Despedida (infraordinario)

Despedida (infraordinario)

No fue un gran hombre, pero supo despedirse antes de partir. El día de su muerte, a las tres de la madrugada, tuve un sobresalto. Desperté. No pude volver a conciliar el sueño por largo rato. Era una hora quieta y silenciosa. Recordé que, en la sala de cuidados intensivos del seguro social, él, estaba muriendo.

Me incorporé suavemente, lo sentí igual que en las mañanas de colegio cuando se acercaba lento a mi cama, me tocaba con ternura el hombro y susurraba: «Will…vamos, arriba…». Esta vez, lo hacía para despedirse.

Sentado en mi cama, en la oscuridad, no luché contra el insomnio. Simplemente, me despedí de él. Le deseé un buen viaje. Le agradecí lo que tenía que agradecerle y le hice saber que por mi parte no había ninguna cuenta pendiente entre nosotros.

Esa mañana, sonó el teléfono. Nos pedían que fuéramos con urgencia al hospital. Les dije a mis hermanos: «El viejo se nos va…es eso lo que nos van a informar», Alrededor del mediodía enfrentábamos la cruel realidad, mi padre había fallecido.

Mi padre no fue un gran hombre, quizás es cierto, pero, ¿qué es ser un gran hombre?…sólo sé que se enfrentó a la muerte con entereza. Peleó con sabiduría, supo que la batalla sólo sería posible mientras hubiese equivalencia. Cuando sintió que había hecho lo suyo, que las reglas de juego no eran parejas, dijo ¡basta!

No huyó, no tuvo miedo, llegó íntegro a su muerte. Cuando lo vi, antes de ocupar su cajón, tenía un rostro plácido, como aquel que sueña sueños íntimos y felices, o tal vez, como ese otro que observa extasiado algo que le hará feliz, pero, de lo que no quiere hablar todavía. Era, en ese momento y en ese lugar —la morgue de un hospital—, nada más, nada menos que, un viejo hermoso y sereno. Así se despidió, Soltándose, soltándonos.

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