Ella estaba ahí

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Eran bailes, con luces, sí, con luces hermosas que brillaban en la cuasi absoluta oscuridad y una canción de fondo, con bajos precisos que hacían un perfecto balance con las guitarras y las voces afinadas, que dictaban frases en otro idioma en forma de cantos alegóricos.

Me inspiraban a mover el cuerpo.

La remembranza me abrazó con fuerza, solo una vez en mi vida había sentido eso, tan amado, sin perturbaciones, sin miedos, era como volver a nacer.

Había una luz que destacaba de entre las demás, una luz pura y cálida, y la miré, me hipnotizó, no podía quitar la mirada de ella, mis pupilas se sentían acariciadas por su tan agraciado movimiento, su ritmo me traía recuerdos de algún pasado, algún bello momento de mi vida, algo que perdí.

Decidí acercarme solo un poco, di dos pasos considerablemente largos y la miré fijamente, como un niño mira a su dulce favorito.

Parecía que la luz se alejaba de mí, y me detuve, miré alrededor pero solo podía ver algunos árboles, “me extrañé un poco, pues no los percibí antes”.

De nuevo, intenté acercarme un poco, pero las luces se alejaban, así que decidí sentarme un momento, las miré, me recosté y me quedé dormido.

Al despertar, las luces habían desaparecido, pero la oscuridad seguía inundando el escenario.

Volteé hacia atrás y ahí estaban de nuevo esas bellas y adorables luces, pero esta vez más cerca de lo que se encontraban anteriormente.

Y la luz más hermosa comenzó a tomar forma humana, cuasi encarnando.

Una mujer, sin rostro, sus caderas eran pronunciadas y su cabello reflejaba la luz escasa que nos intentaba iluminar.

Dirigió la ausencia de su rostro hacia mi, y me congelé, no estaba seguro de sentir nervios, miedo o felicidad, tal vez fue una combinación de todas.

Se tomó el cabello con una mano y me sonrió, yo me sonrojé y sonreí de vuelta.

Intenté caminar hacia ella, pero parecía que mi cuerpo permanecía en el mismo lugar, y ella volvió a sonreír dentro de su baile a ritmos perfectos.

Opté quedarme inmóvil por un momento más, y ella se acercó, su mirada tenía un aura diferente, una que me dictaba fuertemente amor.

Llegó hasta mí y me acarició la mejilla…

Mis ojos comenzaron a verter gotas de tristeza sin razón alguna, apreté los parpados e intenté desviar mi cara hacia algún otro lado, pero ella me tomó con ambas manos y me besó la frente, el tacto de sus labios me transportó a algún recuerdo familiar, de alguna parte de mi vida reconocí la suavidad de su piel sobre mi, la tersidad de sus manos me hizo sentir un niño de nuevo.

Abrí los ojos, y pude ver su rostro, pero no logré reconocerlo, aunque debo admitir que fue uno de los rostros más hermosos que he visto en mi vida, sus pupilas se mecían de un lado a otro y se dilataron, me sentí halagado.

Intenté abrazarla.

-No me abraces, te harías mucho daño.- Me quedé helado, su voz tenía la calma que siempre había buscado, mis rodillas flaquearon por un par de segundos, al final pude relajarme.

-Necesitas descansar, has muerto en vida muchas veces, yo estoy aquí, para ti, para ayudarte a conseguir paz.

Su voz… algo indescriptible me envolvió, no sentí que fuese humana, parecía algo angelical.

Me tomó de los hombros y me repitió: -No me abraces, por favor- Y me abrazó.

Mi menté tornó en blanco “paz mental” y mis ojos se humedecieron ligeramente, la paz me inundó, la comodidad de sus brazos me desplomó al suelo y ambos terminamos en el pasto, recostados de frente, con mi cabeza en sobre su brazo, mis lágrimas resbalando por mi cara, de lado a lado, pasando por mi boca y ni siquiera sentí lo salado que eran.

Así pasamos varios minutos, me dormí en sus brazos, me sentí en confianza, tantos sentimientos agradables y al fin me animé a hablarle.

-Te amo madre mía.

Un horrible, odioso y asqueroso frío me talló la piel con brusquedad, la luz se fue de nuevo.

-NO SOY TU MADRE- me contestó con una voz demoniaca, más grave que cualquier otra, el iris de sus ojos se pintaron de rojo y su boca se ensanchó mostrando unos dientes que podrían despedazar a cualquiera. Intenté ponerme de pie, pero mi cuerpo comenzó a temblar involuntariamente, mis dientes dolían como la mierda, mis piernas se debilitaron y mi garganta no pudo gritar, ella se desvaneció.

“Me ha dejado solo otra vez, una y otra vez, la odio” pensé.

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