La vida es un dilema entre los que quiero, lo que debo, y lo que puedo y se intensifica cada día en mi trabajo, lo que quiero ser pasa todos los días por mis narices y aunque parece fácil de obtener, lo que debo hacer me lo impide, lo que puedo hacer no llega a satisfacer mis deseos y mis anhelos con la celeridad que quisiera.

Desde el oscuro rincón del piso donde laboro, observo con detalle la opulencia y el derroche de aquellos que están siempre al asecho de una oportunidad para sacar provecho del honorable trabajo que hacemos, en ocasiones entre la multitud de voces, el crujir de los teclados que son pinchados con velocidad y los timbres telefónicos, se puede escuchar los apretones de puños y el crujir de dientes que celebra el cierre susurroso de un trato hecho por debajo de los viejos escritorios. Mis compañeros son cada vez más ricos y los que tienen suerte podrán disfrutar de los frutos de su audacia en una intranquila libertad, “es muy fácil” dicen muchos, “es cuestión de por atención y cuidado a cada paso. Solo debes tomar una decisión..

Decisión de tenerlo todo o perderlo todo, solo basta unos segundos para arruinarlo. Es un dilema de 8 horas cada lunes, miércoles y viernes, dilema que termina con la puesta de sol en mi económico auto de diez años rodando a casa, después de caminar desde el estacionamiento del modesto edificio en donde sobrevivo, con la sensación en mi mente de que no estoy donde quisiera, corro en la escaleras para llegar rápido a mi puerta y apresuradamente tomar a mi bebe en brazos y disfrutar de su hermosas sonrisa siempre dispuesta para mi, que me testifica de que he hecho lo que debo, que he decidido lo correcto.

Las decisiones que tomamos determinan nuestro destino Lo que quiero me impulsa a seguir haciendo lo que puedo si faltar a lo que debo y esta es la razón por la que en cada oportunidad elijo su sonrisa.

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