Sonata de los secretos oscuros

Sonata de los secretos oscuros

Sir Mnelafar

05/07/2023


Analía veía aburrida como los árboles desfilaban frente a la ventana del automóvil. «La tía Clemencia esta muy mal. Empaca tus cosas tendremos que ir a visitarla» habían dicho sus padres. Lo que no dijo fue que viajarían más de seis horas, avanzando casi nada debido al tráfico. Después de una leve discusión familiar, en la que cada uno había expresado su opinión, se decidió por consenso descansar por ese día en el hotel más cercano, para luego proseguir la marcha y llegar mañana temprano.

Después de avanzar unos kilómetros en una desviación de terracería y casi de imprevisto se irguió frente a ellos una estructura enorme y desvencijada. Cuando su padre se dirigía hacia la recepción fueron recibidos por una presencia fantasmagórica.
—Sean bienvenidos a la residencia García. ¿En qué podemos ayudarlo?— los recibió una mujer de avanzada edad, pelo gris recogido, extremadamente alta y delgada.
—Buenas…tardes.— pronunció su padre un poco sorprendido por la aparición. —Necesitamos una habitación para tres personas.
Su padre no pudo casi terminar la oración cuando la recepcionista comentó — No nos quedan habitaciones para tres personas. Podemos ofrecerle una habitación para dos personas y otra individual para la niña.
—Pero si no veo a nadie aquí — protestó su padre señalando el vacío estacionamiento.
—No hay más lugar— repitió y se quedó callada, inmutable ante la mirada de su padre.
—Mm.m.. , bueno. Está bien, nos quedaremos aquí.— cedió su padre.
                                                                                                 ***
Cuando se instalaron en sus habitaciones, después de subir dos pisos a través de unas rechinantes escaleras de madera, Analía no perdió el tiempo; desempacó su violín, colocó sus partituras en el alféizar de la ventana para que funcione como atril y comenzó a desplazar el arco de violín de manera pausada sobre las rígidas cuerdas. Recién había comenzado, cuando a través de la ventana se vislumbró como la sombra de la señora García se desplazaba casi deslizándose hacia el horizonte. La siguió con la mirada hasta que le perdió el rastro al introducirse dentro de un edificio parecido a una cripta. Siguió practicando sin prestarle atención al suceso y destinó delicados arqueadas a las cuatro notas del violín:
La ¡PUM!
Re ¡PUM!
Sol ¡PUM!
Y mi¡PUM!
Analía se sobresaltó; luego de cada nota se había oído un impacto frente a su puerta, pero decidió seguir tocando ya que un pensamiento en su cabeza le dijo «No es nada, continúa donde lo dejaste.»
Las notas sonaron: 

la —…

Re —..

Sol —…
Mi. 

—¡JAJAJAJA! 

Esta vez se oyó claro, unas groseras risotadas se escucharon detrás de su puerta. Analía soltó un gritito espantada. Ya era suficiente, hora de regresar con sus padres, pero cuando jaló el picaporte lo hizo con tanta fuerza que este se desprendió del pedazo de madera y ella cayó sobre si misma. Respiró e intentó tranquilizarse «Tranquila niña, no es nada, solo llama a tus padres, están en la habitación contigua, te escucharán» Pero sus padres no escucharon, sus gritos no recibían respuesta. Una idea sin mucho sentido se le implantó en la cabeza, una idea que no era suya. Debía tocar, tocar muy muy fuerte, si, así la oirían, tomó su violín y comenzó. Esta vez ya no fueron notas al aire, fue colocando sus dedos uno a uno, en un ritmo frenético y desenfrenado ¿La escala? La escala no era de este mundo, sus dedos viajaban y se deslizaban por el diapasón de una forma trepidante entre sostenidos y bemoles, semifusas y tresillos; las notas literalmente salían de su violín, se desprendían como animales salvajes y colisionaban en todas direcciones, algunas contra los muebles de madera que emitían un quejido sordo, otras contra la cama, rebotaban nuevamente y terminaban golpeando el techo, la ventada y a la propia Analía que las sentía como puntiagudas astillas. Pero no podía detenerse, una fuerza la motivaba a seguir y seguir tocando, sin detenerse jamás mientras la puerta detrás de ella se abría y dejaba entrar una nube oscura que escondía criaturas cuya apariencia no se puede describir. Analía no veía nada de esto, puesto que estaba de espaldas a la puerta, pero sentía como lentamente se deslizaban y reptaban por la habitación acercándose a ella. Debía detenerse si quería acabar con esa locura, pero no podía, su cuerpo no encontraba la voluntad, detrás de sus ojos podía sentir la sombra que le acariciaba el cuello. ¿Un vampiro? ¿EL hombre lobo? ¿Las arrugadas manos de una bruja? Todas eran respuestas correctas e incorrectas. Analía supo que era cuestión de segundos antes de que la fuerza la apresara en su totalidad, apretando lentamente su cuello, perdiendo la respiración pero sin dejar de tocar su violín, su fiel compañero en la pesadilla. Y de repente el repicar intenso de unas campanas lejanas opacaron el sonido el violín; la señora García, tocando las oxidadas campanas desde la cripta llamaba a las criaturas que, no sin quejarse con espantosos ruidos y arañazos obedecían. Analía soltó el violín, que cayó pesadamente contra el suelo desprendiendo las últimas notas. Se dio la vuelta y frente a ella se encontró con un ser que se negaba a retirarse. Era una figura humanoide alta y delgada, cubierta por una capa de barro enteramente negro; de sus brazos y cabeza brotaban afiladas ramas secas que se extendían en todas direcciones como astas de un venado. Se acercó a su boca hiriéndola en el rostro; sintió como la sangre brotaba en aquel beso mortuorio y perdió el conocimiento. —¿Analía?. Bebé despierta, ya estamos llegando — escuchó la voz de su madre. Se encontraba en el incómodo automovil totalmente desorientada ¿Todo había sido un sueño? —¿Pero que te pasó en el rostro? — se alertó su madre.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS