Sandra se pasaba todo el día oyendo música de su celular desde que se levantaba hasta la hora de dormir, aunque en muchas ocasiones amanecía con los auriculares en las orejas y el volumen lo ponía muy alto, porque se percibía el sonido desde que uno se paraba en la puerta de su cuarto y ella cómodamente en la cama, en profundo sueño, como si no hubiese ningún tipo de ruido. Su abuela la reprendía constantemente a causa de ello, pero ella no escuchaba a nadie, hasta que la señora decidió vender ambos aparatos. Pasados unos días salieron a pasear y en el momento de cruzar la calle, Sandra quedó inmóvil en medio de la misma moviendo la cabeza rítmicamente.
— ¡Sandra! —gritó la anciana, cuando un automóvil se ensimismó sobre la nieta.
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