Las libélulas no pliegan sus alas

Las libélulas no pliegan sus alas

Kalevi Koenashi

12/01/2023

«¡No chapoteéis en el agua, que como venga el diablo se os llevará y no es ninguna broma! ¡Aquí no se puede jugar!» Todos los niños salen pitando, ¡qué ingenuos, cómo se lo creen… los pobres! Me he sentado donde me gusta, bajo el mismo roble, que cada año está más torcido y busca su reflejo en el río. Hoy me da la sensación de que las nubes no se quieren mover, así que antes de que oscurezca sacaré mi cuaderno y dibujaré el cielo con carboncillo, sin pensar en nada más. Mientras te lo cuento, una parejita de libélulas revolotea sobre la cresta de los hierbajos –supondré que la de color azul metálico es macho y hembra la de color esmeralda, aunque no puedo asegurarlo–. Se persiguen como si compitieran en una carrera de locos que no tiene reglas ni circuito; medio volando y medio bailando, y a la que le he adjudicado el rol de macho me la imagino cantando una canción: ¡Vení, volá, vení! Larai, larai, lará… Pasan por al lado de mi oreja y entonces miro hacia el oeste, donde apenas distingo un pequeño punto de luz blanco elevándose sobre el atardecer. Las libélulas se han detenido ahora en una piedra y, con sus alas plegadas encima del abdomen, me doy cuenta de que no son libélulas, sino caballitos del diablo.

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