Las tiendas están cerradas a esta hora. Me queda un cigarrillo y un poco de vino. En mi habitación se ha hecho de noche. Enciendo el foco amarillento, que me permite ver que por lo menos me queda un viejo disco que solía escuchar acompañado.

Mientras vienen y van las notas de un piano, ojeo algunos libros de otros tiempos. Abro uno que parecía escondido entre los otros. Pequeño como el libro, aparece en la portada el retrato de un enano, perdón, de una persona de talla baja. Don Sebastián de Morra me mira con decepción, censurando la falta de tacto en mi lenguaje a 350 años de distancia.

Un ruido constante que proviene del frío exterior me distrae del libro por un momento. Llueve. El reflejo mío sosteniendo un libro de Velásquez, en una ventana mojada por la lluvia y nublada por el humo del pucho que no me alcanza, me parece un gran chiste del hado.

Me siento cansado sobre el catre, que apenas siente mi peso. Piano, pianísimo, abro el libro en búsqueda de Las Meninas.

Cae una hoja.

El libro me presenta La venus del espejo interrumpida por un sobre de color rojo. Al recordar de qué trata pienso en lo rápido que va nuestro cerebro en sus conexiones inconscientes, lo que me atemoriza un poco.

Ahora suena una trompeta, más piano que el piano mismo. Se hacen más palpables los recuerdos de nuestro paseo por Madrid. Pienso por un momento que es una lástima que no se puedan tomar fotos dentro del Museo del Prado. Pero luego pienso que es mejor así.

Luego de algunas vueltas, de subir y bajar varias veces, encontramos La rendición de Breda, tu favorita.

Salimos con una alegría silenciosa. Una extraña sensación de abandono nos inquietaba. Como si esas pinturas y esculturas de alguna forma nos despidieran, sabiéndose más duraderas que nosotros.

Lo dijiste primero que yo, que nos tomáramos una foto con el museo de fondo. Cuando te alejaste para buscar el sitio idóneo donde ubicar la cámara encontraste una hoja grande, de esas que sirven para embalsamar entre dos hojas de un libro.

Ya terminado mi cigarro, el vino y el piano, todavía no me explico cómo hiciste para poner esa hoja en mi pequeño libro de Velásquez. Y todavía no me explico cómo hiciste para encontrar esa hoja, si no hay sicomoros en Madrid.

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