A su ritmo inadvertido obra el helaje.
Con las caladas se avivan los hornillos de sus pipas como minúsculos hogares, como ojos de bestia en la oscuridad de la madrugada.
Cortan su humo y vaho cual locomotora de vapor en su andar.
Encuentran el frío vigorizante y del gusto enroscan bigotes imaginarios.
En la otra orilla bien puede estar apostado un regimiento enemigo escuchando su charla, ésa que como sus pasos es absorbida por la mullida nieve.
De una licorera de plata dan bellos sorbos de coñac y gritan: -¡A ver las botellas con aire de periferia, de pueblucho, de ciudadela industrial, de tugurio!
El canal congelado no protesta.
Ellos se quedaron no como los cisnes.
Dicen estar curados de romanticismo.
En las vitrinas de los negocios cerrados se ven reflejados con los sinsentidos que cargan terciados como escopetas.
Cuanto hacía el viejo era a la vez broma y bomba de relojería. Lo banal infectó los olimpos. He aquí sus desheredados, que ya entrados en gastos se ponen las cimeras y ataviados en uniforme marcial intentan espantar el albor del día con el claqueteo de sus medallas.
El día se anuncia con su sensatez y amores no correspondidos por edificios oficiales, los mismos que por despecho orinaron y maldijeron.
-¿Quiénes somos? ¿La retaguardia artística?. Las noches en que se pliegan los seres de calor…¿Porqué se lleva el alba nuestros hallazgos?.
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