El otro día encontré un pedazo llovido de papel roto debajo de un muro, era un mensaje de cumpleaños de un hijo para su padre, lo recogí, instantáneamente pensé que existía un paralelismo entre el triste destino de esa materia de sueños con un libro sobre cartas transcritas que guardo afectuosamente entre mis libros. Leí el fragmento curiosa, elucubrando la circunstancia que generó que ese papel acabará roto y desechado. Poco después en mi sala tiré la hoja en la basura, no podía mantener por más tiempo ese resto de postal. Ni soy archivista ni tengo archiveros en casa.
Abrí mi libro de cartas, cuánta diferencia entre ambos contextos, este anciano tira la postal que le manda su hijo, el otro caballero de los de antes guarda minuciosamente sus documentos, pero no puedo hablarte ahora sobre ese libro que me compré en rebajas, sino de mi obsesión con el ambiente del sujeto sobre quien habla el libro, con el mundo burgués desparecido, y hacia la vida en los márgenes que llevo. Cómo un personaje de Dostoevsky. ¿Quien soy yo? Alguien que lee cartas tiradas en la calle, y alguien que compra libros acerca de cartas. Sabes que es muy difícil escribir una buena postal. Hace poco escribí un mensaje en una página deseando un mundo mejor donde cada niño tenga un cuarto de lectura. Si, yo escribo cosas. Leí cartas. Muchas. La carta es intimidad. Nadie me envía cartas. La pereza de la vida que se me va en soledad. Soledad, soledad para escribir cartas.
El día esta nublado, amo el frío, me sienta genial, aunque me pregunto, porque razón un hombre descuida la postal que le envía su hijo junto con su nuera y nietos. Todavía se casa gente en este mundo, todavía la gente tiene hijos. Cuánto heroísmo. La misma gente casada y vieja a quienes cuando eufórica les contaba que me iba a casar, me advertían que el amor en el matrimonio tiene fecha de caducidad. Esos mismos hombres con hijas y nietos. Yo toda inocente me encogía de hombros y replicaba qué tal vez, pero que casarme para mi era una de las mejores opciones. No me sentía oprimida, simplemente no quería hacer de mi una perpetua cazadora de hombres por apps, tampoco una mujer sublimando en la religión toda su enfermedad sexual, deseos, pasiones verdaderas. La religión a pesar de su pasado es un tema serio, merece quien dedica su vida a servir al prójimo no ser llamado nada más religioso sino bienaventurado. Así fue como me casé, ay, no se porque lo más bello del matrimonio que son los hijos acaba con una postal entre mis manos mojada con lluvia de invierno.
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