Suelo hacer la compra, el pan, unas judías, café, unas galletas de chocolate. Hago todos los días la compra para entretener al día. Hace unos meses que me jubilé y el tiempo pasa muy despacio, a veces solo paso el rato, una mano sobre otra, un paseo, dar vueltas sin saber a dónde. Siento que dentro de mí habita un volcán que estaba más o menos tranquilo y ahora no sabe cómo salir.

Cansado de estar cansado, cansado de … .

A veces me llama Teresa, mi excompañera de trabajo. Me dice que le cuente cosas, que le dé envidia sin nada que hacer, le gusta ese nada que hacer, nos reímos. Me dice que están hasta arriba de trabajo y que no dan abasto en el hospital.

Excompañera de trabajo, extrabajador y podría seguir, exjoven, exútil, existencia. 

También expalabras, palabras que me acompañaban y ahora se han ido, por ejemplo: me gustaría… , y tener energía para… . Tengo palabras para pensar sobre el pasado pero me faltan para el presente y el futuro.

Antes, en el trabajo, podía criticar, cansarme, ser amable o seco, ser útil o inútil, investigar, levantarme pronto, esperar el fin de semana, madrugar, apagar el despertador sorprendido, almorzar más o menos bien acompañado. Tenía un montón de palabras. Podía incluso odiar, sí, porque en el trabajo se puede odiar con cierta facilidad.

Cuando voy a ver las obras de la calle me relajo y el tiempo pasa entretenido, allí no hacen falta palabras, puedes mirar cómo hacen el forjado, sin hablar, solo con ruidos y camiones y hormigoneras yendo y viniendo. Podría ser “acción” la palabra que busco, pero se me queda corta.

Desde la ventana de mi casa suelo mirar y escuchar a la gente. Observo. Me llaman la atención los cuerpos llenos de vida casi siempre jóvenes. Los miro sin molestar. A veces me recuerdan a alguien que he conocido y creo verlos a ellos y olvido que se habrán hecho mayores. Los echo de menos. También echo de menos mi juventud, esa que llevo dentro.

Con la jubilación me he vuelto más observador, no juzgo, observo. Siento que puedo observar e imaginar cosas que los demás no ven. Tampoco a nadie interesan.

Teresa se ríe cuando le cuento mis reflexiones, anhela mi aburrida existencia, me dice que sueña con no hacer nada, que le dan envidia las dependientas de las tiendas sin clientes, los taxistas en la parada de la estación, los poetas, los vagabundos.

Los dos sentimos que se nos pasa la vida. Yo la dejo pasar sin palabras y ella la llena del vértigo de no poder parar, dos polos complementarios que solo saben vivir de espaldas, sin otro sentido que la rapidez y la quietud.

Aún me alegro cuando me llaman del hospital por algún asunto relacionado con el trabajo.

Me dice Teresa que están pensando llamar a los recién jubilados para cubrir la enorme demanda que hay. Me dice que ni se me ocurra, que lo estoy haciendo muy bien, que ese tiempo se va a llenar pronto de palabras, de deseos, de amor, de libros, de películas, de viajes. Que el volcán quedará tranquilo.

Cojo la moto para que me dé el aire. El aire es el vacío que llena de sensaciones mis sentidos, el frío en la cara, el viento, el vértigo. La nada que me da placer.

Están llamando a la puerta, es la cartera que trae una carta certificada. Es amable pero se le nota que va con prisa.

No puedo evitar preguntarle si le gustaría estar jubilada. Se queda mirándome mientras busca su respuesta. Finalmente me dice que no puede responder a esa pregunta porque aún le quedan muchos años. No quiere pensar, o no sabe.

En la carta me dicen que hay una enorme escasez de especialistas en el hospital y no consiguen cubrir las plazas. Me ofrecen reincorporarme por un año al trabajo, tal vez dos, que la ley lo permite y que necesitan de mi experiencia. Me lo piden como un favor.

Creo que les hago falta.

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