Totalmente distraído en sus ensoñaciones, Marco apuraba el paso mientras se acomodaba la corbata y se colocaba el pin amarillo con el logo de la empresa en el pecho. Mientras más se acercaba a la cima de la colina, más repasaba en su mente el discurso con el cual pensaba convencer al dueño de la mansión para que acepte una baja oferta.

– Tengo un gran poder de convencimiento, sin duda alguna -replicó él.

Las historias de casas antiguas, que ocultan algún tipo de misterio y que además son investigadas por detectives, han sido tan sobreexplotadas que una nueva de este género no tendría nada de novedoso o interesante. ¿Qué hace que esta historia sí valga la pena?

-Bueno -respondió Marco, joven y radiante,- yo no soy un detective, soy un agente de bienes raíces y debo valorar ese cuchitril para llegar a un acuerdo con el propietario; sino lo hago no me ascenderán.

Cierto, entonces:

Érase un agente de bienes raíces; que, buscando una mejor posición laboral, caminaba despreocupado hacia la típica mansión antigua y abandonada construida en lo alto de una colina que aparecería en cualquier historia. Aunque, las paredes, las tejas en la parte superior y cada centímetro de la mansión en general lucían cuidadas con esmero y no parecía abandonada en lo absoluto; pero Marco no le prestaba atención a ninguno de esos detalles ni se preguntaba por qué le habían dado una descripción errónea de la misma, él solo veía más y más ceros al valor final de la propiedad y un inminente ascenso si lograba hacerse con esta.

El anaranjado atardecer hacía brillar tanto las ventanas, que obligaba a Marco a bizquear mientras se acercaba a la verja que rodeaba a toda la mansión. Cubriéndose el rostro con una mano atravesó la verja y se topó con un hermoso jardín. Sonriendo aún más, sacó su confiable grabadora en la cual narraba los detalles que veía: fuentes de agua, estatuas de diversos tamaños y colores; no obstante, esto no era tan llamativo como el bello sendero de ladrillos amarillos, con múltiples árboles bien podados a los costados, que llevaba a un inmenso portón que servía de entrada. Marco sonrió con más entusiasmo y empezó a calcular en cuánto aumentaría el valor de la propiedad al tener esos atractivos.

– Referencia al Mago de Oz -murmuraba Marco a su grabadora, mientras daba unos golpecitos a un ladrillo-, debió haber sido propiedad de algún rico excéntrico, seguramente ahora veré una estatua de Pinocho o algo así… Oh, ahí está.

Marco pasó al lado de la estatua sumido en sus pensamientos y sus cálculos, sin darse cuenta de que la estatua volteaba a verlo.

[Creo que hablé de más].

Se paró delante del portón y empezó a llamar golpeándolo con la aldaba. Una acción bastante ilógica, puesto que vengo repitiendo que la mansión está abandonada.

– ¿En serio? ¿Y quién me está abriendo entonces?

Se escuchaba el correr de pesados cerrojos por dentro de la mansión y algunos resoplidos debido al esfuerzo. Marco continuaba mirando en todas direcciones, aguzando la vista y adoptando una actitud seria mientras escudriñaba todo lo que había alrededor.

[De acuerdo, no opinaré más. Dejaré que la historia fluya].

– Muchas gracias, señora.- saludó Marco a la mucama que le acababa de abrir, mientras retomaba su amplia sonrisa y se acomodaba el cabello- Vengo en representación de la compañía de inmue…

– Si si, sé a qué viene, -refunfuñó la mucama, con cara de pocos amigos- ¿va a pasar a valorarla o solo vino a molestar?

– Ah, estamos ansiosos -sonrió Marco-. Un poco de agua me vendría muy bien -dijo, mientras se remangaba la impecable camisa blanca que acostumbraba usar para sus negociaciones-, me dará mucha sed desempolvar las reliquias de esta mansión.

– ¿Dónde hay polvo? -contestó la mucama, visiblemente ofendida.

Marco se dio cuenta que la mansión estaba tan lustrosa y bien cuidada por dentro como por fuera que por un instante creyó que se había equivocado de mansión; pero no, era la dirección correcta.

– Me dijeron que era una casa abandonada -murmuró Marco, aunque la mucama logró oírlo.

– Mansión deshabitada, joven, no abandonada -sonreía la mucama, irritada.

– Oh en serio, ¿usted no vive aquí? -preguntó, muy perspicaz, colocándose sus gafas redondas y observándola fijamente.

La mucama palideció de repente.

– Se ve un poco mal, señora, ¿se encuentra bien? –Marco se acercó a la mujer, quedando a pocos centímetros de su rostro, incomodándola visiblemente-. Hostigar a los trabajadores de las casas era otra de sus estrategias cuando quería parecer importante frente a los dueños.

– Estoy bien, no es de su incumbencia –respondió ella.

– Oh bueno, habrá sido impresión mía, usted luce bastante jovial –dijo.

-Bueno, tómese su tiempo, joven, estaré preparando la cena, si necesita algo, solo llámeme… Martha, es como me dicen.

– Vaya, que hospitalidad, no es tan amargada como parecía. Podría prepararme algún guiso de patatas y…

– Esto no es restaurante. Comerá lo que haya; sino, muera de hambre.

Marco estalló en carcajadas ante la hostilidad de la mujer, que estaba colorada y refunfuñaba groserías.

– Ayer cené en uno muy bueno, mi señora. El rincón del Navegante…, o algo así. Confío en que pueda superar esa extraordinaria sazón y, ¿de qué hablaba? Oh cierto, ¿sus patrones están en casa? –preguntó, mientras giraba sobre sus talones, observando unos cuadros en la pared-. No creo que usted sea mucama de forma gratuita. Al parecer tampoco es deshabitada, y la verdad no me gustaría tener momentos embarazosos con algún dueño enojado o ver a alguien desnudo y… oh, se marchó.

Marco quedó solo en el recibidor y su espíritu aventurero lo empujaba a recorrer toda la mansión buscando nuevos atractivos en ella. Las paredes blancas del recibidor estaban adornadas con cuadros pintorescos, al igual que el comedor, que tenía un techo bastante alto y del cual colgaban adornos estrambóticos que desentonaban con la elegancia del lugar. Centrándose en lo que tenía más cerca, se aproximó a unos pilares pequeños que sostenían bustos de cobre a ambos lados del recibidor, sacando nuevamente la grabadora para narrar lo que veía.

–Me parece de mal gusto que el comedor y el recibidor sean prácticamente la misma habitación -empezó a decir Marco a su grabadora de bolsillo, mientras avanzaba-, pero también debo admitir que el acabado del techo es muy fino y al parecer de una madera carísima. Que extrañas decoraciones tiene, no puedo distinguir muy bien que son, le preguntaré a esa señora cuando regrese. La alfombra es turca o al menos una imitación muy convincente de una turca -continuaba diciéndole a la grabadora, mientras miraba al suelo y resobaba la alfombra con un pie- ahora iré hasta la mesa del comedor, no creo acabar hoy, pero… uhm, pero nada, seguiré.

Marco miraba a todas direcciones y lo que veía solo le hacía pensar en un cheque más y más grande cuando lograra vender la casa; pero, un chispazo de desconfianza no lo dejaba tranquilo desde que ingresó al lugar.

– ¿Es normal que una sirvienta, ama de llaves o lo que sea deje entrar a un desconocido y lo deje a sus anchas en toda la casa? -seguía hablándole a su grabadora-; bueno, no soy quién para juzgar las costumbres de la gente y… ¿qué tenemos aquí?

Llegó hasta la mesa del comedor, que ocupaba casi todo el ancho de la estancia, y se detuvo a pensar qué dirección tomar a partir de ese punto.

-A mi derecha tengo dos pasillos bastante separados, seguro hay habitaciones entre ellos, a mi izquierda hay solo uno, pero a la misma altura del segundo pasillo hay una puerta: debe ser la cocina, siento un delicioso olor venir de ahí. Detrás de esta mesa veo dos puertas, y a ambos lados de las puertas se abren dos pasillos más amplios que los otros, uno en cada lado, supongo que los revisaré más adelante. ¡Y pensar que esto es solo la parte delantera de la mansión! -se regocijaba.

Sentándose en una de las sillas daba rápidos vistazos a sus opciones y parecía no decantarse por alguna de ellas. La sensación de peligro y desconfianza que Marco trataba de ignorar desde que entró a la mansión se hacía cada vez más intensa, y no comprendía muy bien el por qué; él siempre se había considerado una persona valiente y optimista, pero en esos momentos sentía una gran opresión en el pecho, había algo demasiado inquietante en el lugar así como en la mucama que allí vivía.

– ¿Acaso sabes lo que pienso? -dijo él.

[¿Acaso me equivoco?]

–Pues sí, lo haces. Esa señora es ruda pero no me parece mala persona.

[Repítelo varias veces hasta que te lo creas.]

–No necesito hacerlo, estoy convencido de eso y tengo suficiente motivación.

[Quedarte en una mansión supuestamente abandonada y que te causa tanta intranquilidad solo por recibir un ascenso es un argumento poco creíble.]

– Seguiré explorando.

Parándose e inflando el pecho, con pasos firmes y decididos, dio tres vueltas alrededor de la mesa del comedor, mientras observaba los posibles caminos a tomar, sin quitar un ojo a la entrada de la supuesta cocina.

–Estas puertas y los pasillos a sus lados seguro conectan con otros ambientes.

Marco ingresó por el lado derecho dando pasos temerosos y al cabo de unos segundos apareció por el lado izquierdo, cerca de la cocina y mostrándose pensativo.

– Es un solo pasillo, que hace una especie de rodeo y me trae al mismo lugar. Había otras puertas, todas cerradas: una antes de hacer el giro hacia la izquierda, otra que seguramente es opuesta a esta puerta derecha –dijo mientras señalaba a la que estaba tras la mesa-, y una más al girar nuevamente en dirección al comedor, desde aquí la veo. Ah, y al lado de esta cocina veo otra más pequeña que parece clausurada y…

Un fuerte golpe proveniente a espaldas de Marco hizo que brincara y pegara un oído a la puerta de la cocina. Resoplidos y un chisporroteo le hicieron comprender que estaban friendo algo del otro lado, pero saber esto no parecía calmarlo en lo absoluto.

– Significa que esa mujer está del otro lado, ojalá se quede ahí por un buen tiempo, no quiero que interrumpa mi búsqueda.

[Búsqueda de algo muy valioso en la mansión, ¿no?]

– Eh, sí claro, eso. Entraré en el pasillo de la izquierda.

Marco se paró en la oscura entrada del pasillo y con los ojos apretados, buscó a tientas el interruptor de la luz y lo accionó. Las débiles luces titilaron iluminando el lugar y enseñando un pasillo adornado simétricamente con una mesa de noche y una lámpara frente a cada una de las puertas que había, las cuales eran numerosas y se veían muy trabajadas.

– ¡Genial!, ¡hay mucho por donde explorar! –dijo, mientras se resobaba las manos y metía la cabeza a través de la puerta más cercana-, ¿qué habrá tras la puerta número uno? Oh, nada.

Con mucha confusión se alejó de la puerta y entró a la que le seguía, según el orden del pasillo.

– Aquí tampoco hay nada –se lamentaba Marco, mientras pasaba habitación por habitación, visiblemente fastidiado–. Bueno, hay una alfombra, un estante y un armario, eso es todo. Y según mi experiencia, eso califica como nada.

Siguió revisando habitación por habitación hasta llegar a la última del pasillo. Marco estaba esperanzado ver algo maravilloso en la última de la larga hilera, pero había más de lo mismo: una alfombra, un estante y un armario que eran exactamente iguales a las de las otras habitaciones

– Felizmente no se apagaron las luces –rio él, en voz baja.

Las luces se apagaron de pronto y unas pisadas empezaban a resonar en el pasillo. Marco quedó lívido y entró a la habitación, apresurándose en cerrar la puerta, aunque haciendo el menor ruido posible. Las puertas de las otras habitaciones se abrían de golpe, los pasos retumbaban con más fuerza, el miedo se apoderaba de Marco y el picaporte empezaba a girar despacio.

– No lo entiendo –decía un hombre al otro lado de la puerta– jamás había visto estas habitaciones, no así; hasta diría que estoy en otro lugar, es tan confuso.

El picaporte giró de regreso a su posición natural. El hombre se alejaba, al igual que sus pisadas, haciendo que Marco salga de la habitación.

– No hay nadie. Debe haber vuelto al comedor.

Marco emprendió el camino de vuelta, cerrando todas las puertas que el misterioso hombre había dejado abiertas. El pasillo se veía completamente distinto a oscuras, se formaban sombras imposibles y grotescas a lo largo, que se erguían amenazantes sobre Marco.

– No hay nada tampoco, solo una mesa y una lámpara frente a cada puerta. El lugar juega con la mente, eso es más que obvio –decía Marco a su grabadora, que no parecía estar encendida.

El comedor se alzó imponente cuando Marco salió del pasillo y, a pesar de la poca iluminación, tuvo que bizquear, desorientándose unos instantes.

– ¡Ahí, lo veo! –exclamó Marco al ver una pierna desaparecer en el pasillo de la derecha.

[Espera, ¿realmente lo vas a seguir? ¿Sabes lo ilógico que suena eso?]

– No, voy a seguir registrando el lugar y estimar un precio para la compañía. Ya decidí continuar mi exploración en el pasillo opuesto a este.

[¿En la misma dirección del hombre que acaba de desaparecer?]

– Es solo una coincidencia, pude tomar otro si hubiera querido –añadió, caminando decidido.

Se detuvo en la entrada del pasillo, observando la oscuridad que en él se extendía. Buscó a tientas el interruptor de la luz, pero no lo encontraba; este pasillo se veía igual de oscuro que el anterior, así que debía tener las mismas decoraciones. Respirando hondo se adentró lentamente, con los brazos levantados, buscando algo para iluminar el lugar. Este estaba lleno en el lado derecho de muebles, mesitas y otras sombras que, a diferencia del anterior, sí correspondían a objetos apilados ahí. A su izquierda había una puerta de madera, bastante simple, sin ninguna decoración. Marco dudó en entrar; aunque la curiosidad parecía ganarle, prefirió seguir avanzando. Apenas dio unos cuantos pasos más, cuando tropezó con algo inerte y un quejido seguido de una maldición resonaron en el pasillo debido a la pierna que acababa de pisar.

– Perdone usted –dijo, después del susto que se acababa de llevar, al hombre que estaba sentado en el pasillo y que había pisado– no puedo ver nada en esta oscuridad.

Bastante apenado, Marco se acercó al anciano, porque lo era, para seguir disculpándose, y al tenerlo cara a cara no pudo evitar notar que se veía bastante demacrado y apenas podía mantener la mirada levantada hacia él. Parecía querer levantarse, por lo que Marco se apresuró en ayudarlo.

– No se preocupe, llamaré a su criada para que lo lleve a su habitación, ¡Martha, su patrón necesita!

– No, ayúdeme usted, por favor –suplicaba, mirando a duras penas a Marco, a la entrada del pasillo y a Marco nuevamente.

– Bien, bien, lo ayudaré a ponerse en pie, apóyese en mí y…

La salvaje carcajada que soltó el hombre asustó más a Marco y por un momento estuvo a punto de abandonarlo ahí; pero a pesar de la feroz sonrisa que ahora le mostraba y que todo rastro de debilidad o cansancio se habían desvanecido, su buen corazón le impidió ponerse de pie y huir del lugar.

– ¿Con qué piernas, mi estimado? –se burló el anciano.

– Pero, me acabo de tropezar con sus…

Unos pasos apresurados se acercaban desde el comedor, dejando a Marco con las palabras en la boca.

–No entiendo, acabo de verlo entrar aquí, ¿cómo es posible que esté en el comedor de nuevo? –susurró Marco, mientras el miedo se apoderaba de él: seguía sin comprender el por qué; solo sentía que, si el dueño de esos pasos llegaba hacia ellos, algo muy malo ocurriría.

– ¿Me va a ayudar o no? –exigió el viejo molesto e igual de asustado que Marco.

– Sí, claro –respondió él, cargando al anciano entre sus brazos–. ¿Adónde debo llevarlo?, no conozco mucho el lugar, de hecho acabo de llegar y…

– Sigue de frente, todo de frente –le interrumpió el viejo, tembloroso.

Marco empezó a trotar, ya que el peso del anciano, que era excesivo para alguien que se veía tan enfermizo, no le permitía ir más rápido; y con ese trote, Marco se adentraba en el oscuro pasillo.

– ¿Ahí está su habitación, en la luz del final? -dijo Marco al llegar casi a la mitad del pasillo, más tembloroso aún al oír que los pasos continuaban acercándose.

– No -dijo el viejo.

– ¿No? -respondió incrédulo Marco.

– ¡No!, ¡No te detengas! -gritó con los ojos desorbitados.

Marco echó a correr con el viejo en brazos lo más rápido que le permitía el peso de este, chocándose con repisas y veladores, rompiendo cosas en sus tropiezos; pero sin detenerse. Los pasos retumbaban más fuertes en el pasillo y de solo pensar que podían alcanzarlo, el miedo en su interior obligaba a aumentar la velocidad con la que corría, pero también entorpecía sus movimientos y solo lograba retrasarlo más.

Sinopsis

Teniendo una casa «abandonada» y muchas preguntas sobre esta, uno no esperaría que alguien como Marco sea el encargado de responderlas. Más aún si los motivos que tiene para investigarla y la excusa que utiliza para continuar a pesar del inminente peligro son tan poco convincentes. Conforme avanza la historia se van encontrando más misterios de los que se resuelven e incluso algunos resueltos vuelven a intrigar aún más al protagonista creando una aventura intrépida y sin descanso que dice mucho incluso en lo que no dice. Las situaciones, los personajes y su desarrollo así como la sensación de no entender lo que sucede aunque tengas la explicación frente a ti obliga a sumergirte aún más en esta novela.

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