Con el paso de lo cotidiano, en lo que ya no me fijo, porque es lo que viste mi vida día a día, de pronto, me doy cuenta de que me echo de menos, vaya si  me echo de menos.

Ahora añoro esos momentos, que algunos llaman recuerdos pero que yo tengo tan presentes,  ahora, a mi edad tan adulta.. o eso dicen.. vuelvo a mi infancia, a mi adolescencia, a mi juventud, siempre eterna.

Me cruzo con la sonrisa inocente de un estudiante cuando sale del instituto y mis pasos se paran para evocar aquellos tiempos no tan lejanos donde las ilusiones se guardaban entre apuntes para el próximo examen mientras pensabas en si ella me miraba…

Mi sombra, inmortal compañera en el silencio de mis pensamientos, permanece como testigo de mis desventuras, sin decir nada pero muy consciente de lo que soy, de lo que fui y de lo que quiero ser, pero me echo de menos.

Y lo hago, porque hubo un día donde jugué con la ignorancia, donde me hice amigo de la ilusión, donde paseaba con los sueños y donde mi vida dormía en un cajón lleno de juguetes de hojalata y tela cosida con la imaginación de un niño que nunca se ha ido de mi corazón.

Hoy, la rutina, duerme al otro lado del colchón como si fuera parte de la normalidad, maldita normalidad y el despertador me grita cada mañana que tengo que buscarme la vida una vez más sin que siquiera le pueda explicar que dormir significa soñar y soñar significa vivir.

Me echo de menos  y me quiero echar de menos para poder seguir adelante porque para querer ser, no puedo olvidar quien fui

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