El cielo abovedado, los anillos de Saturno, las lunas de Júpiter, la gravedad en Urano, el calor en
Mercurio, la densa atmósfera de Venus, la incertidumbre en Marte y nosotros aquí, en la Tierra.
Navegantes sin timón en un océano lácteo. En una inmensidad inconmensurable, en un infinito
de materia oscura, expansivo, inalcanzable. Lo daría todo por qué lo recorriésemos entero, por
conducir a toda velocidad con la música petando los bafles entre galaxias y asteroides. Frenar
de golpe frente al primer agujero negro, pero meternos ya dentro del enésimo para salir, hechos
trizas, más allá.
Parar a descansar en la superficie de una estrella, una de esas que dicen que se enfrían, que ya
no queman. Bajar del coche descalzos y sentir en los pies el calor de su polvorienta tierra. La
imagino dorada, volátil. En cuclillas recoger un puñadito con ambas manos y soplarla, como
purpurina, como confeti al aire. Saltar, con todas mis fuerzas y ver que la masa de la pequeña
estrella no curva el tejido, no como la Tierra y me alzo, como un globo de helio, como una pelota
tras el raquetazo de Federer. Me entra la risa, es todo tan relativo desde aquí arriba… y caigo
suave, de nuevo donde he recogido el puñado de polvo estelar. Te aviso, andas lejos, jugando:
es hora de continuar.
Quieres llegar hasta la siguiente galaxia: dicen que es espectacular, tenemos que verla. Y de
camino me entra algo de sueño, recuesto la cabeza sobre tu brazo, ladeada y delante vemos
pasar sistemas estelares, otros soles y otras tierras, otros júpiteres otros saturnos. Decides
acercarte a uno de ellos, un planeta grandote con ocho lunas y divertido alcanzas su zona de
influencia, nuestro camino se torna elíptico, cogemos inercia, cada vez más y ya no puedo para
de reír: por favor ¡quiero irme ya! ¡Que me mareo! Pasamos silbando al salir y retomamos,
ordenados, el flujo dominante.
Abro los ojos cuando mueves por fin el brazo: anda mira, que te va a gustar. Delante de nuestras
narices tu galaxia, desde arriba, desde lejos, como vista desde un mirador. Gigantesca, rotante,
salpicada de lilas de rosas de morados. “Del color del vino tinto derramado en el espacio”
bromeas “podemos parar allá” y señalas con el mentón un asteroide errante, que a poca
velocidad avanza hacia nuestro destino.
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