Soy
ciega porque así lo decidieron. Soy ciega a pesar de poder ver.
Veo las siluetas del campo, los colores de la mañana y las sombras
de la noche. Aunque a los que nos llaman ciegos nos resulta mas
difícil ver.

Crecí
como ciega viendo los contornos de los árboles, las luces del
firmamento, los colores de las flores y los rostros de mis vecinos,
pero sin expresar lo que me provocaba porque dicen que soy ciega y
los ciegos nada podemos ver

Una
vez le dije a mi madre que podía ver, ella me contestó muy seria
que no, que yo no podía ver, que yo no debía ver, que la belleza de
la luz está reservada para las personas que pueden ver y que yo era
ciega. Así está decidido, así debe ser.

Seguí
creciendo observando los procesos de la naturaleza. Los árboles
desnudos del invierno, las nubes tormentosas de la primavera, los
campos verdes que luego pasan a ser amarillos y después marrones,
las primeras arrugas en los lozanos rostros de mis vecinos.

Contaba
a todos lo que veía y me respondían impasibles que no, que yo era
ciega y no podía ver.

Mi
madre murió una mañana de Noviembre, una mañana fría y lluviosa.
Oí su llamada durante la noche y me acerqué a su lecho, quería
despedirse de mí y me pidió perdón por parirme ciega. Pregunté
que porqué decían que era ciega pudiendo ver. Me susurró muy
despacio: ¨no, mi niña, tu no ves. Eres una pobre ciega destinada a
vagar por un mundo de tinieblas, destinada a caerte una y otra vez
hasta que no logres levantarte.¨

Clavó
su mirada en la mía antes de expirar. Sé que vio luz en mis
pupilas porque sonrió.

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