(relato infraordinario)

Se supone que hay que aguantar. Castigarse. Y como todo martirio tiene su preámbulo. Y no basta con estar sentado con la espalda recta y con los dientes apretados. Hay que escuchar. Escuchar y mantener activa la hiperventilación. Escuchar el trajinar de la instrumentación metálica dentro y fuera de una bandeja que también es metálica. Lo que ya parece una advertencia. Sobre todo, cuando se escucha el soplido recalcitrante que le acompaña que pone a uno los pelillos como escarpias.

El tercer impulso: Colocar las manos en mudra e inflar el vientre. Esto ayuda si a la vez se cuentan baldosas. Cincuenta, cincuenta dos, y cuatro más, debajo de la silla. Todas iguales. Punteadas de negro y tonos diferentes de marrón. Un fuerte contraste con el color verde manzana de las paredes. Suena de fondo una música de los ochenta. Canta Tina Turner “What´s love got to do with it” “Qué tiene que ver el amor con esto”. A la izquierda hay una mesa baja con un macetero blanco y una enorme flor de pascua roja a la que todavía no se le ha caído nada. Justo al lado, un cartel con fondo blanco y un circulo sobre un cuadrado en azul. En el círculo, algo parecido al planeta Saturno, debajo: “ES OBLIGATORIO EL USO DE LA MASCARILLA”. Por un momento, una transformación: la mascarilla convertida en un planeta. El asalto de la duda.

Se escucha a “Livin´on a prayer” ¿Una plegaria en mitad de este zumbido? El chirrido del taladro se hace más fuerte, como forzado. ¿Y si de pronto saltan trozos de dientes y muelas astillados por la caries? El cuarto impulso: buscar el baño, ¡rápido! Hay otro cartel en la puerta: “INOPERATIVO”. Vuelta a la silla. Se escucha una voz, es de un hombre, dos, el dentista y el cliente. Ahora son tres. Es la mujer que abrió la puerta. Y Prince con su “When doves cry” “Cuando las palomas lloran”. De la soledad a una multitud. Y la atención puesta en una conversación ininteligible.

Ya toca. La vista al frente. Hay un cuadro grande y raro que no dice nada y junto a él, un extintor rojo. Y ahí está, otra puerta, y un nuevo letrero, arriba del dintel: “SALIDA”.

Lo que cuesta sacar una muela del juicio.

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