¿Cuándo comencé a ser consciente de despertar a un nuevo día?
Abrir los ojos, girarme torpemente para alcanzar el suelo y enfundarme en mis pantuflas, ¿ cuándo dejó de ser un acto cotidianamente impensado?
¿Habrá sido cuando ese giro era doloroso…en ocasiones crujiente…cuando para ponerme en vertical ya no era en automático sino que debía esperar que los soldados de mi ejército físico estuvieran en alerta para la acción conjunta y los distintos regimientos aceptaran las órdenes de ese «comandante» en jefe que se oculta allá en mi norte, muy por debajo de la manta de mi cabello?
Si, creo que si.
Siempre fui una rebelde poco afecta o nada, a ejércitos, regimientos y comandantes, menos dejar en sus manos algo tan preciado como mi día de vida, mi nuevo amanecer.
Ahora tal parece que mi osamenta y algunos de mis sistemas vitales se convirtieron en enemigos y pasé a ser muy consciente de mi lucha diaria.
Lucha que enfrento sin pancartas, ni slogans, ni trincheras, a veces alguna queja pero a fin de cuentas con una gigantesca alegría de saber que sigo en rumbo sólo con despertar y ponerme en pie para encarar el sendero de la vida que siempre absolutamente siempre pese a los enemigos que han minado el campo, vale culaquier pena, esfuerzo o sacrificio y lo transito con sonrisas, lágrimas, alegría, tristeza, en fin, con VIDA!
Si hay una consigna: la esperanza, sin bajar los brazos… aunque duelan.
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