Aún lo siento, pero gracias.

Aún lo siento, pero gracias.

Porgetit

15/09/2022

A mi padre: Jair.

Aún sigo pensando en ello. Aún después de tanto tiempo, sigo lamentándome y me siento cómo un inútil y un traidor por haber fallado en la única tarea que me encomendó mi padre. El encargo era simple, muy simple de hecho, solo debía pararme frente a un mostrador, poner mi mejor sonrisa y esperar a los clientes y cuando llegaran debía asegurarme de que se fueran tan bien atendidos como me fuera posible. El plan estaba claro, pero tenía un terrible fallo. Un fallo catastrófico, ¿qué debía hacer si no venía nadie? Eso jamás lo supe.

Durante meses estuve esperando por clientes. Solo aparecían ante mí almas llenas de quehaceres apurados, y lo hacían muy de vez en cuando y aún más rara era la vez cuando estas compraban algo. Ahora, más de un año después, no estoy seguro de quién necesitó más fortaleza, si mi padre para sostener el último intento desesperado de un enfermo por ser útil o yo para mantener la cordura luego de pasar día tras día, durante meses, en esa cárcel cruel por estar privada de sus barrotes.

No puedo negar que disfruté algunas cosas, como las tardes de lluvia cuando gracias a esta había una excusa para que las calles se vaciaran y no hubiera clientes. O, las infinitesimales horas para almorzar cuando estaba en casa deseando que ocurriera una trifulca apocalíptica en la ciudad y así tener una excusa real para no ir, aunque fuera por una tarde, a ese lugar tan horrible y árido cómo un desierto en una novela de Frank Herbert.

Pero, sería gravemente hipócrita afirmar que esa fue la peor época de mi vida. Claro, mis padres llevaban pocos meses de haberse separado y yo estaba atravesando una depresión tan profunda, tan negra, que me hacía desear alejarme de mi libertad, no quería presenciar la luz que ansiaba con fuerza alcanzar mis ojos. Solo buscaba vivir con el sentido del tacto en mis dedos y el agónico alarido seco de la regadera, pues esta parecía tenerle miedo a la oscuridad que brindaba la negra luz de aquel foco sin corriente. Claro, sería terriblemente falso decir que todo eso fue lo único que conocí durante ese tiempo, pues, estaría olvidando a todas esas grandes personas que me acompañaron durante esos horribles meses y que aún hoy van de la mano conmigo cada día. Durante ese tiempo, conocí a personas muy diferentes entre sí, algunos buenos y otros… no tanto, pero estoy seguro de que era por una buena razón. Me presenté ante ladrones y policías, ante aventureros y maestros libreros, guerreros, piratas y asesinos. Anduve por los pasillos de colegios presenciando los dramas de jóvenes, menores que yo incluso, que recurrían a reinventarse para solucionar sus problemas. Incluso, en una ocasión, conocí al mismísimo diablo y lo vi obrar sobre las tranquilas personas de un poblado muy lejano en la costa de un país del cual lamentablemente ya olvidé el nombre.

Los conocí a todos ellos y a muchos más que seguramente me dejo en el camino del recuerdo. Sin embargo, aún puedo volver a visitarlos a todos, a todos y cada uno de ellos. Solo debo retroceder, no en el tiempo, sino en las páginas de mis libros.

Es por eso que no puedo decir que esa fue la peor época de mi vida. Y si, cada vez que recuerdo esos meses lo hago con lágrimas secas las cuales me imagino que ruedan por mis mejillas de cocodrilo, pero no son lágrimas de tristeza o de arrepentimiento, pues haber atravesado el momento más bajo de mi vida me fue posible solo gracias a las palabras. Miles de ellas que estoy seguro alguna vez fueron garabateadas de igual manera que este texto, aunque quizá no con tinta azul. Miles de recuerdos de autores tan impresionantes que me ayudaron a seguir adelante y que me enseñaron que luego de todo naufragio, por más terrible que haya sido la tormenta, siempre habrá tierra firme.

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