Era un domingo tranquilo, se le veía feliz en el parque del pueblo con el sol radiante de las tardes de verano, radiante como su mirada que expresaba una alegría infinita, quizá producto de saberse vivo y compartir con sus hijos el sabor de su helado favorito. Hubiera sido tan lindo verle terminar su helado, abrazar una vez más al niño, hacerle cosquillas a su pequeña, besar por última vez a su esposa. No pudo. Tuvo que emprender un abrupto viaje sin regreso. Muerte cruel que acecha y enluta.

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