Los dientes de Marta chocaban, tiritaba sin parar, pero hacía frío esa noche, y eso le permitía pensar que no era a causa del miedo. Ahora que estaba subida en el muro de la azotea, a diecisiete pisos del suelo, la idea del suicidio que tan presente había tenido a lo largo de la semana, se debilitaba. Saltar no era tan sencillo como se había imaginado. Lo cierto era que ninguno de los pensamientos y ninguna de las realidades que le habían llevado a tomar la decisión de terminar con su vida habían cambiado o desaparecido pero, sin embargo, la determinación férrea que había sentido las últimas noches, parecía ahora disiparse, como las luces de los coches que, velozmente, atravesaban las calles de la ciudad que se extendía frente y bajo ella.
Ya había perdido la cuenta de las veces que había comenzado una cuenta atrás para saltar, llevaría, al menos, media hora ahí plantada, buscando en su interior la ya desaparecida resolución fatal. Pero precisamente cuando volvía a comenzar una nueva serie decreciente de números, que pretendía culminar con el salto al llegar al cero – aunque, en el fondo, sabía que, invariablemente, al llegar al dos o al uno volvería a comenzar desde el principio – escuchó a su espalda el chirriar de la oxidada puerta que separaba la azotea de las escaleras del edificio, el cual todavía estaba en construcción.
Sobresaltada por esa ruptura del silencio nocturno que únicamente era acompañado por el lejano y suave sisear de los coches, dio un respingo, acto involuntario que estuvo, por un momento, a punto de hacer realidad por accidente el propósito que, en principio, le había arrastrado a ese último piso.
- -¿Quién eres? – preguntó, bajando del muro y dirigiendo la mirada hacia la puerta que acababa de abrirse.
- -¿Qué quién soy? – la voz de un chico aparentemente joven surgió de una sombra de la que únicamente podía distinguirse el brillo de la ceniza ardiente de un cigarrillo, el extraño tardó unos instantes en continuar su respuesta, mientras se dirigía al muro junto al que se encontraba Marta – Y eso que más da. Piénsalo bien, realmente no te importa quién soy, simplemente te sorprende que esté aquí, es posible que incluso sientas miedo de que pueda hacerte daño, pero en realidad no te importa en absoluto quién soy.
- -Dime, al menos, cómo te llamas.
- -Gabriel.
- -Yo soy Marta, estoy aquí porque iba a suicidarme – en ese momento, no estuvo del todo segura de las razones que habían hecho que se sincerara de esa manera con el desconocido. Quizá fuera algo similar a la repentina confianza que nace entre dos compatriotas desconocidos que se encuentran en el extranjero, ya que esa azotea de un edificio en construcción parecía un lugar muy lejano de cualquier hogar. Quizá fuera una voluntad de recuperar la entereza suicida que había perdido, o quizá fuera simplemente por tener un tema de conversación.
- -¿Y por qué no lo has hecho? – esto lo dijo Gabriel sin ni siquiera girar la cabeza. Esta aparente falta de interés y sorpresa por su parte enfadó un poco a Marta.
- -Estaba a punto de hacerlo, pero llegaste tú.
- -Bien, pues por mí no te preocupes, salta ahora si quieres – de todas las respuestas que podría haberse imaginado Marta, jamás se le habría ocurrido ninguna como esa, ¿Cómo era posible que ese chico le dijera que nada le importaba que se suicidara delante de él? Varios sentimientos se agolparon en el interior de Marta; desde una incomprensión extrema, hasta incluso cierta humillación, que aumentaba con cada tranquila calada al cigarrillo que Gabriel daba, como si hablar de suicidios fuera lo más habitual en él.
- -¿No vas a intentar convencerme de que no lo haga o algo así?
- -¿Por qué iba a hacerlo? Te suicides o no, todo en el mundo va a seguir siendo igual, y si pensabas hacerlo de verdad ¿Cómo iba a influirte lo que yo dijera? – al terminar de decir esto, dio la última calada a su cigarrillo y lanzó la colilla, que realizó la caída que Marta había estado convencida de seguir hasta enfrentarse a ella en la realidad, unos minutos antes.
- -Bueno, supongo que tienes razón…. – dijo ella.
- -¿Qué te ha pasado en el ojo? – finalmente, Marta se decidió a hablar, intentando llevar la conversación por un camino que satisficiera las ganas de hablar fruto de su curiosidad, pero sin arriesgarse a escuchar ninguna sorprendente respuesta similar a las anteriores. En definitiva, pretendía comenzar una conversación normal, de forma que recurrió a la mancha morada que rodeaba el hinchado ojo de Gabriel, en el que se había fijado desde el primer momento.
- -Quería fumar pero no tenía dinero para cigarros, y ya está – respondió Gabriel.
- -¿No te gustaría saber por qué quería suicidarme? – dijo, completamente segura de que lograría despertar la curiosidad de Gabriel.
- -En realidad no me importa, pero si quieres puedes contármelo, te escucharé – como casi todo lo anterior, esto también lo dijo sin dirigir ni una mirada a Marta.
- -Estoy harta de mi vida, estoy harta de todo y de todos. Mi vida parece una comedia dramática, me pasan desgracias tan grandes que hasta comprendo que desde fuera pueda parecer gracioso. Para empezar, llevo tres años estudiando arquitectura, una carrera que no me gusta, matándome a estudiar para contentar a mi padre ¡Por Dios, si nunca se me han dado bien las matemáticas! Yo quería estudiar Bellas Artes, pero ¿Cómo le voy a decir eso a mi padre, el señor arquitectísimo Gómez? Hace cuatro meses mi novio me dejó porque «pasaba demasiado tiempo estudiando» ¡Y lo peor es que tenía razón, semanas seguidas sin hacerle ningún caso para estudiar estas puñeteras asignaturas! Toda la vida actuando para contentarle, toda la vida aguantando sus comentarios sobre la excelencia, la rectitud, el esfuerzo, el trabajo duro… ¡Y todo para descubrir que durante 7 años le ha estado siendo infiel a mi madre! ¿De qué narices sirve tanto maldito esfuerzo y superación, si eres un jodido mentiroso? ¡Toda la vida actuando para contentar a un mentiroso cabrón! ¡Toda la vida actuando para no defraudar a un puto cerdo! ¿Y sabes lo peor de todo? Que mi madre lo supo durante todo el tiempo, pero lo ocultó y consintió «para que el comportamiento de mi padre no afectara a mi vida» ¡Qué rabia! Un padre hipócrita y una madre pusilánime y… – una carcajada de Gabriel interrumpió repentinamente a Marta – ¿Se puede saber de qué te ríes?
- -¿Te das cuenta de la cantidad de tonterías que estás diciendo? – dijo, sin borrar la sonrisa de la boca.
- -¡¿Tonterías?! ¿Pero quién narices te crees que eres tú para decirme eso?
- -¿Yo? Yo no soy nadie, pero tú tampoco, precisamente por eso son tonterías. Es fácilmente comprensible que alguien desee suicidarse, pero ¿Por esas razones tan tontas? Es estúpido – esto lo dijo serio, con un tono cercano al desprecio.
- -¿Por qué dices eso? – consiguió articular Marta, controlando el llanto que amenazaba en su garganta. En ese momento, Gabriel se giró y clavó su mirada en los ojos de ella.
- -El egoísmo que te lleva a dar tanta consideración a tus problemas personales ensucia la admirable figura del suicida. El suicida es aquel que se atreve a romper la barrera del natural instinto de conservación, abrazando la muerte como única respuesta a los incontestables argumentos de la lógica ¿Crees, acaso, que los problemas personales de alguien son suficiente motivación para un suicidio? Tan solo un necio o un rematado egocéntrico pensaría de esa manera. Siempre va a haber alguien con una situación mucho más penosa que la tuya. Si de verdad te tomase en serio, y aceptase tus razones como válidas para un suicidio ¿No debería pensar que, con más razón, debería suicidarse alguien que queda tetrapléjico en un accidente, o el que pierde a un hijo por el cáncer, o la chica que es violada por su propio padre? ¿No tienen acaso más motivos personales para acabar con su vida aquellos injustamente encerrados en la cárcel, los desahuciados y arruinados por las deudas, las madres solteras que son despedidas del trabajo? ¿Y aquel que presencia el asesinato de su madre a manos de su padre, o que pierde a un hijo ahogado por su propio descuido en una piscina? Siempre habrá alguien cuya vida se encuentre en una situación mucho más dura, triste y agobiante que la tuya. Los problemas subjetivos no son razón para acabar con la propia vida, a no ser que no veas más allá de tus narices.
Sorprendida por la tan inesperada respuesta, Marta calló, no sabiendo qué contestara las extrañas palabras del desconocido. El extraño, al llegar al muro en el que instantes antes había estado subida Marta, se sentó, asomado a la calle. Débilmente iluminado por la luz que subía desde las farolas de diecisiete pisos más abajo, Marta pudo comprobar que era un chico que rondaría su misma edad, los veinte años, delgado, que tenía el pelo rapado y negro y un ojo morado e hinchado. Varios minutos permanecieron callados, sin que el joven desconocido la mirase apenas, hasta que Marta se decidió a abrir la boca.
En esos momentos, la incomprensión, la humillación y el resto de sensaciones que habían ocupado el interior de Marta desaparecieron, y pasaron a ser sustituidas por una gran curiosidad. Poco había hablado con el extraño, pero ya se le hacía evidente lo especial de su personalidad, en comparación con el resto de chicos con los que trataba habitualmente en la universidad. Durante los instantes que permanecieron callados, cierto nerviosismo invadió el pensamiento de Marta, un nerviosismo que supo enseguida fruto del miedo. Así, ambos sentimientos, miedo y curiosidad, peleaban en su corazón.
Y es que lo cierto es que lo especial de la personalidad de Gabriel la asustaba. Esa falta de preocupación por todo, la aparente fachada de total indiferencia, de nunca extrañarse, hacía surgir un temor extraño en el cuerpo de Marta ¿Qué debía haber en la cabeza de aquel al que ni el suicidio inminente de una persona sorprendía?
Permanecieron callados durante una cantidad de tiempo que Marta no sabría precisar, pero que ella ocupó agradeciendo al azar que a ese chico se le hubiera ocurrido subir, precisamente aquella noche, a la azotea del inacabado edificio. Rememorar ahora los instantes en los que había estado completamente sola frente a la caída le producía escalofríos, de forma que hasta la presencia de ese absoluto desconocido le pareció cálida. Su mentalidad un tanto infantil no pudo evitar relacionar ese hecho con alguna clase de voluntad del destino, por lo que cierta emoción interna la arrastró a intentar arrancar palabras a su compañero.
Marta no pudo evitar sentir como se le llenaban los ojos de lágrimas, y se mordió la lengua para reprimir los lloros. Lo cierto era que la situación en su casa había sido horrible, y que la autocompasión y la rabia la habían llevado hasta el límite, casi a punto de terminar con su propia vida, por lo que lo último que necesitaba, pensaba ella, era que alguien le hiciera sentir peor, que despreciaran los problemas que ella había creído y sentido tan graves e importantes ¿Acaso era estúpido que el padre para cuya satisfacción habías tomado las decisiones más importantes de tu vida fuera en realidad un falso, sucio y repugnante mentiroso? ¿Acaso era estúpido tener una madre que se apreciaba tan poco a sí misma que había aguantado la humillación durante 7 años, ocultándole la verdadera cara de su progenitor? Cada vez que pensaba en ello, Marta no podía evitar rememorar largos sermones de su padre, el cual, desde pequeña, y por la más mínima tontería, le había tenido horas sentada, hablándole del esfuerzo personal, la superación, el sacrificio, la dignidad del trabajo duro, pero también de la honestidad, la honradez y la integridad personal. Sermones durante los cuales su madre siempre le daba la razón, cuando, en realidad, sabía que de la embustera boca de su marido no salía más que hipocresía que jamás se aplicó a él.
Además, la cosa no acababa ahí. Desde que tenía recuerdos, todos los domingos había ido a misa junto con sus padres. Le habían hecho aprender los mandamientos, los pecados capitales, y el catecismo. Le habían apuntado a grupos parroquiales, y le habían hablado incansablemente del matrimonio y la castidad. Esto especialmente le causaba una rabia incontenible ¿Cómo se atrevía a hablar de castidad y matrimonio ese jodido cerdo? Volver a pensar en todo esto, junto con la humillación que sentía a causa de las palabras de Gabriel, reavivaron en ella los deseos de saltar al vacío. Pero se contuvo, aferrándose a la ira que sentía por ese desconocido que a vilipendiar tanto se atrevía.
Varios minutos tardó Marta en procesar todo lo que acababa de escuchar, de hecho, no acababa de comprender completamente lo que Gabriel le estaba diciendo. Parecía dar a entender que el suicidio no era nada sorprendente, sino que podía aceptarse de la manera más natural, el problema, aparentemente, eran las razones sobre las que debía apoyarse esa decisión de acabar con la propia vida.
SINOPSIS
Marta es una joven que se plantea el suicidio, sin embargo, accidentalmente, se encuentra con un extraño joven que parece burlarse de ella, y cuya pesimista visión del mundo, más allá de alimentar sus ideas suicidas, las aleja, y le inspira unas inmensas ganas de abrazar la vida y disfrutarla en todo su absurdo.
Precisamente a raíz del inesperado encuentro, Marta se planteará toda su existencia desde otra perspectiva, que le permitirá empaparse de la vida en toda su extensión.
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