Hay tantas moscas en la cortina, seguro que atraídas por la pestilencia particularmente fétida de mis flatulencias dominicales. La de hoy es una combinación interesante. Es una peste lacrimógena debido a la carne barata de los tacos callejeros, aunque con una nota final de dulzura gracias al postre de fresas con crema. Secuelas de excesos. Conforme envejezco, cada vez se pone peor. Cada borrachera y cada resaca son una tortura superior a la del fin de semana anterior.
Cada domingo, me la paso tirado en la cama, durmiendo y despertando. Durmiendo entre pesadillas, arrullado por los zumbidos de esos bichos que son los únicos invitados que me visitan desde hace mucho tiempo.
Estoy desnudo, toda mi ropa regada en el piso. El cuarto está hecho un desastre. A pesar del pequeño incendio de hace meses, no se me quita la mala costumbre de fumar en la cama. Sólo fue una flama chiquita. El humo denso y estancado invade mis ojos enrojecidos, por eso es mejor mantenerlos cerrados.
Latas de cerveza sobre el tocador, algunas ni siquiera han sido abiertas. La verdad es que no me acuerdo ni de haberlas comprado. A veces, prefiero no acordarme de muchas cosas. Siento que el sueño viene de nuevo, pero estoy a punto de orinarme.
Debo levantarme a abrir las ventanas, a limpiar este huracán de mi propia creación. Debo barrer el cuarto y lavar la ropa que usaré mañana para la oficina. Siempre debo tantos deberes. Giro mi cuerpo y aprieto las piernas. No quiero dejar la cama. No quiero comida ni agua, ni nada. Sólo deseo volver a dormir. Las ganas de orinar son urgentes, creo que sentí la fuga de unas cuantas gotas. Es inevitable, pronto tendré que incorporarme.
Recuerdo la voz del médico. Recuerdo que mañana faltaré al trabajo, pues tengo cita de seguimiento con el urólogo. Piedras en el riñón, fue el maldito diagnóstico. Hasta que no vi el ultrasonido, me negué a creerlo.
¿Se aguanta seguido las ganas de orinar? No.
Claro que mentí, así como mienten todos.
Debo levantarme a orinar, según que es malo aguantarse. Pero no quiero dejar mi nido, prefiero quedarme bajo de las sábanas y no acordarme de nada. Debo levantarme, pero hay tantas moscas zumbando en la cortina que de nuevo comienzo a arrullarme. De nuevo, me dispongo a desvanecerme entre dulces pesadillas.
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