La tórrida tarde de verano impedía respirar, el sol abrasador hacía que casi nadie deambulase por las calles. Estaban desiertas, como si el mundo se hubiese acabado y ningún ser vivo las habitase. Solamente dos valientes, mi amiga y yo, nos dirigíamos a tomar algo en “La Belle Époque”. Desde que abrió sus puertas solemos ir a charlar en un ambiente tranquilo y confortable.
Su nombre siempre me ha llamado la atención, su decoración no es la propia de los años veinte, sino la de un bar de estilo inglés, elegante y distinguido, en madera de caoba con cuadros de dioses y escenas indias que aportan la nota de colorido al lugar. Mezcla perfectamente el ambiente hindú y el británico, es como si te retrotrajese a la época colonial británica en la India.
Recuerdo con total claridad que esa tarde decidimos realizar el viaje soñado y ansiado desde nuestra infancia: Viajar a Egipto.
Ese país visionado tantas veces en las películas y libros, siempre anhelado cuando alguien conocido regresaba y nos contaba las maravillas que había visitado.
Un calor seco inunda todo mi cuerpo mientras desciendo del avión en Luxor. Tanto el tráfico aéreo como la luz son escasos. Lo primero que sorprende al viajero es esa paz tan distinta de cualquier aeropuerto turístico, que choca con una vigilancia obsesiva por parte de la policía turística. Ésta se encuentra al pie de la escalerilla y junto a los microbuses que nos trasladarán a la terminal. Sus ojos otean el horizonte y analizan cualquier movimiento extraño. La tranquilidad reinante contrasta con esos policías portando sus ametralladoras y de uniformes blancos que destacan en la oscuridad.
La llegada a la terminal supone para cualquier turista occidental una sensación de desasosiego. Una luz mortecina alumbra la sala de espera, la cual carece del mobiliario adecuado, se asemeja a una nave destartalada en la que no hay más que hombres que escudriñan a todo el pasaje. A través de la puerta de los lavabos, custodiados por un policía, se deja entrever un aspecto absoluto de dejadez y suciedad. Las mesas de madera en las que los funcionarios sellan y anotan el número y marca de las cámaras de vídeo recuerdan a las que se utilizan en las cárceles cinematográficas en los países tercermundistas cuando interrogan a los prisioneros. Los funcionarios carecen de amabilidad, son inexpresivos y fríos. La oficina de cambio es un mostrador desvencijado, en el que un joven acepta dólares y billetes de 5.000 pesetas. Su trabajo es mecánico y no da ninguna explicación sobre el cambio, en un papel amarillo anota las libras egipcias que te entrega. El único calificativo apropiado para definirlo es: desaseado, es un desaseado aeropuerto.
El calor es insoportable. No hay refrigeración. Nos hacen pasar a una sala contigua, y apoyarnos en la pared hasta que llegue nuestro guía. Esta situación es totalmente esperpéntica, parecemos las víctimas de un pelotón de fusilamiento, como si estuviésemos frente a un paredón. Por primera vez soy consciente de que me encuentro en un mundo extraño, totalmente distinto al mío.
Comienzan a llegar los guías de todos las mayoristas, excepto de la nuestra. Deseamos con ansiedad que aparezca, al cabo de quince minutos, que nos resultan eternos, varios representantes, portando carteles de Nabila, la compañía naviera con la que navegaremos, y no de Cuasi 5, nuestra mayorista, se acercan a nuestro grupo. Un desorden total impera en la ubicación de grupos. Me acerco a un guía, que responde al nombre de Josef, de nariz aguileña, piel ambarina, delgado con unas gafas redondas que le confieren un cierto aire intelectual, por sus rasgos físicos parece un judío en vez de un árabe. Su grupo hará el crucero por El Nilo y el lago Nasser, aunque no aparecemos en su lista nos incluye entre sus viajeros. Al hablar con otros pasajeros compruebo que mi viaje dura quince días y no doce, como el de ellos, por lo que me he equivocado de grupo. Vuelvo a dirigirme a Josef, y le explico la situación; me envía a Mustafá, en cuya lista sí aparecemos.
Respiro con tranquilidad, parece que por fin todo irá bien.
Cuando salimos de la terminal para dirigirnos al autobús que nos llevará a la motonave, mis ojos se vuelven a sorprender, ni la calzada ni las aceras están asfaltadas, la tierra y el polvo se introducen en mis sandalias. La ornamentación floral está descuidada, seca, los jardines carecen de vida como si a nadie le importase la primera impresión que se obtiene de su país.
Los autobuses son viejos y desvencijados, muchos de ellos transportan el equipaje en bacas. Afortunadamente, el nuestro es bastante moderno y provisto de aire acondicionado. Nos acomodamos en los primeros asientos, de este modo podremos apreciar el recorrido perfectamente. La oscuridad es absoluta, la única luz es proporcionada por los árboles que flanquean la carretera, cuyos troncos están adornados con luces, parece una estampa navideña. Este hecho nos produce hilaridad, comenzamos a hacer comentarios jocosos. ¡Qué pocos medios deben tener, cuando esa es su única manera de embellecer un trayecto turístico!
Al cabo de unos kilómetros, los árboles son sustituidos por farolas de las que cuelgan fotografías de Hosni Mubarak. De repente, sin querer tus ojos se fijan en una pared recubierta por teselas, perfectamente iluminada, formando un mosaico con una inmensa imagen del presidente sonriente, transmitiendo confianza.La luz le enfoca directamente, por lo que todos que transitan por esa carretera deben fijarse en él. Me da la sensación que es como su padre protector. Ante nuestros comentarios, el guía toma el micrófono y señalándole comenta:
– Es nuestro líder, nuestro presidente Hosni Mubarak.
Finalmente llegamos al embarcadero, realmente estamos cansados, nuestro vuelo se ha retrasado dos horas, el viaje y las esperas en los aeropuertos han hecho mella en nuestro cuerpo.
Nada más descender del autobús se nos acerca Óscar, el representante de Cuasi 5.
– Su barco será el Diamond boat en lugar del Queen of the Nile. No se preocupen, es mejor barco.
Me sorprende la cantidad de motonaves que hay fondeadas, todo lo que mis ojos alcanzan ver son barcos, pero no de uno en uno, la falta de espacio hace que estén atracados en paralelo, de cuatro en cuatro. Cuando llegamos al Diamond boat nos quedamos atónitos, perplejos, esa motonave no se parece en nada a las fotografías del catálogo. Su aspecto exterior es deplorable: viejo y sucio.
– ¿Éste es? –mi tono denota una enorme incredulidad y disconformidad.
-No te pases, no te pases –sin pensárselo dos veces responde el guía.
-Espera a verlo por dentro, es mejor que el otro –tercia Óscar con rapidez.
Mi única respuesta es una cara escéptica. El grupo comienza a quejarse.
Para acceder al barco se debe cruzar una estrecha pasarela, de unos 50 centímetros, que se balancea continuamente y debido a su inconsistencia en su parte central se produce una hondonada. Franqueo titubeando la pasarela. No puede existir peor bienvenida. Si el interior es como el acceso, tendremos motivos suficientes para protestar.
Al atravesar el umbral, una sensación de agobio y de suciedad me embarga. El color predominante del hall es el rojo, su aspecto es decadente, quizás hace veinte años sería lujoso, pero hoy sólo es una reliquia del pasado. Una lámpara de cristal grandiosa desciende desde el techo en forma de cascada, la escalera de caracol que asciende tiene forrada toda la pared con diminutos espejitos. Una pequeña fuente preside el lobby. La decoración es típicamente árabe, recargada y asfixiante, a la que el tiempo le ha proporcionado un aire decadente y grotesco.
Nuestros camarotes se encuentran en el nivel cero, por debajo del hall, junto a las calderas y su insoportable ruido. El Nilo llega hasta nuestras ventanas, por lo que, al navegar, las olas nos impedirán la visibilidad. La habitación ni es lujosa ni espaciosa, y su baño muy reducido.
Subimos a cenar, el comedor está desierto. Es muy tarde, como deferencia nos están esperando para servirnos una frugal cena: un plato de sopa, un poco de pollo y una pieza de fruta. Los camareros están tan impacientes por terminar su trabajo, que antes de que acabes tus platos, éstos ya han sido recogidos.
Las mesas son redondas con capacidad para ocho personas, nos hemos sentados con dos parejas de recién casados: Juan y Concha e Ignacio y Mónica. Ambos matrimonios están muy enfadados.
-Esto no es lo contratado, si no nos cambian de barco nos volvemos a España – Iñaki comenta en tono muy exaltado.
-Ana, tienes que ver nuestro camarote, hasta las cortinas están rotas y medio caídas. Nosotros contratamos lujo superior y no esta basura –argumenta Mónica llena de ira.
Todos estamos de acuerdo con estas aseveraciones. Al acabar de cenar decidimos salir a dar una vuelta por el embarcadero para ver siencontramos nuestro barco y observar sus diferencias. Numerosos egipcios, la mayoría trabajadores de las distintas motonaves, se encuentran charlando, ante la ingente cantidad de barcos, les preguntamos por el Queen of the Nile, muy amablemente nos lo señalan, está atracado a cien metros del nuestro. Su aspecto exterior es impresionante, moderno, elegante y limpio, tal como aparece en los folletos.
De repente aparecen Óscar y Josef. Iñaki se dirige hacia Óscar en tono amenazante.
– ¡Chaval! Esto mañana lo arreglas, nos cambias de barco, o de lo contrario regresamos a España. Tú no me amargas mi luna de miel.
– ¡Tranquilízate! Este barco es mucho mejor que los que había anteriormente, de verdad. Mira hay overbooking, y no se puede hacer nada; el jueves cuando lleguemos a Asuán iremos a nuestro barco al King of the Nile.
– ¡Eso no será así! Yo no voy a esperar al jueves. Además, nuestro barco está allí, ¡míralo! –señala hacia el Queen-. Como mañana no me des una solución te pego una paliza que te tiro al Nilo.
Tanto Juan como Mónica y Conchita forman un círculo alrededor de Óscar, todos comienzan a opinar gritando, la discusión está increscendo. Su incontinencia verbal me parece excesiva.
Los ciudadanos de Luxor nos observan, desde la parte superior del embarcadero, apoyados en las barandillas, no dando crédito a lo que ven. Realmente estamos dando un espectáculo.
Josef se me aproxima.
-Mira, lo mejor que puedes hacer es disfrutar de tu viaje, cuando vuelvas a España ¡reclama! Pero ahora disfruta. No se puede hacer nada. El jueves te darán un buen barco.
Óscar quiere zafarse de la discusión, no sabe ya ni qué decir, ni qué hacer. Se encuentra acorralado. El problema le supera, por otro lado, mis compañeros están adquiriendo un tono demasiado violento, no razonan. Finalmente, Óscar logra alejarse, y se aproxima a mi tío, quien se ha mantenido al margen de la controversia, comienza a hablarle comentándole los problemas que ha tenido desde hace quince días al no poder disponer de los barcos contratados. Él intenta solucionar todos los obstáculos surgidos, pero le resulta imposible. Al encontrarse ante un interlocutor receptivo, intenta ganarse su confianza contándole, a grandes rasgos, su vida: un zaragozano, de las Delicias, estudiante de Económicas.
-Comprendo tu situación, pero tú debes comprender la nuestra -intervengo un tanto molesta, no me agrada que piense que podemos apoyarle-Lo que nos está pasando es vergonzoso. ¡Me alegro de que mi familia no me acompañe!
-No te preocupes, márchate tranquilo, pero encuentra la solución adecuada. – El tono de Alfonso es inflexible- ¡Hazlo!, o de lo contrario, nos podemos encontrar en Zaragoza y sería muy violento.
Josef comienza a impacientarse, comprende que la situación está adquiriendo un cariz muy desagradable. Su rostro es totalmente hierático, como si estuviese acostumbrado a estos hechos. Por el contrario, el de Óscar está desencajado, refleja su desasosiego e inexperiencia en estas lides.
La algarabía es tremenda. De repente, un grupo de españoles se asoma a la barandilla y gritando preguntan:
– ¿Españoles?
-Sí -contestamos a unísono.
– ¿De Cuasi 5?
-Sí
– ¡Esperadnos, que ahora bajamos!
En un abrir y cerrar de ojos, se reúnen con nosotros. Es un grupo de unas diez personas. Comienzan a presentarse dándonos dos besos y las manos, como si nos conociésemos de toda la vida. Rápidamente, los dos grupos formamos una piña, padecemos los mismos problemas.
El cabecilla del grupo es Gonza, un homosexual muy refinado, atractivo, con unos inmensos ojos azules, pelo moreno, piel bronceada y cuerpo atlético. Comienza a atacar con gran virulencia a Josef, y en menor medida a Óscar. A grandes rasgos nos relata su odisea.
-Este barco es el mejor que nos han ofrecido. Aceptamos quedarnos en él, después de haber rechazado otros tres. Eran horribles. En el primero, en el que se quedó el resto del grupo, el bater y la ducha eran una taza turca, típicamente árabe. No estábamos dispuestos a permanecer en él, si era preciso nos amotinábamos.
-Es una pesadilla. Nos han dicho que el próximo jueves nos cambian de barco.
– ¡No seas ingenua! Nosotros llevamos cuatro días en esta situación, también nos prometieron que nos trasladarían al llegar a Asuán, y ya ves, estamos en Luxor y seguimos en el Diamond. Son unos embusteros, no os creáis nada.
Este comentario enardece todavía más nuestros ánimos. Todos a la vez increpamos a Josef y a Óscar, cada uno plasma su queja de distinta forma, todos queremos tener razón. Me alejo del grupo, y a cierta distancia contemplo la escena; es desoladora, parecen energúmenos, realmente es una discusión bizantina. Miro el reloj, son las dos de la madrugada. No solucionamos nada, lo mejor es irse a dormir, mañana tenemos que levantarnos a las cinco.
Pienso: “mañana será otro día, ya veremos lo que pasa”. Allí los dejo enfrascados en la disputa, siendo cada vez más numeroso el público que nos observa.
He puesto tantas ilusiones en este viaje, lo he deseado y soñado desde que era una niña. Desde luego, no puede haber comenzado peor, pero no voy a permitir que nada ni nadie me impida disfrutar de los templos de la antigua civilización egipcia.
Tanto mis tíos como Laura piensan que es un mal principio, aunque con la discusión nos hemos reído mucho, francamente nos lo hemos pasado muy bien. El mejor antídoto, para no sufrir estrés ante una situación tan incómoda y desagradable, es el buen humor.
A la mañana siguiente nos despertamos con el sonido de una campanilla, que recorre todo el pasillo insistentemente, anunciándonos que es la hora de levantarse. Todavía no ha amanecido; cuando partimos con el autobús hacia el Valle de los Reyes comienza a clarear.
Mis ojos comienzan a admirar el paisaje, cruzamos el Nilo a través de un puente custodiado por la policía, éste se estrecha por medio de unos bidones, de tal forma que no pueda pasar más que un sólo vehículo y así la policía pueda controlar a sus ocupantes. Llegamos a la orilla Oeste donde se encuentra la Necrópolis de Tebas.
El Nilo y sus orillas me fascinan. Su abundante vegetación se encuentra salpicada por paupérrimas casas de adobe, en las que siempre es posible ver un burro, el medio de transporte usado por los campesinos. Las viviendas carecen de las mínimas condiciones higiénicas, el calor en su interior debe ser tan asfixiante, que la única manera para conciliar el sueño es dormir al aire libre, de ahí, que las camas se encuentren en el exterior, delante de sus fachadas. Mientras algunos duermen plácidamente, otros comienzan a levantarse, el único acto en el rito de vestirse es la colocación de su turbante, ya que no se desprenden en todo el día de su galabeya; los más madrugadores empiezan sus tareas agrícolas o se dirigen a ellas.
Los turistas los miramos con asombro, suponen una nota exótica; sin embargo, ellos están tan acostumbrados al paso de autocares, plagados de viajeros, todos dispuestos a plasmar su tierra con sus cámaras, que ni siquiera una mirada fugaz nos dirigen. Les somos totalmente indiferentes.
Ante esta visión, tengo la sensación de haber retrocedido siglos, hasta la época en que nació Jesús. Supongo que el guía no se siente orgulloso de sus campesinos, de su miseria, no hace ningún comentario sobre lo que vemos, aunque oye todas nuestras impresiones. Nadie es inmune a ellos, todos opinamos algo.
Me parece estar contemplando una estampa típica del belén: las palmeras, las casas dispersas por el paisaje, los asnos, las personas con sus chilabas y el río como fuente de vida. Todo el trayecto hasta el Valle de los Reyes me impresionó por su belleza y anacronismo.
Finalmente, el autobús para a la entrada del Valle. La luz solar comienza a proyectarse en las montañas desérticas, creando una luz rosácea que transmite una sensación de paz y una belleza indescriptible. Al pie de las montañas, un pueblo lejano, inmóvil como si careciese de vida, en perfecta simbiosis con el paisaje, recuerda la instantánea de una fotografía que ha logrado detener el tiempo. La única actividad del poblado la proporciona la presencia de un pastor que conduce su rebaño.
Desde el autobús, contemplo el panorama como si fuera imposible que pudiese acceder a él, no formamos parte de él, solo somos meros espectadores, pertenecemos a dos mundos distintos. Esta tierra seca y árida contrasta con el vergel que acabamos de dejar a orillas del Nilo. En un instante se pasa de la exuberancia a la esterilidad.
Sinopsis
Narra las aventuras y desventuras de una turista en su viaje programado que pese a las prisas y tiranía del guía durante 15 días logra disfrutar del auténtico Egipto, convirtiéndose en el gran protagonista.
Diálogos ágiles entre los personajes se entremezclan con descripciones perfectas de su monumentalidad llegando a transmitir al lector que se trata del viaje que todos queremos vivir.
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