Tocaba el piano con una gracia celestial,
cada tecla parecía entregarse a su presencia.
Ella era de esas almas melancólicas,
que sufrían en silencio con una sonrisa en el rostro.
Mirarla, dolía profundamente,
como si a través de las notas pudiera transmitir el dolor de su alma.
Parecía un libro viejo y maltrecho,
su rostro perdido en un mar de pensamientos,
respirando sin aliento, viviendo sin vivir,
siempre con la esperanza de encontrar algún significado en esta absurda existencia.
¿Cómo se libera a un ángel? ¿Cómo se le devuelve sus alas?
¿Y lo más importante, cómo puede una alma incompleta ayudar a una alma destrozada y triste?
¡Oh, cómo deseo poder ayudar a esa alma en pena!
Pero no puedo arriesgar mis propias alas para dárselas a alguien más;
sólo me resigno a escuchar su agonía y compartir su melancolía a través de mis palabras.
A veces no podemos ser héroes ni salvadores,
a veces sólo podemos ser espectadores del derrumbe incontrolable de un alma.
Y cuando un alma se desmorona,
la nuestra, también se quiebra un poco.
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