Nonó era el sobrenombre con el cual todos lo conocen. Nunca dijo cómo se llamaba.
⸻ ¡si no me nombro, no existo! ⸻ solía decir.
Todas las mañanas despertaba temprano, encendía su cigarrillo y se acercaba sigilosamente a la ventana para no despertar a sus 485 compañeros de celda. Evitaba tocar las rejas para no dejar en sus manos ese olor a herrumbre del hierro oxidado que luego se esparcía por el papel fino y delgado del Marlboro que tambaleaba entre sus manos.
Y ahí; sentía el reflejo del sol en su piel, y recordaba el ruido del viento en sus cabellos castaños y los rayos de luz que caminaban hacia el fondo del agua y que brillaban como estrellas suspendidas en las olas del mar.
Luego, cerraba sus ojos para sentarse por un segundo en el rincón más sensible de su corazón, bajo ese estático silencio de sus pestañas inamovibles, viendo el mundo devenir majestuoso en cada amanecer.
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