Era domingo, no le tocaba trabajar, sentía paz. La aguja gruesa del reloj reposaba sobre las diez mientras que la otra, no paraba de viajar por los números.Se encontraba bien, o eso creía. Si, definitivamente estaba bien, ¿Por qué debería estar mal? Todo estaba en orden, inclusive su habitación. Yacía en su cama escuchando música. El clima justificaba su estadía hasta tarde bajo las sábanas. Ese día Babasónicos sonaba mejor que nunca. Los bajos le acariciaban el alma y la voz de Adrián Dárgelos lo tranquilizaban tanto casi al punto de actuar como somnifero, podría escuchar esa banda todo el puto día. “Será por el día que todo marchase tan bien?” Se preguntó. Los rayos de sol que se filtraban por su ventana le dibujaban algunas rayitas en su suéter cuadrillé.
Advirtió que tenía algunas remeras en la silla. Como no le gustaba tenerlas allí, desacomodadas, si quitó sus auriculares y los dejó sobre la mesita de luz de madera de pino que tanto le gustaba. Tomó la primera remera, la observó primero por la parte del frente, analizado que no tenga ninguna mancha, luego por la detrás por el mismo motivo, se la acercó a su nariz. Definitivamente aún podía ser usada, la dobló y la guardó en ese antiguo ropero que había heredado de su padre. De no ser porque era su remera favorita, quizá la hubiera tirado en el cesto donde reposaban todas las remeras, que cabe destacar se negaba a usar más de una vez sin lavarlas. Con respecto a la segunda, esta no corrió el mismo destino que su anterior, fue, como su dios manda directamente al cesto que se encontraba al lado de la puerta.
De pronto, se percató de que había una media roja con rayas blancas debajo del escritorio y no pudo recordar dónde estaba la otra. No podía perder otro par de medias, ya había perdido dos en lo que iba del mes. Por otro lado, hablando de olvidar no tenía que olvidarse de el lunes hacer a primera hora la facturación de para el transporte de DoCampo Lopez, que llevaban una carga cerealera importante al norte. Docampo era un prestigioso cliente y no se le podía pasar, porque además de eso, era insoportable. Siempre llamaba repetidas veces para pedir lo mismo y no era muy cordial que digamos en sus formas. Empezó a hacer memoria de algunas cuestiones que le quedaron en el tintero de la semana que había pasado. A última hora del viernes había entregado unos cheques a distintas empresas y creía haber hecho todo bien en ese momento, pero ahora, le parecía no haber endosado el del Banco Municipal, que envió a la empresa de Seguros Norte. Si ese maldito papel volvía de vuelta, se le atrasarían los pagos de algunas pólizas y podrían darle de baja al seguro de algún camión y si eso pasaba su jefe montaría en cólera, si su jefe montaba en cólera lo regañaría y podría incluso hasta despedirlo. Y eso cómo iba a conseguir otro trabajo? ¿Qué otra empresa se fijaría en él? Si había entrado en ese transporte vaya a saber uno cómo…
Sintió otra vez ese dolor en el pecho, advirtió que su respiración se aceleraba a la par que sus latidos, al contrario del tiempo, que se hacía cada vez más lento. Nuevamente era consciente de todas aquellas acciones que su cuerpo hacía de manera automática. Miró sus manos: brillaban de sudor. Otra vez, ocurría cada vez más frecuente. Millones de ideas terribles volvían a invadir su cabeza, oscureciendo el cuarto que iluminaba la luz del mediodía. De repente dejó todos los sonidos pasaron a un segundo plano. Pensó por un momento que se había perdido el oído, pero lo que realmente tapaba todos los demás sonidos era el bombeo de sangre de su corazón, como si fuera a estallar. Tenía miedo, y cómo no tenerlo, si otra vez ese demonio estaba ahí. No podía verlo, pero lo sentía, sus sentidos alterados era prueba de que ahí estaba, en alguna parte de la habitación lo observaba y se burlaba. Era el único testigo de su padecer. Este ser parecía ya tener algo personal, una especie de amor sádico, pues lo visitaba cada vez más seguido para hacer que las cosas estén mal.
Debía ahuyentarlo, no era la primera vez que lidiaba contra él, aunque notó que cada vez le costaba un poco más combatirlo. Recordó un ejercicio que había encontrado en internet: tenía que mirar algún objeto y pensar ciertas características del mismo, si así era, definitivamente. Mientra sus ojos se tambaleaban en el desesperado intento de encontrar aquel objeto que le salvase la vida, se tropezaron con el reloj de pared: el marco esférico, era de color negro; el fondo, de color blanco con los números en romano y color negro; su origen se remontaba al antiguo egipto. El suyo tenía dos agujas de color plateado y forma triangular: la mas pequeña marcaba la hora, la más larga y también la más fina… la más larga y también la más fina… Su pensar había sido interceptado por el sonido de la última, era constante y cada vez sonaba más fuerte. El tic tac que producía el movimiento del minutero le resultaba extremadamente molesto, casi infartante.
Como ese método no estaba dando resultados se decantó por otro que también solía utilizar. Juntó coraje, cerró sus ojos y respiró profundamente, sentía como el aire que inhalaba recorría todo su cuerpo, lo mantuvo unos segundos y exhalo por otros tantos. Después de repetir este ejercicio unas cuantas veces, pudo notar como aquel demonio se desvanecía, lentamente, poco a poco… Quizá volviera a aparecer, no podía estimar en cuánto tiempo ni en dónde, pero sabía que iba a estar ahí, acechándolo, siempre, a toda hora y en todo lugar. No obstante, la diferencia entre ellos era clara, él sí podía escapar a lugares seguros: su familia y amigos siempre iban a estar ahí para contenerlo. Aunque a veces le costaba pedir ayuda, y trataba de no abrumarlos con sus problemas, sabía que siempre iba a encontrar refugio en una palabra, en un abrazo o simplemente en una compañía en silencio.
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