Leonardo Bulla y Regulo Gaitán
se conocieron en el Ejército de Colombia, cuando el servicio militar
era obligatorio. Los artículos 165, 166 y 167 de la Constitución
Nacional de 1886 sirvieron de base para que el Congreso decretara la
obligación del servicio militar para todos los ciudadanos entre 19
y 45 años, en 1923. Leonardo era de extracción humilde y origen
campesino; Regulo era de acomodada familia conservadora. Aunque los
dos ingresaron al servicio por obligación, el segundo estaba
decidido a seguir carrera en esa institución. Estos orígenes tan
dispares no impidieron que hicieran una buena amistad, máxime
cuando las exigencias y a veces malos tratos en la instrucción los
volvían solidarios ―el uno con el
otro― y los demás miembros de su
batallón.
Mi padre, José Efraín Bulla Núñez, nació en 1933 y
se quedó huérfano de madre a la edad de 11 años. Mi abuelo
Leonardo le brindó la educación estimada como necesaria para esa
época, que eran dos años de bachillerato, graduándose como
Técnico Industrial y Obrero Calificado en Mecánica del Colegio
Salesiano de Cundinamarca. Al terminar sus estudios era
indispensable empezar a producir y consecuentemente ganar un
salario, mi abuelo lo recomendó para trabajar en el Laboratorio
Samper Martínez como portero. Allí conoció a María Elvira Forero
Rodríguez ―mi madre―
que realizaba oficios varios en el laboratorio y surgió una
relación que los llevó al matrimonio. Leonardo trabajaba allí en
el cuidado de los animales que utilizaban para la investigación.
El laboratorio se fundó en 1917, como empresa privada, para investigar
sobre la difteria y la rabia que habían afectado a personas
cercanas a los doctores Samper y Martínez. Pronto se convirtió en
un centro de investigación de producción de insumos para la salud
pública. En 1928 el Estado compró la empresa y lo convirtió en el
Laboratorio Nacional de Higiene que en 1975 se constituyó en el
Instituto Nacional de Salud, como se le conoce hoy en día.
José
Efraín, aprovechaba el trabajo para ir incursionando en la
mecánica ya que se ofrecía cuando había que realizar alguna
pequeña reparación o servir de asistente de
mantenimiento en la empresa. Le surge la oportunidad de trabajar en
la Universidad Nacional de Colombia como ayudante de mecánica, en
el Departamento de Química, era joven y con buenas referencias por
lo tanto fue aceptado para el cargo. Esperando impacientemente
ingresar a tan prestigiosa universidad, lo buscaron para decirle que
era necesario estar inscrito en el Partido Conservador y llevar el
carnet que lo identificaba como miembro. De 1946 a 1953 se sucedieron
tres presidentes conservadores –Mariano Ospina Pérez, Laureano
Gómez Castro y Roberto Urdaneta Arbeláez– y una forma de afianzar
su poder era captar la mayor cantidad de personas para el partido, por las buenas o
las malas, para mantener una imagen de mayoría y hacer con el país
lo que les viniera en gana. Así fue como mi padre se vio envuelto
en ese sucio juego de los políticos que lo afectaba personalmente y
con el deseo de trabajar, en tan importante institución, se le ocurrió recurrir a su padrino de
bautizo Regulo Gaitán Patiño.
Regulo vivía cerca a la Avenida de
Chile, en la localidad número dos de la capital y cuyo nombre es
Chapinero ―hacia el nororiente―
siendo una de las rutas del Tranvía de Bogotá, además de parte
importante del distrito financiero de la capital. En 1943 siendo
Coronel fue nombrado Director de la Escuela de Cadetes General José
María Córdoba. Por cuestiones personales solicita su retiro del
servicio y fue retirado en 1945. Ante los graves acontecimientos de
violencia pública, sucedidos en 1948, por el asesinato de Jorge
Eliécer Gaitán ―candidato a la
presidencia― el entonces presidente
Mariano Ospina nombró como Director de la Policía Nacional a
Regulo Gaitán. Luego fue ministro de gobierno, después ascendido a
General.
En 1953 cuando José Efraín recurrió a él, ya era
Teniente General. Sin ninguna objeción se apresuró a ayudarlo y le
redactó una carta donde decía que José Efraín era fiel al
Partido Conservador, además que era su ahijado y había compartido
con la familia, siendo gran amigo de sus hijos Juan y Enrique. Casi
está de sobra decir que el carnet como conservador se lo dieron de
manera inmediata y así se pudo integrar al nuevo puesto de
trabajo. Sin embargo no quedó del todo contento, esa forma ilegal de conseguir un trabajo no correspondía a sus cualidades como
persona y a su formación religiosa salesiana.
No sabía prácticamente nada de
política, pero entendió desde joven que nunca sería una
alternativa para él ya que esa forma de proceder no era correcta. El inexorable tiempo le dio la razón y descubrió que la mayoría, de los políticos
colombianos, eran una especie de piratas saqueadores, ladrones,
corruptos…que mantenían al pueblo engañado con mentiras y
trampas, ofreciéndoles una mejor calidad de vida en sus campañas, mientras ellos se
repartían la riqueza y el poder con gente de su misma calaña.
José Efraín se dedicó a su trabajo, su familia, amigos…el estar condicionado por su contexto político, económico y social, con todas sus contradicciones, no le impidió progresar en su capacitación y trabajo. Dio un gran salto al pasar de mecánico a químico empírico, para terminar trabajando en un laboratorio farmacéutico. Ya jubilado se radicó en España y hace unos pocos años tuvo el gusto de cumplir uno de sus sueños, conocer la sede central de la empresa en Basilea.
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