Cuatro cuervos paseaban por la ciudad, cada quien en sus asuntos movían sus existencias al ritmo citadino, bamboleando sus realidades entre la gente.
El primero vió al cielo, y al hacerlo se dió cuenta y recordó que podía volar, bebió un gran trago de pulque y empezó con su apasionada escritura en los cielos; azotaba el viento con una energía tan grande que pareciese que echaba fuego cada que sus alas golpeaban la gravedad, tan eufórico estaba, que sin darse cuenta, sus alas se empezaron a derretir con el Sol; y entre sonrisas se desvaneció en una fuerte explosión ante el atardecer, despedazando su existencia en un pavimento echo obra de arte, tanta dicha puesta en tonos tan maravillosos en un atardecer tan hermoso.
El segundo escuchaba atento la ciudad, un ruido interminable, que en la energía que soltaba, este empezó a convertirse muy rápido en una magnífica melodía, era una increíble obra digna de ser bailada ante millones; tanta dicha hizo que recordara que puede cantar, recordó el hermoso rozar del aire caliente saliendo de sus pulmones y acariciando aquellas un poco oxidadas cuerdas vocales, y comenzó a expulsar fuertemente sus notas fundidas con silabas, convirtiendo miradas en sonrisas y silencios en unos cuantos coristas, cantó tan fuerte, que sus pulmones se llenaron de tanto aire y amor, que explotaron, asfixiándose, y dejando una melodía en el viento que calentaba corazones.
El tercero escuchando tan bella melodía que dejó el segundo, sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, tanta dicha, tanta felicidad que recordó su familia, sólo quería correr y abrazarlos; sus piernas se llenaron de fuerza y corrió como ninguno, corrió y corrió, tanta era la energía que soltaba, que muy pronto se quedó sin ella, quedó cansado y a merced del destino, trató de recobrar energías recordando su familia. Dejando sólo un silencio empapado en ruido, fue asesinado.
El último observó al tercero ensangrentado, vió su pecho lleno de rojo, sus ojos inyectados en lágrimas, el tercero miraba al cielo, rogando respirar, pero solo para ahogarse en su propia sangre; jalaba aire, jalaba lo que podía, pero sólo para darse cuenta que se asfixiaba entre más intentaba vivir. El cuarto empezó a recordar aquello que podía hacer, recordó haberse visto como si fuera en un espejo mientras observaba al tercero morir; se recordó entre lágrimas y risas el haber asesinado a los anteriores tres.
Viajó al pasado entre llanto y memorias, confundido, extrañado, miró a todos lados, y de repente vió a cuatro cuervos pasear por la ciudad.
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