita#bocadillo. Entonces tuve que venirme para acá, para “el otro lado” como le dicen, sin papeles, sin recomendación ni nada, “de mojado”. Hoy sobrevivo piscando algodón, de cinco a cinco, por ocho bucks la hora. Espero, algún día, poder regresar a mi terruño, con mi familia, y poder aclarar lo sucedido, para limpiar mi nombre y el de los míos.

Al encender la luz, un pequeño murciélago sale despavorido hacia un hueco que se encuentra entre las baldosas. Dicen que son augurio de buenas nuevas. Yo prefiero pensar que es Batman que acude a mi rescate. Ahora que lo pienso, Batman ha de pertenecer al Club de Toby,  pues siempre anda acompañado solo por Robin. 

Miro, detenidamente, hacia el techo y encuentro varios agujeros. Algo tendré que hacer al respecto. Ciudad Gótica necesita reparaciones…

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS