El trastero de la casa de mi novia estaba debajo de un parking
privado. Bajar hasta allí era como descender al averno: primero en
ascensor, después por una escalera vecinal y, finalmente, tenías
que entrar al aparcamiento de una tienda que daba a pie de calle y
descender por una escalera de caracol hacia un pasillo angosto,
húmedo y frío. Ella tenía miedo de hacer ese viaje y solía
posponer trasladar los objetos inservibles o prescindibles (como
maletas o un escalera de mano) a cuando yo buenamente pudiera. A mí
me venía bien: ganaba puntos en nuestra inestable relación. Pero
tenía miedo de dejar la puerta mal cerrada o la luz encendida… y
perder los puntos que había ganado. Por eso me acostumbré a cerrar
dos veces la puerta. Echaba un primer cierre. Dudaba si todo estaba
en orden. Así que tenía que volver a abrir. Inspeccionaba que la
luz estuviera apagada y los objetos en su sitio: el certificado que
me llevaba grabado en la memoria. Y de nuevo cerraba la puerta. Esta
simple acción, que automaticé para el resto de las puertas que
tenía que abrir en mi vida, fue lo que quizás me llevó a estar
donde ahora estoy.
Mi madre me había
dejado la llave de su piso porque se iba de vacaciones a Gandía.
Tenía la misión de dar una vuelta, regar las plantas (unas
hortensias y un ficus), echar de comer a su gata Mina… y dejar las
persianas echadas después de airear los cuartos. Iba los martes y
viernes. A veces también algún domingo ya tarde, si el fin de
semana no había salida nocturna con mi novia o juerga con los
amigos. Aquella tarde, según recuerdo, era domingo. Un domingo de
agosto plácido y sin sobresaltos. El sábado estuve en el campo y
regresé pronto sin ganas de salida nocturna. Después de las tareas
rutinarias en casa de mi madre (regar las hortensias y el ficus,
echar de comer a Mina, etcétera) cerré la puerta e iba a llamar al
ascensor cuando se activó el resorte mecánico. Volví a encender la
luz, abrí la puerta con la intención de un último vistazo que
fijase en mi memoria el “todo OK” antes de echar de nuevo el
cierre… pero vi aquello. El pequeño cofre… que nunca había
visto antes en casa de mi madre. Abrir aquella caja fue una decisión
fatal.
OPINIONES Y COMENTARIOS