Infraordinario.

Dan las ocho de la mañana y yo ya aseguro los cordones de mis patines. Aún no ha llegado nadie más a la pista y todo está en silencio. Al atravesar la vaya la niebla se arremolina entre mis pies y consigue calmarme. Inmediatamente, el sonido de las cuchillas cortando el hielo me acelera el pulso y al aumentar la velocidad siento el frío cortando mis mejillas.

Sólo pasan quince minutos de las ocho cuando escucho el parloteo de las primeras compañeras del equipo a la vez que mi momento zen se esfuma junto a la niebla.

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